Hoy nuestro Señor Jesucristo ha subido al cielo; suba
también con él nuestro corazón. Oigamos lo que nos dice el Apóstol: Si habéis
sido resucitados con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde Cristo está
sentado a la diestra de Dios. Poned vuestro corazón en las cosas del cielo, no
en las de la tierra. Pues, del mismo modo que él subió sin alejarse por ello de
nosotros, así también nosotros estamos ya con él allí, aunque todavía no se
haya realizado en nuestro cuerpo lo que se nos promete.
Él ha sido elevado ya a lo más alto de los cielos; sin
embargo, continúa sufriendo en la tierra a través de las fatigas que
experimentan sus miembros. Así lo atestiguó con aquella voz bajada del cielo:
Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? Y también: Tuve hambre y me disteis de
comer. ¿Por qué no trabajamos nosotros también aquí en la tierra, de manera
que, por la fe, la esperanza y la caridad que nos unen a él, descansemos ya con
él en los cielos? Él está allí, pero continúa estando con nosotros; asimismo,
nosotros, estando aquí, estamos también con él. Él está con nosotros por su
divinidad, por su poder, por su amor; nosotros, aunque no podemos realizar esto
como él por la divinidad, lo podemos sin embargo por el amor hacia él.
Él, cuando bajó a nosotros, no dejó el cielo; tampoco nos ha
dejado a nosotros, al volver al cielo. Él mismo asegura que no dejó el cielo
mientras estaba con nosotros, pues que afirma: Nadie ha subido al cielo sino
aquel que ha bajado del cielo, el Hijo del hombre, que está en el cielo. Esto lo
dice en razón de la unidad que existe entre él, nuestra cabeza, y nosotros, su
cuerpo. Y nadie, excepto él, podría decirlo, ya que nosotros estamos
identificados con él, en virtud de que él, por nuestra causa, se hizo Hijo del
hombre, y nosotros, por él, hemos sido hechos hijos de Dios.
En este sentido dice el Apóstol: Lo mismo que el cuerpo es
uno y tiene muchos miembros, y todos los miembros del cuerpo, a pesar de ser
muchos, son un solo cuerpo, así es también Cristo. No dice: "Así es
Cristo", sino: Así es también Cristo. Por tanto, Cristo es un solo cuerpo
formado por muchos miembros. Bajó, pues, del cielo, por su misericordia, pero
ya no subió él solo, puesto que nosotros subimos también en él por la gracia.
Así, pues, Cristo descendió él solo, pero ya no ascendió él solo; no es que
queramos confundir la divinidad de la cabeza con la del cuerpo, pero sí
afirmamos que la unidad de todo el cuerpo pide que éste no sea separado de su
cabeza.
De los Sermones de San Agustín, obispo
No hay comentarios:
Publicar un comentario