Francisco Javier Bernad Morales
Generación Mao (Barcelona,
Planeta, 2009), escrito por Xinran, constituye un testimonio estremecedor del
espejismo totalitario. Al modo de Los que
susurran, de Orlando Figes, la obra se construye a partir de una serie de
entrevistas; en este caso, no con supervivientes del Gulag, sino con veteranos que vivieron las grandes transformaciones
de la China del siglo XX. Son relatos diversos, aunque podríamos aislar algunos
rasgos compartidos. Llama sobre todo la atención, la dificultad, casi
imposibilidad, que estos ancianos encuentran para comunicar a sus hijos y
nietos aquello que han vivido. De no ser por Xinran, que les obliga a bucear en
el recuerdo, su memoria se desvanecería y pronto un heroísmo y un sufrimiento
que forman parte de la base de nuestro mundo caerían en un absoluto olvido. Son
vidas obviamente distintas, pero unidas conforman un poliedro en el que se
encierran las ilusiones, espejismos y atrocidades del siglo XX. No es hoy mi
intención entrar en un análisis pormenorizado del libro. Me limitaré a llamar
la atención sobre una de las historias tan trágicas como entrañables que
contiene. La de quienes, según la propia autora, constituyen un matrimonio
distinguido: el señor y la señora You.
Hablemos primero de él. Estudiante aventajado de Física
opta, a instancias del Partido, por la Geofísica, y marcha a completar su
formación a Moscú. Son los años inmediatamente posteriores al triunfo de la
Revolución y las relaciones sinosoviéticas aún son buenas. Al regreso le
esperan importantes puestos como encargado de las prospecciones petrolíferas en
diversas regiones a cual más inhóspita. Es un hombre tenaz e inagotable, hasta
el punto de que recibe el título de Héroe
del trabajo, algo que supone un magnífico premio: la colección de las obras
completas de Mao. Su vida es dura. Se aloja en barracones o tiendas de campaña
y, pese a su prestigio y a su capacidad, apenas obtiene la ración de alimentos
necesaria para mantener la vida. El único combustible son boñigas de vaca. Y,
sin embargo, You es un privilegiado, un cuadro dirigente del Partido, un
científico famoso, no uno de esos miserables condenados a la rehabilitación
mediante el trabajo.
Ocupémonos ahora de su esposa. Apenas adolescente, marcha a
cientos de kilómetros del hogar para proseguir los estudios y luego se alista
voluntariamente en un destacamento de prospección petrolífera. No juzga
necesario visitar a sus padres para despedirse o siquiera informarlos de su
decisión. Allá, en el lejano Xian, conocerá a quien pronto será su marido. Las
costumbres han cambiado y el matrimonio ya no se concierta en la infancia
mediante acuerdo entre las familias. Los activistas solo precisan la
autorización del Partido. Aún casados, los esposos duermen separados: él en el
pabellón de los hombres; ella en el de las mujeres. Hay una habitación que
durante unas horas pueden compartir tras solicitarlo y esperar a que les llegue
el turno. Así los You engendran a tres hijos, que son enviados rápidamente junto
a los abuelos, pues las tareas revolucionarias les impiden ocuparse de ellos.
Y, sin embargo, se diría que son felices. Se han entregado
en cuerpo y alma a la revolución y no precisan otra recompensa. Pero un día el
señor You se convierte repentinamente en sospechoso: ha estudiado en la Unión
Soviética y posee un receptor de radio. Los Guardias Rojos lo acosan como
contrarrevolucionario. Pierde sus puestos de responsabilidad y se ve obligado a
trabajar como mecánico. A sus hijos, que viven a miles de kilómetros y a los
que apenas conoce, se les prohíbe la asistencia a la escuela. Luego, tras la
muerte de Mao, vendrá la rehabilitación. De nuevo, los cargos importantes.
Ahora incluso el dinero. Pero una barrera infranqueable se alza entre los You y
sus hijos. Esos niños a quienes ignoraron, absorbidos como estaban en la
edificación del mundo socialista; esas criaturas confiadas al sacrificio de
unos abuelos silenciosos, a las que imaginarios pecados de sus padres privaron
del acceso a la educación. En su vejez, los You sienten un inmenso
remordimiento. Saben ahora que entre la Revolución y los hijos se equivocaron
al elegir y entienden que causaron un mal que ya no pueden remediar.
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