Francisco Javier Bernad Morales
Casi
por azar he leído estos últimos días un librito inconcluso de Guillermo de
Occam, titulado con bastante acierto por el traductor al castellano Sobre el gobierno tiránico del papa,
pues de alguna manera había que abreviar el original latino[1],
ya que esta época prosaica no tolera esos derroches de palabras a que tan dados
eran nuestros antepasados. Escrita hacia 1340, se trata de una obra polémica en
que el autor toma vehementemente partido en el conflicto que durante siglos ha
enfrentado en las naciones cristianas[2]
a las autoridades temporales con las espirituales. Ambas, desde la conversión
de Constantino, han vivido en una tensión continua, que a mediados del siglo
XIV se plasmó en el enfrentamiento entre el emperador Luis IV y el papa Juan
XXII. Ya tiempo atrás, Gregorio VII en su intento, en gran parte coronado por
el éxito, de emancipar al papado de las luchas entre facciones nobiliarias
romanas, había proclamado la soberanía universal del pontífice, no solo en lo
espiritual, sino también en los asuntos temporales. Algo que, naturalmente, no
fue aceptado por reyes y emperadores. Desde entonces, el Sacro Imperio, y
especialmente sus territorios italianos, quedó dividido en los bandos de
güelfos, partidarios de la supremacía papal, y gibelinos, defensores de la
superioridad del emperador. Juan XXII, papa desde 1316 hasta 1334, estimó que la
disputa por la corona imperial a la muerte de Enrique VII (1313), entre Luis IV
de Baviera y Federico de Habsburgo, le brindaba la oportunidad de afirmar la
teocracia pontificia y, en consecuencia, reclamó el derecho a designar al
candidato y a gobernar el reino de Italia (la parte de Italia que integrada en
el Imperio). Incluso cuando Luis derrotó a su rival y este lo aceptó como
soberano, el papa se negó a coronarlo.
En el
momento que nos ocupa, a este problema se superpone el desgarramiento de la
orden franciscana, a la que Occam pertenecía. En esta había surgido una
tendencia extremista, los espirituales, que, aferrados a una interpretación
radical de la regla, insistían en que Cristo y los Apóstoles no habían poseído
nada ni particular ni comúnmente. Era una proclamación de la pobreza absoluta
como ideal cristiano, que fue condenada de plano por Juan XXII en la bula Cum inter nonnullus. La dureza del papa
suscitó el rechazo incluso de franciscanos que no pertenecían al grupo de los
espirituales, entre ellos el ministro general de la Orden, Miguel de Cesena, el
teólogo Bonagracia de Bérgamo y Guillermo de Occam. El 26 de mayo de 1328, los
tres huyeron de Aviñón, donde se encontraban arrestados, y se pusieron bajo la
protección de Luis IV. Occam habría
hecho una propuesta al emperador: Defende
me gladio, ego te defendam calamo (Defiéndeme con la espada, que yo te
defenderé con la pluma)[3].
A partir de entonces, escribió una amplia serie de obras, entre ellas el Breviloquium, en que niega que el poder
papal sea absoluto, tanto en lo temporal o en lo espiritual, pues, argumenta, fue
instituido para provecho de los súbditos, no para quitarles la libertad.
En las
entregas siguientes, me ocuparé con más detalle de las ideas expuestas en el Breviloquium. Baste por ahora señalar el
tono durísimo empleado contra Juan XXII, quien es acusado no solo de herejía, sino de
ser el mayor de los criminales.
[1] Breviloquium de principatu tyrannico super divina et humana,
specialiter autem super iperium et subjectos imperio a quibusdam vocatis summis
pontificibus usurpato.
Occam, Guillermo de, Sobre el gobierno
tiránico del papa. Edición de Pedro Rodríguez Santidrián, Madrid, Tecnos,
1992
[2]Como la
experiencia me dice que para ciertos lectores no hay nada obvio, aclaro que no
utilizo el sintagma “naciones cristianas” con ninguna connotación esencialista.
Me refiero únicamente a aquellas, la mayoría de cuyos habitantes han sido
cristianos durante siglos.
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