Ésta fue una intuición del beato Juan Pablo II. Él tuvo el
«olfato» de que éste era el tiempo de la misericordia. Pensemos en la
beatificación y canonización de sor Faustina Kowalska; luego introdujo la
fiesta de la Divina Misericordia. Despacito fue avanzando, siguió adelante con
esto.
En la homilía para la canonización, que tuvo lugar en el año
2000, Juan Pablo II destacó que el mensaje de Jesucristo a sor Faustina se
sitúa temporalmente entre las dos guerras mundiales y está muy vinculado a la
historia del siglo XX. Y mirando al futuro dijo: «¿Qué nos depararán los
próximos años? ¿Cómo será el futuro del hombre en la tierra? No podemos
saberlo. Sin embargo, es cierto que, además de los nuevos progresos, no
faltarán, por desgracia, experiencias dolorosas. Pero la luz de la misericordia
divina, que el Señor quiso volver a entregar al mundo mediante el carisma de
sor Faustina, iluminará el camino de los hombres del tercer milenio». Está
claro. Aquí es explícito, en el año 2000, pero es algo que en su corazón
maduraba desde hacía tiempo. En su oración tuvo esta intuición.
Hoy olvidamos todo con demasiada rapidez, incluso el
Magisterio de la Iglesia. En parte es inevitable, pero los grandes contenidos,
las grandes intuiciones y los legados dejados al Pueblo de Dios no podemos
olvidarlos. Y el de la divina misericordia es uno de ellos. Es un legado que él
nos ha dado, pero que viene de lo alto. Nos corresponde a nosotros, como
ministros de la Iglesia, mantener vivo este mensaje, sobre todo en la
predicación y en los gestos, en los signos, en las opciones pastorales, por
ejemplo la opción de restituir prioridad al sacramento de la Reconciliación, y
al mismo tiempo a las obras de misericordia. Reconciliar, poner paz mediante el
Sacramento, y también con las palabras, y con las obras de misericordia.
Encuentro del Santo Padre Francisco con los sacerdotes de la diócesis de Roma. Jueves 6 de marzo de 2014
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