Francisco Javier Bernad Morales
El
valenciano Juan Luis Vives ocupa entre los humanistas del sigo XVI un lugar
destacado, equiparable a los de Erasmo de Rotterdam, Tomás Moro o Guillaume
Budé, con quienes mantuvo estrecha amistad. Es un lamentable testimonio de las
miserias de la época que nuestro país se viera privado de uno de sus más
brillantes hijos. Nacido en una acaudalada familia de comerciantes
criptojudíos, inició sus estudios en la universidad de Valencia, pero en 1509
su padre, con muy buen sentido como mostrarían los hechos posteriores, decidió
enviarlo a París, donde los continuó en La Sorbona. Nunca retornó a España. Su
vida transcurrió a partir de entonces entre Francia, los Países Bajos e
Inglaterra. Podríamos decir, por más que la expresión se antoje anacrónica, que
pertenece, con Juan de Valdés, a esa casta de intelectuales exiliados en que
tan dolorosamente pródiga ha sido nuestra historia. Preceptor desde 1517 de
Guillermo de Croy, quien pocos meses después, con tan solo veinte años, sería
nombrado arzobispo de Toledo, trabajó arduamente, por sugerencia de Erasmo, en
una edición comentada de De civitate Dei, de San Agustín. El destino parecía
sonreírle, pero la repentina muerte de su pupilo, que pese a su cargo no había
visitado España, como consecuencia de una caída de caballo (1521), le dejó sin
una fuente estable de ingresos. Una situación que se vio aliviada gracias al
rey de Inglaterra Enrique VIII, quien le concedió una pensión como muestra de
gratitud por haberle dedicado el trabajo sobre De civitate Dei.
Al año
siguiente le llega una oferta de la universidad de Alcalá para que ocupe la
cátedra vacante por la muerte de Antonio de Nebrija, pero, tras algunas dudas,
termina por rechazarla. En su lugar, en 1523 ocupará una plaza en Oxford, donde
mantendrá excelentes relaciones con Tomás Moro y el cardenal Wosley. En la
primavera de 1524 vuelve temporalmente a Brujas, para contraer matrimonio con
Margarita Valdaura, hija de una familia judeoconversa. Pese los honores recibidos del rey, no se
encuentra cómodo en Inglaterra. En sus cartas se queja del clima y de la
comida. Pronto le llega además la noticia de que su padre ha sido ejecutado en
la hoguera como judaizante. Obviamente, si en algún momento había experimentado
la tentación de volver a España, ya nunca volvió a plantearse esa posibilidad.
Durante
algún tiempo alterna la residencia en Inglaterra con largas estancias en
Brujas, donde permanece su esposa, hasta que en 1529 abandona Oxford
definitivamente. Para entonces había estallado el asunto del divorcio de
Enrique VIII. Requerida su opinión, Vives se había mostrado contrario a los
deseos del rey, aunque había aconsejado prudencia a Catalina, de tal manera que
se había malquistado con ambos. Siguen unos años tranquilos en Brujas, en los
que unos iniciales apuros económicos se ven pronto superados gracias a la
generosa ayuda del rey de Portugal Juan III, a quien había dedicado dos obras: De tradendis disciplinis y De corruptis atribus. Aún en 1531
escribe a Enrique VIII instándole a reconsiderar su posición en vista del daño causado
tanto a su esposa como a la Iglesia, pero nada puede hacerse ya al respecto.
Con dolor recibirá en julio de 1535 la noticia de la ejecución de su amigo
Tomás Moro, quien se había negado a jurar el Acta de Supremacía, por la que el
soberano se convertía en jefe de la iglesia de Inglaterra. Es un tiempo de
fértil actividad, durante el cual realiza frecuentes visitas a Lovaina, en cuya
universidad es muy respetado, y publica numerosos libros, entre ellos De disciplinis y De ratione dicendi, que le valen dádivas de Carlos V y del
arzobispo de Sevilla, Alonso Manrique. En 1537 se establece en Breda, como
preceptor de doña Mencía de Mendoza, esposa de Enrique de Nassau, pero cuando
esta enviuda al año siguiente y regresa a España, rehúsa acompañarla y retorna
definitivamente a Brujas, donde fallecerá dos años después. El día de su muerte
fue de luto en la ciudad, que lo despidió como hacía con sus hijos más
ilustres, corriendo el ayuntamiento con los gastos del funeral. El humanista
holandés Andreas Schott le dedicó este epitafio:
Vives, aeternum vivet tua fama superstes,
nam volitas, Vives, per ora virum.
Copia magna quidem Desidierumque Batavi
José Jiménez Delgado recoge cincuenta y una obra
de Vives, que clasifica en filosóficas, didácticas y pedagógicas, literarias y
filológicas, ascéticas y teológicas, y diversas. En la actualidad las más recordadas
son las que se ocupan de la educación y del auxilio a los pobres. A ellas hay
que añadir una copiosa correspondencia en la que se cartea con Erasmo, Moro,
Budé, Juan de Vergara, Enrique VIII, Adriano VI, Carlos V y muchos otros
personajes.
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[1] Recogido por José Jiménez Delgado en su edición de las cartas de Vives. VIVES, Juan Luis, Epistolario, Madrid, Editora Nacional, 1978, p. 68.
[1] Recogido por José Jiménez Delgado en su edición de las cartas de Vives. VIVES, Juan Luis, Epistolario, Madrid, Editora Nacional, 1978, p. 68.
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