08 abril 2013

Poncio Pilato (1)

Francisco Javier Bernad Morales

En artículos anteriores me he ocupado de la dinastía asmonea y de Herodes el Grande, así como de sus hijos, a fin de situar el marco histórico de la vida de Jesús de Nazaret, pero obviamente, el cuadro no quedaría completo sin una una referencia al prefecto de Judea, Poncio Pilato. En esta primera entrega me ocuparé fundamentalmente de lo que sabemos sobre él por fuentes no cristianas, mientras que en la siguiente analizaré las referencias en el Evangelio.

Antes de entrar en los datos que de su vida han llegado hasta nosotros, me parece conveniente incluir una breve indicación acerca de la organización territorial del imperio Romano. Augusto, dueño único del poder tras la victoria sobre Antonio, había establecido dos tipos de provincias: las senatoriales y las imperiales. Las primeras, aquellas más romanizadas y pacificadas, como la Bética, quedaban, al menos nominalmente, bajo la administración del senado y eran gobernadas por procónsules o propretores, con lo que en sus aspectos formales se respetaba la tradición republicana. Las restantes, en las que el dominio romano era más reciente o inseguro, pasaban al control directo del emperador. Eran territorios en que, al contrario que en los anteriores, se hacía preciso mantener una fuerte presencia militar. Se dividían a su vez en dos categorías: en la primera se situaban las provincias más extensas o de mayor riqueza, a cuyo frente el emperador nombraba a legados del orden senatorial; en tanto que las de la segunda quedaban en manos de prefectos del orden ecuestre e incluso, a partir de Claudio, de libertos.

Para comprender cabalmente lo anterior, parece precisa una breve aclaración sobre los grupos sociales en la antigua Roma. Dejando al margen a los esclavos, en el siglo I, cabe distinguir por un lado la plebe y por otro los órdenes. Comencemos por estos, pues el primer grupo se define por exclusión, es decir, pertenecen a él quienes si n ser esclavos no figuran en ninguno de los órdenes. En principio, integraban el orden senatorial los ciudadanos más acaudalados, aunque en realidad, tan importante como la riqueza era su origen, pues esta debía provenir en su mayor parte de las rentas agrarias. Eran, pues, los grandes terratenientes quienes constituían la clase superior del imperio. Pero la adscripción al orden senatorial no era automática. Era preciso que el censor, magistratura que desde Augusto correspondía al emperador, quien podía delegarla, los incluyera como tales. El segundo lugar en la jerarquía social lo ocupaban los caballeros, esto es, el orden ecuestre. Su fortuna, supuestamente inferior a la de los senadores, procedía fundamentalmente de actividades comerciales o del arrendamiento de impuestos. También en este caso, el censor debía incluirlos en la lista del orden. Son estos grupos, senadores y caballeros, quienes copan los altos cargos de la administración imperial. A ellos se añade con Claudio (41-54) un grupo escogido de libertos, antiguos esclavos del emperador a los que este ha manumitido y en quienes deposita su confianza para los puestos de gobierno.

Judea, administrada directamente por Roma desde la destitución de Arquelao (6 d. C.), era una provincia pequeña, pero, como se ha mostrado en artículos anteriores, extremadamente problemática, en la que se sucedían los levantamientos y sediciones. Su gobierno correspondía a prefectos del orden ecuestre estrechamente supervisados por el legado de Siria. Poncio Pilato fue el quinto de estos y ocupó el cargo durante diez años, entre el 26 y el 36. Al parecer debía el puesto a una estrecha relación con Sejano, prefecto del pretorio bajo Tiberio, a quien este hizo ejecutar  al sospechar que conspiraba contra él (31 d. C.). Su gobierno estuvo marcado por distintos incidentes con la población judía, de los que nos dan noticia Flavio Josefo y Filón de Alejandría. Al comienzo de su mandato habría intentado introducir en Jerusalén efigies del emperador, lo que habría motivado una dura oposición ante la que finalmente se vio obligado a ceder transfiriéndolas a Cesarea[1]. Los problemas se reprodujeron más adelante, cuando intentó apropiarse del tesoro del templo para construir un acueducto que llevara agua a Jerusalén, lo que desembocó en un motín que se saldó con la muerte de numerosos judíos. Dado que años después Herodes Agripa pavimentó las calles de Jerusalén con cargo al templo sin que ello ocasionara problemas, parece que la protesta se debió más a las formas prepotentes con que actuó el prefecto, que al hecho en sí[2]. A ello, habría que sumar la matanza de galileos mencionada en el Evangelio de Lucas (13, 1). Pero lo que ocasionó su caída fue un incidente ocurrido en Samaria, donde un profeta hizo que le siguiera una gran multitud con la esperanza de encontrar en el monte Gerizim los vasos sagrados supuestamente ocultados por Moisés. Alarmado por lo que sin duda consideró un movimiento sedicioso, Pilato hizo intervenir a las tropas, que causaron un número indeterminado de muertes y arrestaron a los cabecillas, que fueron ejecutados[3]. Los notables de Samaria consideraron que la represión había sido excesiva, por lo que enviaron una delegación a Lucio Vitelio, legado de Siria, para presentarle sus quejas. Este reaccionó ordenando a Pilato que marchara a Roma para dar explicaciones al emperador, pero cuando aquel llegó allí Tiberio ya había muerto. Nada sabemos sobre su suerte ulterior, acerca de la cual han circulado numerosas leyendas.




[1] JOSEFO, Flavio, Antigüedades de los judíos, XVIII, III, 1.
[2] TASSIN, Claude, De los hijos de Herodes a la Segunda Guerra Judía, Estella, Verbo Divino, 2009, p. 16.
[3] JOSEFO, Flavio, op. cit. XVIII, IV, 1. Se trata de un movimiento mesiánico, pues quien encontrara los vasos sería el jefe de la restauración final e inauguraría los tiempos escatológicos.

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