Czeslaw Milosz, premio Nobel de Literatura en 1980, nos ha dejado unas interesantes reflexiones sobre su educación en la Polonia de entreguerras. Extraigo uno de sus párrafos.
El catolicismo polaco, aunque haya penetrado profundamente en los espíritus y provocado en los rusos un odio enfermizo por el Vaticano, permaneció ante todo aferrado a la liturgia. En esta, la tradición bíblica es débil y la extensión de la Revelación en el tiempo está mal estudiada, lo que casi no permite juzgar las formas exteriores en su evolución. Hamster [uno de sus profesores] no nos daba acceso al Antiguo Testamento, porque a él le parecía contraproducente. Sin embargo, si hubiera dedicado a leer y comentar el libro de Job, por ejemplo, la mitad de las horas dedicadas por el humanista [otro profesor] a un solo poema de Horacio, hubiéramos sacado más provecho de ello que de sus breves narraciones sobre los profetas, en las cuales solo le interesaban las prefiguraciones de Cristo. Podría habernos inducido a admirar el respeto por el misterio, que anula el significado de cualquier nombre. Podría habernos mostrado también que el judaísmo, en oposición a las otras religiones de la Antigüedad y a sus visiones cíclicas del universo, concebía la Creación de manera dinámica, como un intercambio de preguntas y respuestas siempre en movimiento y que el cristianismo había heredado esta particularidad. Nos hubiera vacunado así contra la comprobación de que existe no solo una esencia, sino un devenir de las cosas humanas: dicho de otra manera, nos habría acostumbrado a la Historia. Pero le faltaba imaginación y se protegía, debido a su rigidez, contra la presión del mundo contemporáneo.
MILOSZ, Czeslaw, Otra Europa, Barcelona, Tusquets, 1981, p. 96-97.
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