24 octubre 2012

Religión y ética en Miguel de Cervantes (I)


Francisco Javier Bernad Morales

Todos hemos escuchado en alguna ocasión a quien contrariado por la intromisión de la Iglesia o, por extensión, de otra autoridad en sus asuntos, exclama, creyendo citar a Cervantes: “Con la Iglesia hemos topado.” La referencia, por más que repetida es inexacta, pues no solo saca una frase de contexto, sino que además altera una de las palabras que la conforman. Lo narrado en el capítulo IX de la II parte del Quijote no se presta a una interpretación anticlerical a menos que violentemos su sentido. Al entrar, ya avanzada la noche, en El Toboso, el hidalgo percibe un gran edificio que destaca entre las sombras y a él se encamina  tomándolo por el alcázar de Dulcinea; mas al aproximarse descubre que se ha equivocado. Es entonces cuando dice: “Con la iglesia hemos dado, Sancho.”
Hay en la obra de Cervantes suficientes elementos como para que podamos hacernos una idea, más allá de estereotipos,  de una sensibilidad religiosa que gran parte de los estudiosos, entre ellos Américo Castro, Marcel Bataillon y José Luis Abellán, no han dudado en calificar de erasmista. Son múltiples los ejemplos que pueden aducirse en este sentido, pero quizá el más significativo, por más que Américo Castro no lo vea de esta manera, es el encuentro con don Diego de Miranda, el Caballero del Verde Gabán (II, XVI). Se nos muestra este como un personaje discreto y acomodado; dado a la caridad, pero contrario a hacer ostentación de ella; íntimamente devoto, sin aparatosos excesos; aficionado a la lectura, frecuenta más los libros profanos que los piadosos, aunque no desdeñe estos; en fin, contrario a toda maledicencia y amigo de compartir la mesa con sus vecinos y de poner paz entre los enemistados. Sancho, emocionado, no puede por menos que besarle los pies y cuando este inquiere la razón de tan extraña conducta, responde: “porque me parece vuesa merced el primer santo a la jineta que he visto en todos los días de mi vida”. Como ya señaló  Bataillon[1], don Diego de Miranda encarna el ideal moral y religioso del autor, que no es otro que la aurea mediocritas erasmista. Un modelo que tendrá larga vigencia en las letras españolas, pues José Cadalso[2] lo revivirá en el siglo XVIII  y aún a finales del XIX, inspirará a Benito Pérez Galdós la figura de Demetria de Castro en la tercera serie de los Episodios Nacionales.
Sin duda, Cervantes se mantiene dentro de la ortodoxia, pero su religiosidad reviste una interioridad y un sentido ético que nos hacen recordar las palabras de Erasmo: “Cristiano no es el que recibe el sacramento del bautismo y el de la confirmación, el que oye misa, sino el que abraza a Cristo con sus afectos más íntimos y reproduce su imagen mediante obras de piedad[3].”
Según José Luis Abellán[4] elementos sustanciales de El Quijote se inspiran en el Elogio de la locura. No falta en la obra cervantina el retrato satírico de los frailes que se procuran un buen pasar o la pintura particularmente antipática del capellán de los duques, un hombre con una ridícula estrechez de miras. No cabe, empero, concluir de aquí que Cervantes mantenga posiciones anticlericales. En contra puede aducirse la figura del cura de la aldea, amigo del protagonista y persona de buen juicio. No hay crítica de los eclesiásticos en cuanto tales, sino de determinados comportamientos que se apartan de lo que el autor entiende como piedad evangélica y, en contraste, reivindicación de la figura de laicos ejemplares, tales como don Diego de Miranda y, pese a su locura, el mismo don Quijote. En suma, un eco de la famosa sentencia de Erasmo: Monachatus non est pietas.




[1] BATAILLON, Marcel, Erasmo y España, Madrid, Fondo de Cultura Económica, 1983, p. 792. La primera edición en francés es de 1937.
[2] CADALSO, José, Cartas marruecas, carta LXIX, Madrid. Editora Nacional, 1980.
[3] ERASMO DE ROTTERDAM, Educación del príncipe cristiano, Barcelona, Orbis, 1985, p. 35.
[4] ABELLÁN, José Luis, El erasmismo español, Madrid, Espasa Calpe, 1982, p. 270

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