También nosotros recibimos alivio en nuestro ministerio apostólico
de su especial y constante protección, y nunca nos vemos desprovistos de su
ayuda. Es tal, en efecto, la solidez de los cimientos sobre los que se levanta
el edificio de la Iglesia que, por muy grande que sea la mole del edificio que
sostienen, no se resquebrajan.
La firmeza de aquella fe del príncipe de los apóstoles, que mereció ser alabada por el Señor, es eterna. Y así como persiste lo que Pedro afirmó de Cristo, así permanece también lo que Cristo edificó sobre Pedro. Permanece, pues, lo que la Verdad dispuso, y el bienaventurado Pedro, firme en aquella solidez de piedra que le fue otorgada, no ha abandonado el timón de la Iglesia que el Señor le encomendara.
La firmeza de aquella fe del príncipe de los apóstoles, que mereció ser alabada por el Señor, es eterna. Y así como persiste lo que Pedro afirmó de Cristo, así permanece también lo que Cristo edificó sobre Pedro. Permanece, pues, lo que la Verdad dispuso, y el bienaventurado Pedro, firme en aquella solidez de piedra que le fue otorgada, no ha abandonado el timón de la Iglesia que el Señor le encomendara.
Pedro ha sido colocado por encima de todo, de tal forma que
en los mismos nombres que tiene podemos conocer hasta qué punto estaba unido a
Cristo: él, en efecto, es llamado: piedra, fundamento, portero del reino de los
cielos, árbitro de lo que hay que atar y desatar; por ello, hay que acatar en
los cielos el fallo de las sentencias que él da en la tierra.
Pedro sigue ahora cumpliendo con mayor plenitud y eficacia la misión que le fue encomendada, y, glorificado en Cristo y con Cristo, continúa ejerciendo los servicios que le fueron confiados.
Pedro sigue ahora cumpliendo con mayor plenitud y eficacia la misión que le fue encomendada, y, glorificado en Cristo y con Cristo, continúa ejerciendo los servicios que le fueron confiados.
Si, pues, hacemos algo rectamente y lo ejecutamos con
prudencia, si algo alcanzamos de la misericordia divina con nuestra oración
cotidiana, es en virtud y por los méritos de aquel cuyo poder pervive en esta
sede cuya autoridad brilla en la misma.
Todo ello es fruto, amados hermanos, de aquella confesión
que, inspirada por el Padre en el corazón de Pedro, supera todas las
incertidumbres de las opiniones humanas y alcanza la firmeza de la roca que no
será nunca cuarteada por ninguna violencia.
En toda la Iglesia, Pedro confiesa diariamente: Tú eres el
Mesías, el Hijo de Dios vivo, y toda lengua que confiesa al Señor está guiada
por el magisterio de esta confesión.
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