Estos textos dicen claramente que la integridad de la fe
cristiana se da en la confesión de san Pedro, iluminada por la enseñanza de
Jesús sobre su "camino" hacia la gloria, es decir, sobre su modo
absolutamente singular de ser el Mesías y el Hijo de Dios. Un
"camino" estrecho, un "modo" escandaloso para los
discípulos de todos los tiempos, que inevitablemente se inclinan a pensar según
los hombres y no según Dios (cf. Mt 16, 23). También hoy, como en tiempos de
Jesús, no basta poseer la correcta confesión de fe: es necesario aprender siempre de nuevo del
Señor el modo propio como él es el Salvador y el camino por el que debemos
seguirlo.
En efecto, debemos reconocer que, también para el creyente,
la cruz es siempre difícil de aceptar. El instinto impulsa a evitarla, y el
tentador induce a pensar que es más sabio tratar de salvarse a sí mismos, más
bien que perder la propia vida por fidelidad al amor, por fidelidad al Hijo de
Dios que se hizo hombre.
¿Qué era difícil de aceptar para la gente a la que Jesús
hablaba? ¿Qué sigue siéndolo también para mucha gente hoy en día? Es difícil de
aceptar el hecho de que pretende ser no sólo uno de los profetas, sino el Hijo
de Dios, y reivindica la autoridad misma de Dios. Escuchándolo predicar,
viéndolo sanar a los enfermos, evangelizar a los pequeños y a los pobres, y
reconciliar a los pecadores, los discípulos llegaron poco a poco a comprender
que era el Mesías en el sentido más alto del término, es decir, no sólo un
hombre enviado por Dios, sino Dios mismo hecho hombre.
Claramente, todo esto era más grande que ellos, superaba su
capacidad de comprender. Podían expresar su fe con los títulos de la tradición
judía: "Cristo", "Hijo de Dios", "Señor". Pero
para aceptar verdaderamente la realidad, en cierto modo debían redescubrir esos
títulos en su verdad más profunda: Jesús mismo con su vida nos reveló su
sentido pleno, siempre sorprendente, incluso paradójico con respecto a las
concepciones corrientes. Y la fe de los discípulos debió adecuarse
progresivamente. Esta fe se nos presenta como una peregrinación que tiene su
origen en la experiencia del Jesús histórico y encuentra su fundamento en el
misterio pascual, pero después debe seguir avanzando gracias a la acción del
Espíritu Santo. Esta ha sido también la fe de la Iglesia a lo largo de la
historia; y esta es también nuestra fe, la fe de los cristianos de hoy.
Sólidamente fundada en la "roca" de Pedro, es una peregrinación hacia
la plenitud de la verdad
que el pescador de Galilea profesó con convicción apasionada: "Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios
vivo" (Mt 16, 16).
Fragmento de la Homilía de Benedicto XVI en la Solemnidad de San Pedro y San Pablo, 29 de junio de 2007.
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