Segundo Galilea
El compromiso cristiano que
suscita la Iglesia tiene también otra forma de revelar su radical dinamismo: en
la manera de entender y realizar la vida consagrada. La vida consagrada, como modalidad
profética de vivir el cristianismo a partir de ciertos valores radicalmente
asumidos, es presentada por la misma Iglesia como testimonio privilegiado de vida
evangélica. Por eso sus características y significación profética las podemos
considerar como auténticamente representativas del seguimiento de Cristo. No se
trata aquí de agotar el profetismo o el contenido de testimonio eclesial de la
vida consagrada. Para el caso que nos ocupa queremos llamar la atención sobre
un aspecto característico: su impacto crítico como testimonio del radicalismo
cristiano. Creemos que es propio de la vida consagrada el ser un cuestionamiento
y eventualmente una santa protesta sobre la Iglesia y la sociedad. Sobre la
Iglesia, en la medida que ésta es decadente,
o ambigua, o ha perdido su dinamismo radical. Sobre la sociedad, en la medida
que se deshumaniza o descristianiza y por lo mismo se hace fuente de opresión e
injusticia. En su origen, en los primeros siglos, encontramos ya esta forma de
protesta cristiana. Las formas radicales de apartamiento de la sociedad y de
las estructuras eclesiásticas imperantes (ya influidas por la decadencia
posconstantiniana), propias de los primeros anacoretas y del monaquismo
primitivo, son una muda protesta. Son un deseo de afirmar dialécticamente (y a
menudo en forma chocante, en forma de ruptura con «lo establecido»), valores e intuiciones
evangélicas que entraban en un proceso de «mundanización» y mediocridad. El
radicalismo de su modo de vivir, cuestionaba. Esta característica sigue siendo
propia de las grandes funciones y reformas carismáticas en torno a la vida
consagrada. Implican una crítica santa a la forma de sociedad y de Iglesia en
que ellos viven. Si, por ejemplo, tomamos a san Francisco y su movimiento
religioso como caso típico, no se puede negar que el estilo radical de vida franciscana
implicaba un profundo cuestionamiento a la Iglesia temporalizada y clerical de
su época y al estilo de vida de los señores feudales y de los nacientes
burgueses cristianos.Esta característica radical de todo movimiento religioso
en su origen tiende luego a perderse. La vida consagrada se va haciendo «establecida»,
se asimila a las formas eclesiásticas «convencionales» y sobre todo a los
estilos imperantes de la vida social sin cuestionarlos. En ese caso estamos en
plena decadencia. Ese movimiento religioso no será auténtico mientras no vuelva
a la raíz de su profetismo. Su radicalismo es signo de vitalidad y de su derecho
a continuar existiendo. Su ausencia es un vacío que cuestiona su razón de ser
en la Iglesia y en la sociedad. Una de las causas de la actual crisis de la vida
consagrada descansa en que muchos de los que se han entregado a ella han descubierto
este vacío.
La vida consagrada auténtica implica una santa crítica a una
Iglesia «instalada». En la medida en que los cristianos ya no son sal ni luz.
En la medida en que hay un clero «establecido». Establecido en formas obvias o
sutiles de «carrera eclesiástica». En formas de actuar guiadas por criterios
«políticos» o «diplomáticos» y no evangélicos. En acomodación al «mundo» en
cuestiones de poder y de recursos. Un clero que tiende a sustituir el
radicalismo cristiano por el «equilibrio» del «justo medio» de los
«bienpensantes».Tal vez esto último es lo más radical del ideal religioso como forma
típica del seguimiento. El equilibrio cristiano no es el justo medio de la
ética secular prevalente. El equilibrio cristiano no está «en el centro», sino en la verdad, como lo
entiende el Evangelio. La verdad de Jesús no siempre está «en el medio>>,
a menudo está en los extremos, es radical para un criterio «establecido». Ya abundamos
anteriormente sobre esto. En el fondo, en su intuición profunda, la vida
consagrada quiere testimoniar precisamente eso: el radicalismo del seguimiento
frente a la mediocridad de ciertos «justos medios». La vida consagrada es
también una crítica radical a la sociedad. Un estilo de vida que rompe con los
criterios imperantes no evangélicos. En nuestro caso concreto latinoamericano,
esta crítica es a las injusticias de la sociedad capitalista dependiente. En
otras áreas, la vida consagrada cuestionará otros vicios de otros tipos de
sociedad.La vida consagrada critica la sociedad no «haciendo política» o análisis
críticos socioeconómicos. La critica proféticamente, asumiendo un estilo de
vida y de organización que en sí es un reproche a los vicios y criterios prácticos
no cristianos de la actual sociedad. Los consagrados no son radicales en
categorías sociológicas, sino evangélicas. Su crítica brota de la pobreza y no del
activismo social. Pobreza como renuncia a la mentalidad de «consumo». Como
desinterés por el lucro. Como estilo fraternal de compartir los bienes
materiales y espirituales. Como destierro de toda forma de acepción de personas
y categorías sutilmente «clasistas», evitando las formas disfrazadas de
utilización de los otros. Como compromiso por la liberación de los «pequeños» En
fin, la vida consagrada testimonia la contemplación como compendio de la
protesta contra las metas puramente materiales de los tipos concretos de
sociedad tanto capitalistas como socialistas. La oración y experiencia
contemplativa son el cuestionamiento más serio que la vida consagrada dirige al
mundo de hoy. Al valorar y exhibir públicamente esta dimensión contemplativa,
propia del radicalismo evangélico, la vida consagrada anuncia proféticamente lo
que es ya propio de todo compromiso cristiano: el absoluto de Dios, la
gratuidad y el amor a Dios por sobre todas las cosas. De hecho, hoy día «la
protesta social» a través del estilo radical de vida no es privativo de la vida
consagrada o de otras formas de compromiso cristiano. Los diversos grupos,
sobre todo jóvenes, que asumen una actitud de «anticultura» (hippies y otros)
son en el fondo una caricatura secularizada del radicalismo cristiano. En forma
pacífica, y a veces también violenta, las anticulturas actuales cuestionan la
sociedad. Sus ambigüedades, que son también grandes (tendencias sectarias,
viciosas y evasivas de los compromisos sociopolíticos...), se deben a que este profetismo-secularizado
no se nutre explícitamente del evangelio. Sin embargo, quedan como un desafío
al conformismo actual de muchas formas de la vida evangélica. Esta está llamada
a asumir la protesta social de los «anticultura» en un contexto y una
motivación radicalmente cristiana. Ello le permite superar las ambigüedades de los
«anticultura» y dar a su estilo de vida una significación verdaderamente
profética.
SEGUNDO GALILEA. Religiosidad Popular y Pastoral.Ed. Cristiandad. Madrid, 1980, 306-15
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