29 junio 2014

Las meditaciones de Marco Aurelio (I)

Francisco Javier Bernad Morales

Damos el nombre de Meditaciones a un conjunto de pensamientos que Marco Aurelio, emperador entre los años 161 y 180, escribió en los tiempos en que se veía obligado a combatir en el limes del Danubio contra cuados y marcomanos. En ellos se refleja su delicada sensibilidad y profundo sentido moral, así como su identificación con la filosofía estoica, de la que a menudo es considerado el último gran representante. No se trata de una obra sistemática, sino de una serie de anotaciones realizadas en los descansos  entre combates. Quizá sea una visión exagerada y romántica, pero al leerlas es fácil imaginarlo tras un día turbulento, recogido en su tienda de campaña, intentando abstraerse del enloquecido fluir de los acontecimientos para, a solas con lo que llama su guía interior indagar los principios morales a los que ha de someter sus actos.

Una lectura superficial podría hacernos creer que las concepciones éticas de Marco Aurelio se hallan próximas al cristianismo y al judaísmo. Así encontramos expresiones tales como: “El alma racional […] se caracteriza por el amor al prójimo” (XI, 1), “Ama a la humanidad. Toma a Dios como guía” (VII, 31), “Ama sinceramente a los hombres con los que te ha tocado vivir” (VI, 39) o “Es propio del hombre amar incluso a quienes lo ofenden” (VII, 22), que nos recuerdan palabras de Jesús de Nazaret o Rabí Akiba. Otras hacen que evoquemos el Eclesiastés (Kohélet): “Piensa constantemente que todo lo que ocurre ya ha sucedido en el pasado y volverá a ocurrir” (X, 27), “Es posible prever el futuro contemplando los hechos del pasado y del presente. Siempre será lo mismo” (VII, 49) o “No hay nada nuevo” (VII, 1). Son semejanzas que no deben ofuscarnos.

No nos engañemos. El universo mental del emperador permanece ajeno al judaísmo y al cristianismo, pues en él no queda lugar para la trascendencia o para la idea de un Dios personal. El destino individual está inexorablemente fijado por factores inmanentes: “Lo que te ocurre te estaba preparado desde la eternidad. La concatenación causal ha trenzado desde siempre tu existencia con lo que te sucede.” (X, 5). La providencia, a la que a menudo se refiere, no es más que ese forzoso devenir al que nada puede sustraerse. Obviamente cabría preguntarse por el motivo que puede llevar a reflexionar sobre la moral y a escribir discursos parenéticos, si todo está determinado. Marco Aurelio no lo hace, aunque quizá pudiera contestar que ese es su destino.

El hombre debe someterse a lo establecido por la naturaleza. Si se lamenta por los supuestos males que le afligen, se queja de los dioses, pues estos, como siempre en el paganismo, se identifican con aquella. Todo está dispuesto y solo cuando somos capaces de comprenderlo así y, en consecuencia, obrar siguiendo lo que la naturaleza nos marca, nos comportamos como auténticos seres humanos. Es la ignorancia lo que lleva al mal: “si hacen lo que es correcto, no debes quejarte, y si yerran, claramente actúan de forma involuntaria y en ignorancia, pues ningún alma quiere verse privada de la verdad, ni de tratar cada cosa conforme a su valor.” (XI, 18). Diecisiete siglos después, otro filósofo inmanentista, Friedrich Engels, glosando a Hegel, escribiría: “La libertad consiste […] en esa soberanía sobre nosotros mismos y sobre el mundo exterior, fundada en el conocimiento de las leyes necesarias de la naturaleza”[1].

Sin embargo, y aunque sea fácil detectar la proximidad entre ambas ideas, lo que en el caso de Engels y de Marx empuja a la acción, tal como expone la XI tesis sobre Feuerbach: “Los filósofos no han hecho más que interpretar de diversos modo el mundo, pero de lo que se trata es de transformarlo”[2]; en el de Marco Aurelio parece llevar a una actitud casi budista: “Borrar la imaginación, reprimir el impulso, apagar el deseo, mantener el autocontrol”. (IX, 7). En cualquier caso, de estas palabras no hay que deducir que el emperador predique la pasividad, algo incongruente en quien llevó una vida enormemente activa. Eso sería dar a la frase un alcance que no tiene. Con su exhortación pretende que los actos estén regidos exclusivamente por la razón.





[1] ENGELS, Friedrich. Anti-Dühring. Madrid, Ciencia Nueva, 1968, p. 127.
[2] MARX, K. y ENGELS, F. Tesis sobre Feuerbach y otros escritos filosóficos. Barcelona Grijalbo, 1974, p. 12.

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