Por José María Martín OSA
1.- La humildad nos permite encontrar a Dios y al hermano. El pasaje del Libro de la Sabiduría o Sirácida hace una
reflexión sobre dos cualidades o virtudes humanas que inciden con claridad en
la vida religiosa: la humildad y la caridad. El mensaje es claro: la actitud
del verdadero humilde es más apreciable que la de aquel que derrocha sus bienes
con orgullo. Esta humildad bíblica comporta tres aspectos. En primer lugar, la
humildad es una justa apreciación del valor y de la grandeza del hombre. Sólo
el que es humilde puede ver como grandes a los demás. Además, la humildad en la
fe introduce al creyente en lo más hondo del mensaje: en Dios mismo.
Finalmente, Dios recibe gloria por boca del humilde. El autor reflexiona por
antítesis sobre el orgullo para mostrar el valor de la verdadera humildad. El
orgullo es el mal fundamental y se manifiesta por la obstinación del corazón.
Es incurable cuando se le ha dejado echar raíces y cuando se cierra al remedio.
El que desprecia la vida de los demás, despreciará su propia vida y terminará
despreciando al mismo Dios. Jesús ha mostrado un camino de este tipo cuando se
ha propuesto como modelo de humildad evangélica
2.- Ser humilde es
“andar en verdad”. El
que es sabio desea una forma de ser capaz de discernir con exactitud y verdad
lo que es él mismo y los demás. No es la humildad un falso esconder la cabeza
debajo del ala, sino una justa apreciación de los demás y de sí mismo, así como
una apertura hacia Dios porque nos sabemos limitados de verdad. Santa Teresa
dio una buena definición de humildad: “Andar en verdad”. Ni más ni menos. Saber
ser lo que uno es y saber luchar por ser lo que Dios espera que seamos.
Aceptando la verdad. Viviendo verazmente. Sin enaltecerse, sin elevarse, sin
darse importancia, sin engreírse, sin considerarse autosuficiente, etc. Aceptar
la verdad pura y simplemente. Esta humildad es un valor evangélico y por eso
Jesús emplea ahí una fórmula solemne: "Dichoso tú", como una
bienaventuranza más.
3.- Jesús nos pide una
humildad de corazón. Era costumbre en aquellos tiempos y
lugares invitar de vez en cuando a un rabino para conversar durante la comida
sobre algún punto de interés religioso. En esta ocasión había allí otros
invitados, amigos de este personaje y fariseos lo mismo que él. Y todos éstos
"espiaban" a Jesús. Este detalle demuestra que no había sido invitado
de corazón, sino únicamente como pretexto para ver si podían sorprenderle en
algún fallo. Jesús ve cómo los comensales se disputan los primeros puestos. El
deseo de figurar era una de los defectos típicos de los fariseos. Recordemos,
sin embargo, que Jesús en la Ultima Cena ocuparía el último lugar, el de los
siervos, y lavaría los pies a sus discípulos; recordemos, sobre todo, que al
día siguiente descendería mucho más al ser colgado en la cruz entre dos
ladrones y que, por eso mismo, fue exaltado a la diestra del Padre. Jesús nos
pide una humildad de corazón, lo mismo que pide la conversión interior y no
sólo exterior. Jesús quiere decir que el amor auténtico se muestra cuando se
ejerce sin esperar recompensa alguna. El que invita a los pobres no puede
esperar ser invitado por ellos en otra ocasión. Invitar a los pobres sería
tanto como sentarse a la mesa de los pobres, solidarizarse con ellos, sería
amarles de tal manera que uno pudiera esperar también entrar con ellos en el
Reino que les ha sido prometido.
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