10 marzo 2014

Juan Luis Vives (1492-1540)

Francisco Javier Bernad Morales

El valenciano Juan Luis Vives ocupa entre los humanistas del sigo XVI un lugar destacado, equiparable a los de Erasmo de Rotterdam, Tomás Moro o Guillaume Budé, con quienes mantuvo estrecha amistad. Es un lamentable testimonio de las miserias de la época que nuestro país se viera privado de uno de sus más brillantes hijos. Nacido en una acaudalada familia de comerciantes criptojudíos, inició sus estudios en la universidad de Valencia, pero en 1509 su padre, con muy buen sentido como mostrarían los hechos posteriores, decidió enviarlo a París, donde los continuó en La Sorbona. Nunca retornó a España. Su vida transcurrió a partir de entonces entre Francia, los Países Bajos e Inglaterra. Podríamos decir, por más que la expresión se antoje anacrónica, que pertenece, con Juan de Valdés, a esa casta de intelectuales exiliados en que tan dolorosamente pródiga ha sido nuestra historia. Preceptor desde 1517 de Guillermo de Croy, quien pocos meses después, con tan solo veinte años, sería nombrado arzobispo de Toledo, trabajó arduamente, por sugerencia de Erasmo, en una edición comentada de De civitate Dei, de San Agustín. El destino parecía sonreírle, pero la repentina muerte de su pupilo, que pese a su cargo no había visitado España, como consecuencia de una caída de caballo (1521), le dejó sin una fuente estable de ingresos. Una situación que se vio aliviada gracias al rey de Inglaterra Enrique VIII, quien le concedió una pensión como muestra de gratitud por haberle dedicado el trabajo sobre De civitate Dei.

Al año siguiente le llega una oferta de la universidad de Alcalá para que ocupe la cátedra vacante por la muerte de Antonio de Nebrija, pero, tras algunas dudas, termina por rechazarla. En su lugar, en 1523 ocupará una plaza en Oxford, donde mantendrá excelentes relaciones con Tomás Moro y el cardenal Wosley. En la primavera de 1524 vuelve temporalmente a Brujas, para contraer matrimonio con Margarita Valdaura, hija de una familia judeoconversa. Pese  los honores recibidos del rey, no se encuentra cómodo en Inglaterra. En sus cartas se queja del clima y de la comida. Pronto le llega además la noticia de que su padre ha sido ejecutado en la hoguera como judaizante. Obviamente, si en algún momento había experimentado la tentación de volver a España, ya nunca volvió a plantearse esa posibilidad.

Durante algún tiempo alterna la residencia en Inglaterra con largas estancias en Brujas, donde permanece su esposa, hasta que en 1529 abandona Oxford definitivamente. Para entonces había estallado el asunto del divorcio de Enrique VIII. Requerida su opinión, Vives se había mostrado contrario a los deseos del rey, aunque había aconsejado prudencia a Catalina, de tal manera que se había malquistado con ambos. Siguen unos años tranquilos en Brujas, en los que unos iniciales apuros económicos se ven pronto superados gracias a la generosa ayuda del rey de Portugal Juan III, a quien había dedicado dos obras: De tradendis disciplinis y De corruptis atribus. Aún en 1531 escribe a Enrique VIII instándole a reconsiderar su posición en vista del daño causado tanto a su esposa como a la Iglesia, pero nada puede hacerse ya al respecto. Con dolor recibirá en julio de 1535 la noticia de la ejecución de su amigo Tomás Moro, quien se había negado a jurar el Acta de Supremacía, por la que el soberano se convertía en jefe de la iglesia de Inglaterra. Es un tiempo de fértil actividad, durante el cual realiza frecuentes visitas a Lovaina, en cuya universidad es muy respetado, y publica numerosos libros, entre ellos De disciplinis y De ratione dicendi, que le valen dádivas de Carlos V y del arzobispo de Sevilla, Alonso Manrique. En 1537 se establece en Breda, como preceptor de doña Mencía de Mendoza, esposa de Enrique de Nassau, pero cuando esta enviuda al año siguiente y regresa a España, rehúsa acompañarla y retorna definitivamente a Brujas, donde fallecerá dos años después. El día de su muerte fue de luto en la ciudad, que lo despidió como hacía con sus hijos más ilustres, corriendo el ayuntamiento con los gastos del funeral. El humanista holandés Andreas Schott le dedicó este epitafio:

Vives, aeternum vivet tua fama superstes,
nam volitas, Vives, per ora virum.
Copia magna quidem Desidierumque Batavi
plene nunquam explens alveus amnis fluit[1].


José  Jiménez Delgado recoge cincuenta y una obra de Vives, que clasifica en filosóficas, didácticas y pedagógicas, literarias y filológicas, ascéticas y teológicas, y diversas. En la actualidad las más recordadas son las que se ocupan de la educación y del auxilio a los pobres. A ellas hay que añadir una copiosa correspondencia en la que se cartea con Erasmo, Moro, Budé, Juan de Vergara, Enrique VIII, Adriano VI, Carlos V y muchos otros personajes.


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[1] Recogido por José Jiménez Delgado en su edición de las cartas de Vives. VIVES, Juan Luis, Epistolario, Madrid, Editora Nacional, 1978, p. 68.

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