25 mayo 2014

Ideas políticas de Guillermo de Occam (y III)

Francisco Javier Bernad Morales

La autoridad temporal, insiste Occam, es anterior al papado por lo que no obtiene de él la legitimidad. Esta le habría sido conferida por los hombres y refrendada por Dios, lo que muestran tanto las palabras y la actitud de Cristo, recogidas en el Evangelio, como la totalidad de las Escrituras; pues, si bien en estas no se afirma que todos los reinados fueran legítimos, sí se  dice así, explícita o implícitamente, no solo de aquellos, como los Saúl o David, quienes fueron ungidos por mandato divino, sino también de gentiles como Nabucodonosor o Ciro. Cristo no vino a disminuir los derechos temporales de los reyes y emperadores, ni a ocupar su lugar, ya que, como él mismo señaló, su reino no es de este mundo (Jn, 18, 36).

Con esta argumentación, Occam establece la independencia del poder temporal frente al espiritual. La autoridad del papa queda circunscrita a este último ámbito, aunque incluso en él no es absoluta, ya que queda supeditada a lo contenido en la Escritura. De manera tajante afirma, y no olvidemos que escribe en el siglo XIV: “Al oficio del papa no pertenece mezclarse en los negocios seculares” (Breviloquium II, 7).

Marca así un camino que, frente a las aspiraciones teocráticas pontificias, lleva a la separación entre la Iglesia y el Estado, y que acabará conduciendo a la democracia moderna:

A todos los mortales les viene de Dios y de la naturaleza el nacer libres y el no estar sujetos por derecho a ningún otro. Por lo mismo, pueden espontáneamente elegir a quien les gobierna (Breviloquium, IV, 10).

Son palabras cuyo eco parece advertirse en el Preámbulo de la Declaración de Independencia de los Estados Unidos:

Sostenemos como evidentes por sí mismas dichas verdades: que todos los hombres son creados iguales; que son dotados por su Creador de ciertos derechos inalienables; que entre estos están la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad; que para garantizar estos derechos se instituyen entre los hombres los gobiernos, que derivan sus poderes legítimos del consentimiento de los gobernados.

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