En una ocasión en que Pablo se
encontraba en una gran indigencia, preso por la confesión de la verdad, los
hermanos le enviaron con qué remediar su indigente necesidad. El les dio las
gracias y les dijo: Al socorrer mis necesidades, habéis obrado bien. Yo he
aprendido a arreglarme en toda circunstancia. Sé vivir en pobreza y abundancia.
Todo lo puedo en aquel que me conforta. En todo caso, hicisteis bien en
compartir mi tribulación.
Porque trataba de darles a
entender lo que se proponía, a propósito del bien que ellos habían hecho, y no
quería ser entre ellos uno de esos que se apacientan a sí mismos en vez de a
las ovejas, por eso, más que alegrarse de que hubiesen acudido a remediar su
necesidad, quiso congratularse de su fecundidad en buenas obras. ¿Qué era
entonces lo que pretendía? No es que yo busque regalos, busco que los intereses
se acumulen en vuestra cuenta. «Y no para quedar yo repleto –venía a decirles–,
sino para que vosotros no os quedéis desprovistos».
Así, pues, quienes no puedan,
como Pablo, sostenerse con el trabajo de sus manos, no duden en aceptar la
leche de las ovejas, para sustentarse en sus necesidades, pero que no se
olviden de las ovejas débiles. No han de buscar esto como ventaja suya, como si
anunciasen el Evangelio para remedio de su pobreza, sino con el fin de poder
entregarse a la preparación de la palabra de verdad con la que han de iluminar
a los hombres. Pues son como luminarias, según está dicho: Tened ceñida la
cintura y encendidas las lámparas; y: No se enciende una lámpara para meterla
debajo del celemín, sino para ponerla en el candelero y que alumbre a todos los
de la casa. Alumbre así vuestra luz a los hombres, para que vean vuestras
buenas obras y den gloria a vuestro Padre que está en el cielo.
Si en tu casa se encendiera una
lámpara, ¿no le pondrías aceite para que no se apagara? Y, si, después de
ponerle aceite, la lámpara no alumbrara, no se la colocaría en el candelero,
sino que inmediatamente se la tiraría. La necesidad autoriza, pues, a aceptar,
y la caridad, a dar los medios necesarios para la subsistencia. Y ello no
porque el Evangelio sea algo banal, como si lo recibido como medio de vida por
quienes lo anuncian fuera su precio. Si así lo estuvieran vendiendo, lo
estarían malvendiendo. En efecto, si el sustento de sus necesidades han de
recibirlo del pueblo, el premio de su entrega es de Dios de quien tienen que
aguardarlo. Pues el pueblo no puede otorgar la recompensa a quienes le sirven
en la caridad del Evangelio. Éstos no aguardan su premio sino del mismo Señor
de quien el pueblo espera su salvación.
Entonces, ¿por qué se increpa y
acusa a aquellos pastores? Porque, mientras bebían la leche y se vestían con la
lana de las ovejas, no se ocupaban de ellas. Buscaban, pues, su interés, no el
de Jesucristo. , Sermón sobre los pastores
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