Sobre el Evangelio de San Juan
(c.10) donde se habla del pastor, del mercenario y el robador
“Vuestra fe no ignora, carísimos,
y sabemos lo habéis aprendido del Maestro, que desde el cielo nos adiestra, y
en quien habéis colocado vosotros la esperanza, cómo nuestro Señor Jesucristo,
que ya padeció por nosotros y resucitó, es Cabeza de la Iglesia, y la Iglesia
Cuerpo suyo; y que la salud de este Cuerpo es la unión de sus miembros y la
trabazón de la caridad. Si se resfría la caridad, sobreviene, aun perteneciendo
uno al Cuerpo de Cristo, la enfermedad. Cierto es, sin embargo, que aquel que
ha exaltado a nuestra Cabeza puede sanar a sus miembros, siempre a condición de
no llevar la impiedad a términos de haber de amputarlos, sino de permanecer
adheridos al Cuerpo hasta lograr la salud. Porque, mientras permanece un
miembro cualquiera en la unidad orgánica, queda esperanza de salvarle; una vez
amputado, no hay remedio que lo sane. Siendo El, pues, Cabeza de la Iglesia, y
siendo la Iglesia su Cuerpo, el Cristo total es el conjunto de la Cabeza y el
Cuerpo. El ya resucitó; por tanto, ya tenemos la Cabeza en el cielo, donde
aboga por nosotros. Esa nuestra Cabeza, sin pecado y sin muerte, está ya
propiciando a Dios por nuestros pecados, para que también nosotros,
resucitados al fin y transformados, sigamos a la Cabeza a la gloria celeste.
Adónde va, en efecto, la cabeza, van también los otros miembros. Siendo pues
miembros suyos no perdamos mientras aquí estamos, la esperanza de seguir a
nuestra Cabeza.
Ponderad, hermanos, a dónde llega
el amor de nuestra Cabeza. Aunque ya en el cielo, sigue padeciendo aquí
mientras padece la Iglesia. Aquí tiene Cristo hambre, aquí tiene sed, y está
desnudo, y carece de hogar, y está enfermo y encarcelado. Cuanto padece su
Cuerpo, El mismo ha dicho que lo padece El; y, al fin, apartando ese su Cuerpo
a la derecha y poniendo a la izquierda a los que ahora le pisan, dirales a los
de derecha mano: Venid, benditos de mi Padre, a recibir el reino que os está
apercibido desde el principio del mundo. Y esto, ¿por qué? Porque tuve hambre,
y me disteis de comer; y continúa por ahí, cual si Él en persona hubiera
recibido la merced. Y en tal extremo es ello así, que, no entendiéndolo, han los
de la derecha de responderle diciendo: ¿Cuándo Señor, te vimos con hambre, sin
hogar o encarcelado? Él les dirá: Lo que hicisteis con uno de mis pequeñuelos,
a mí lo hicisteis. A este modo, en nuestro cuerpo está la cabeza encima, los
pies en la tierra; sin embargo, cuando en algún apiñamiento y apretura de la
gente alguien te da un pisotón, ¿no dice la cabeza: 'Estás pisándome? Nadie te
ha pisado ni la cabeza ni lengua; están arriba, y a buen recaudo; nada malo les
ha sucedido; mas, porque de la cabeza a los pies reina la unidad, fruto de la
trabazón que produce la caridad, la lengua no se desentiende del interés común,
Antes bien, dice: 'Estás pisándome.” A esta manera dijo Cristo, la Cabeza a
quien nadie pisa: Tuve hambre, y disteisme de comer. ¿Cómo terminó? Entonces
aquéllos irán al fuego eterno, y los justos a la vida eterna.
En las palabras recién oídas
presentasenos el Señor, a la vez, como pastor
y puerta. Ambas cosas las tiene allí: Yo soy la puerta y Yo soy el pastor. Es
puerta en relación a la Cabeza visible de la Iglesia; es pastor en relación al
Cuerpo, a la Iglesia misma. En efecto, a Pedro, único sobre quien organiza la
Iglesia, le dice: Pedro, ¿me amas? El respondió: 'Señor, te amo.' Apacienta mis
ovejas. Y habiéndole dicho por tres veces: Pedro, ¿me amas?, entristecióse
Pedro a la tercera interrogación, como si quien había visto la intimidad del
negador no viese también ahora la fe del confesor. Habíale conocido siempre; habíale
conocido aun al tiempo en que Pedro se desconocía a sí mismo. No se conocía
éste cuando dijo: A tu lado estaré hasta morir. ¡Qué poco sabía él lo grave de su
enfermedad! No de otro modo ignoran frecuentemente los enfermos qué les pasa, y
sábelo el médico; no lo sabe quien lo tiene, y sábelo quien no lo tiene. .A la sazón,
el enfermo era Pedro, y médico el Señor. Aquél decía tener fuerzas, cuando, en
realidad, no las tenía; mas el Señor, tomándole el pulso, decía que había de
negarle tres veces. Y sucedió a la letra como el Doctor se lo había pronosticado,
no como adelantó, jactancioso, el enfermo. Si, pues, le pregunta el Salvador
después de la resurrección, no es porque ignorase la gran sinceridad del afecto
que Pedro tenía por El, sino para que una triple confesión de amor borrase la
triple negación del temor. Qué se le exige a Pedro. Luego demandar el Señor a
Pedro si le ama.: Pedro, ¿me amas?, es como decirle: ¿Qué me darás, qué harás
por mí en prueba de tu amor?' ¿Qué había Pedro de hacer en provecho del Señor
ya resucitado y a punto de subir a los cielos para sentarse a la diestra del Padre?
Era, pues, como decirle: 'Lo que me darás, lo que harás por mí, si me amas, es
apacentar mis ovejas; es entrar por la puerta y no encaramarte por otro lado.'
Oísteis cuando se leía el Evangelio: Quien entra por la puerta, ése es el
pastor; mas el que sube por otra parte, es ladrón y salteador, y su intención
desunirlas, desperdigarlas y llevárselas. ¿Quién entra por: la puerta? Quien
entra por Cristo. Y ¿quién es éste? Quien imita la pasión de Cristo, quien
conoce la humildad de Cristo; y, pues Dios se hizo por nosotros hombre, bien claro
está que no es Dios el hombre, sino hombre. Quien, en efecto, quiere dárselas
de Dios no siendo más que hombre, no imita ciertamente al que, siendo Dios, se
hizo hombre. A ti no se te dice: 'Sé algo menos de lo que eres', sino: 'Conoce
lo que eres.' Conócete enfermo, conócete hombre, conócete pecador, conoce ser
Dios quien justifica, conócete manchado. Pon al raso en la confesión la mancha de
tu corazón, y pertenecerás al rebaño de Cristo; la confesión de los pecados
suscitará en el Médico ganas de sanarte. El enfermo que dice: 'Yo no tengo
nada', no se preocupa del médico. ¿No habían subido al templo el fariseo y el
publicano? El primero se ufanaba de tener salud, el segundo mostrábale al Médico
las llagas; el primero decía: Dios, yo te doy gracias porque no soy como el
publicano este. Tomaba pie del vecino para remontarse; por donde, a estar sano
el publicano, le hubiera el fariseo mirado de reojo, porque no habría tenido
sobre quién empinarse. Mas ¿cómo llegó al templo aquel rostrituerto? Desde
luego, no estaba sano; mas, como se decía sano, no bajó curado. Al revés, el
otro, la vista en el suelo, sin atreverse a levantarla al cielo, hería sus
pechos diciendo: ¡Oh Dios!, sé propicio conmigo, pecador que yo soy. Y ¿qué dijo
el Señor? Digoos de verdad que bajó éste justificado del templo, y no el
fariseo. Porque todo el que se ensalza será humillado, y quien se humilla será
ensalzado. Luego los que se empinan quieren subir al aprisco por otro lado que por
la puerta; por la puerta entran en el redil los que se humillan. De ahí que
éste entra y el otro sube. Subir, como veis, es buscar las alturas, quien sube no
entra, sino que cae; mas quien se agacha para entrar por la puerta, ése no cae,
sino que es pastor.
Habla el Señor en el evangelio
este de tres suertes de personas, que debemos estudiar: el pastor, el
mercenario y el ladrón; y entiendo que, al sernos leído, advertisteis las características
con que designó al pastor, las del mercenario y las propias del ladrón. Del pastor
dijo que daba la vida por sus ovejas y entraba por la puerta; del salteador o
ladrón, que subían por otra parte; del mercenario afirmó que, en viendo que ve
al lobo o al ladrón, huye, porque no tiene amor a las ovejas: es mercenario, no
pastor verdadero. Entra éste por la puerta, por ser pastor; el ladrón sube por
otra parte, por ser ladrón; el mercenario, viendo a los que tratan de llevarse
las ovejas, teme y escapa, por ser mercenario, porque le tienen sin cuidado las
ovejas: al fin es mercenario. Si diésemos con estas tres personas, habría
vuestra santidad hallado a quiénes ha de amar, a quiénes tolerar y a quiénes
esquivar. Ha de ser amado el pastor, tolerado el mercenario, esquivado el
ladrón. Hay en la Iglesia hombres que, según decir del Apóstol, anuncian el
Evangelio ex occasione, buscando de los
hombres su propia medra, ya en dinero, ya en honores, ya en alabanzas humanas.
Buscando a toda costa sus personales ventajas, no miran, al predicar, tanto a
la salud de aquellos a quienes predican como a sus particulares emolumentos. Mas
quien oye la salud a quien no tiene salud, si creyere en aquel a quien ese tal
anuncia, sin poner la esperanza en aquel por quien la salud le es anunciada, quien
anuncia, saldrá perdiendo; aquel a quien se anuncia, saldrá ganando.
Sermón 137 (San Agustín, Obras X, B.A.C (2ª
Ed.) Madrid: 1965, pp. 649-655)
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