09 junio 2014

Epístolas morales a Lucilio (II)

Francisco Javier Bernad Morales

Las ideas éticas de Séneca han ejercido desde antiguo un poderoso atractivo sobre numerosos autores cristianos, hasta el punto de que surgió la leyenda de que había sido convertido y bautizado por San Pablo. Incluso llegó a circular la supuesta correspondencia intercambiada entre ambos. En realidad, una falsificación tardía. Sin dar crédito a tales historias, Ismael Roca Meliá, en su introducción a las Epístolas para la editorial Gredos, apunta  resonancias de Séneca en el pensamiento cristiano y viceversa. Lo primero es indudable, lo segundo altamente improbable. En apoyo de su sugerencia, en realidad una atenuación de la expresada anteriormente por Scarpat[1], según la cual si no se puede admitir que Séneca conociera el judaísmo y el cristianismo, tampoco se puede afirmar lo contrario; menciona la posibilidad de que el filósofo entablara relación con cristianos en la corte imperial. Una curiosa coincidencia ha dado pábulo a suposiciones de este tipo. Cuando San Pablo predicaba en Corinto, fue denunciado por las autoridades de la singagoga ante el procónsul de Acaya, Galión, hermano de Séneca, quien se desentendió del asunto:

Si fuera un crimen o un delito grave, yo os atendería, como es lógico; pero si son discusiones sobre doctrina, nombres y vuestra ley, vosotros veréis; no quiero yo ser juez de esas cosas (Hch 18, 14).

Incidentalmente cabe señalar que las palabras del procónsul indican que para él se trataba de una querella interna entre judíos. Algo totalmente coherente en un tiempo en que el cristianismo aún no se había afirmado como religión independiente. Pero volviendo a lo que nos ocupa, nada en la obra de Séneca demuestra que conociera o al menos sintiera curiosidad por otra cultura que la grecorromana. En sus cartas hay constantes referencias a los estoicos, a Platón, a Epicuro y a los cínicos. Los personajes presentados como ejemplo de virtud son Sócrates, Mucio Escévola, Marco Atilio Régulo y, sobre todo, Catón de Útica. Ningún indicio de otras influencias. El Tanaj, lo que los cristianos llamamos Antiguo Testamento, parece haberle sido totalmente ajeno.

En el breve tratado De Providentia, escrito en los mismos años que las epístolas a Lucilio y también a él dirigido, reflexiona Séneca sobre el sufrimiento del justo. Para él, como todo en el universo, se trata de algo así dispuesto por la Providencia. De esta manera adquieren vigor las almas nobles y se alejan del verdadero mal, que no es otro que el alejamiento de la virtud. La pobreza, el dolor, incluso la muerte, al contrario que los vicios, en realidad no nos dañan, pues solo afectan al cuerpo. Una actitud contraria a la de Job, quien proclama su inocencia, se rebela y llega incluso a pedir explicaciones al Señor. Aquí tocamos un punto clave. Judíos y cristianos creemos en un Dios personal, que libera a su pueblo de la esclavitud y lo guía por el desierto, que establece con él una Alianza y le entrega la Tierra Prometida. Un Dios creador y trascendente, que, sin embargo, actúa en el mundo. Un Dios con el que es posible el diálogo. Séneca no cree, desde luego, en unas fábulas mitológicas totalmente desacreditadas entre la gente culta de su tiempo. Aunque incidentalmente hable de los dioses, cuando trata de asuntos realmente importantes no se refiere a ellos, sino a Dios. En este sentido, como la mayor parte de los filósofos antiguos está muy cerca del monoteísmo. Los distintos dioses serían en todo caso apariencias parciales del único Dios. Sin embargo, este se concibe como una esencia que impregna y anima el universo.  Como una energía de la que todo participa. Una fuerza que no es creadora y que tampoco es personal y con la que, por tanto, no existe posibilidad de diálogo. Se trata, en definitiva, de una concepción inmanentista de la divinidad.

Ante la suerte del alma tras la muerte, Séneca suspende el juicio, quizá se desvanezca o quizá persista en otra forma de existencia, pero la creencia farisea y cristiana en la resurrección de los cuerpos le habría parecido totalmente aberrante a su mentalidad pagana.





[1] “Il pensiero religioso di Seneca e l’ambiente ebraico e crisitiano” Brescia. 1977.

No hay comentarios:

Publicar un comentario