30 junio 2014

Meditación sobre la confesión de Pedro

Benedicto XVI

Estos textos dicen claramente que la integridad de la fe cristiana se da en la confesión de san Pedro, iluminada por la enseñanza de Jesús sobre su "camino" hacia la gloria, es decir, sobre su modo absolutamente singular de ser el Mesías y el Hijo de Dios. Un "camino" estrecho, un "modo" escandaloso para los discípulos de todos los tiempos, que inevitablemente se inclinan a pensar según los hombres y no según Dios (cf. Mt 16, 23). También hoy, como en tiempos de Jesús, no basta poseer la correcta confesión de fe:  es necesario aprender siempre de nuevo del Señor el modo propio como él es el Salvador y el camino por el que debemos seguirlo.
En efecto, debemos reconocer que, también para el creyente, la cruz es siempre difícil de aceptar. El instinto impulsa a evitarla, y el tentador induce a pensar que es más sabio tratar de salvarse a sí mismos, más bien que perder la propia vida por fidelidad al amor, por fidelidad al Hijo de Dios que se hizo hombre.
¿Qué era difícil de aceptar para la gente a la que Jesús hablaba? ¿Qué sigue siéndolo también para mucha gente hoy en día? Es difícil de aceptar el hecho de que pretende ser no sólo uno de los profetas, sino el Hijo de Dios, y reivindica la autoridad misma de Dios. Escuchándolo predicar, viéndolo sanar a los enfermos, evangelizar a los pequeños y a los pobres, y reconciliar a los pecadores, los discípulos llegaron poco a poco a comprender que era el Mesías en el sentido más alto del término, es decir, no sólo un hombre enviado por Dios, sino Dios mismo hecho hombre.

Claramente, todo esto era más grande que ellos, superaba su capacidad de comprender. Podían expresar su fe con los títulos de la tradición judía: "Cristo", "Hijo de Dios", "Señor". Pero para aceptar verdaderamente la realidad, en cierto modo debían redescubrir esos títulos en su verdad más profunda: Jesús mismo con su vida nos reveló su sentido pleno, siempre sorprendente, incluso paradójico con respecto a las concepciones corrientes. Y la fe de los discípulos debió adecuarse progresivamente. Esta fe se nos presenta como una peregrinación que tiene su origen en la experiencia del Jesús histórico y encuentra su fundamento en el misterio pascual, pero después debe seguir avanzando gracias a la acción del Espíritu Santo. Esta ha sido también la fe de la Iglesia a lo largo de la historia; y esta es también nuestra fe, la fe de los cristianos de hoy. Sólidamente fundada en la "roca" de Pedro, es una peregrinación hacia la plenitud de  la  verdad  que el pescador de Galilea profesó con convicción apasionada:  "Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo" (Mt 16, 16).

Fragmento de la Homilía de Benedicto XVI en la Solemnidad de San Pedro y San Pablo, 29 de junio de 2007.

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