Francisco Javier Bernad Morales
A la
narración de los reproches de Natán, sigue en II Samuel la de los
infortunios de la casa de David. Comienzan estos cuando Amnón, uno de los hijos
del rey se encapricha de su medio hermana Tamar y se finge enfermo para poder
quedarse a solas con ella, momento que aprovecha para violarla. La muchacha
cuenta lo sucedido a su hermano Absalón, quien le pide que guarde silencio en
espera de que llegue un momento adecuado para vengarse. Eso no impide que David
se entere, pero aunque se indigna, llevado por esa indulgencia hacia sus hijos
a que me he referido anteriormente, decide no castigar a su primogénito. Pasan
así dos años de aparente calma hasta que Absalón asesina a Amnón a quien ha
invitado a una fiesta. A continuación busca refugio junto al rey de Gesur.
También
a Absalón termina David por perdonarle, después de que Joab interceda en su
favor. Sin embargo, el príncipe desde su retorno comienza a conspirar para
hacerse con el trono, lo que lleva a que finalmente sea proclamado rey en
Hebrón. Ante eso, David decide huir al
otro lado del Jordán, donde organiza la defensa. Incluso en esos momentos,
cuando se prepara el enfrentamiento final entre ambos, da el rey la orden de
que no se maltrate a Absalón si es capturado. Esto no impide que Joab, como
antes había hecho con Abner, le dé muerte en un claro desafío a la autoridad
real. David cuando recibe la noticia llora amargamente:
-¡Hijo mío Absalón! ¡Quién me diera haber muerto en tu lugar! ¡Absalón,
hijo mío, hijo mío!
(II Samuel, 19, 1).
En
cuanto a Joab, no solo no es castigado por su abierta desobediencia, sino que
se permite hablar de forma altanera al rey:
-En verdad hoy he comprendido que si Absalón estuviera vivo, aunque
todos nosotros nos halláramos hoy muertos, la cosa resultaría bien a tus ojos (II Samuel, 19, 7).
Poco
después, Joab también asesina, de nuevo sin consecuencias, a Amasá, uno de los
generales de Absalón a quien David ha admitido a su servicio. Será finalmente
Salomón, cuando acceda al trono tras la muerte de su padre, quien haga matar a
Joab acusado de haber apoyado en la sucesión a otro de los hijos de David,
Adonías, que también es ejecutado.
La tragedia
de la casa de David ha inspirado dos piezas teatrales de nuestro Siglo de Oro: La venganza de Tamar de Tirso de Molina
y Los cabellos de Absalón de Calderón
de la Barca. También García Lorca escribió sobre ella el romance Tamar y Amnón.
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