San Agustín
Habéis oído cómo Dios practica la misericordia y la
justicia; practica tú también la misericordia y la justicia. ¿Es que acaso
pertenecen sólo a Dios y a los hombres no? Si no pertenecieran también a los
hombres, no habría dicho el Señor a los fariseos: Habéis descuidado lo
principal de la Ley: la misericordia y la justicia. Así que también te
pertenecen a ti la misericordia y la justicia. No vayas a pensar que sólo tiene
que ver contigo la misericordia y no la justicia. A veces oirás que hay una
causa pendiente entre dos, uno de ellos rico y el otro pobre; y sucede que el
pobre resulta culpable y el rico inocente; entonces tú, poco experto en el
Reino de Dios, crees hacer una buena obra compadeciéndote del pobre, y te pones
a encubrir y ocultar su delito, como queriéndolo justificar, como si mereciese
la absolución. Y suponiendo que alguien te reprendiese por haberte equivocado
en tu sentencia, le respondes movido por la misericordia: - Sí, ya lo sé; pero
se trata de un pobre, y debo tener con él compasión. ¿Cómo es que has mantenido
la misericordia, dejando a un lado la justicia? Pero dirás: ¿Y cómo iba a
descuidar la misericordia, por mantener la justicia? ¿Iba a sentenciar contra
el pobre, que no tenía con qué pagar la multa; y si tenía, después no le quedaba
con qué vivir? Tu Dios te dice: No hagas acepción de personas en el juicio del
pobre. Sí, es cierto que comprendemos fácilmente la advertencia de no
favorecer al rico. Esto lo ve cualquiera, ¡y ojalá lo llevaran todos a la
práctica! La falta está en querer agradar a Dios favoreciendo judicialmente la
persona del pobre, y diciéndole a Dios: - He ayudado a un pobre. No, deberías
haber mantenido las dos cosas: la misericordia y la justicia. En primer lugar
¿qué clase de misericordia has tenido con aquél, cuyo delito has amparado? Sí,
le favoreciste en la bolsa, pero le has herido el corazón; ese pobre continúa
siendo un delincuente; y tanto más delincuente, cuanto que se ha visto
favorecido por ti en su maldad, como si fuera un hombre honrado. Se apartó de
ti favorecido injustamente, y quedó justamente condenado por Dios. ¿Qué clase
de misericordia has tenido con él, si terminaste haciéndolo culpable? Has
resultado más cruel que misericordioso. ¿Y qué iba a hacer?, preguntarás. En
primer lugar juzgar según la causa: reprender al pobre y conmover al rico. Una
cosa es juzgar, y otra suplicar. Cuando el rico aquel viera que habías
respetado la justicia, y que el pobre no había erguido la cerviz, sino que le
habías dado una justa reprensión proporcional a su delito, ¿no se inclinaría
hacia la misericordia, por tu petición, él, que estaba contento de la sentencia
de tu juicio?
Comentario al Salmo 32, Comentario 2, Sermón 1º
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