Benedicto XVI
Reproducimos el mensaje que escribió el Papa Benedicto XVI el pasado mes de enero para la Jornada Mundial de Comunicaciones Sociales que se celebró el pasado mes de mayo. En él reflexiona sobre esta nueva realidad de comunicación entre los hombres: las redes sociales digitales, a la luz de la fe católica, tomando como referencia la figura de Jesucristo
Queridos hermanos y hermanas:
Ante la proximidad de la Jornada Mundial de las Comunicaciones
Sociales de 2013, deseo proponeros algunas reflexiones acerca de una realidad
cada vez más importante, y que tiene que ver con el modo en el que las personas
se comunican hoy entre sí. Quisiera detenerme a considerar el desarrollo de las
redes sociales digitales, que están contribuyendo a que surja una nueva
«ágora», una plaza pública y abierta en la que las personas comparten ideas,
informaciones, opiniones, y donde, además, nacen nuevas relaciones y formas de
comunidad.
Estos espacios, cuando se valorizan bien y de manera
equilibrada, favorecen formas de diálogo y de debate que, llevadas a cabo con
respeto, salvaguarda de la intimidad, responsabilidad e interés por la verdad,
pueden reforzar los lazos de unidad entre las personas y promover eficazmente
la armonía de la familia humana. El intercambio de información puede
convertirse en verdadera comunicación, los contactos pueden transformarse en
amistad, las conexiones pueden facilitar la comunión. Si las redes sociales
están llamadas a actualizar esta gran potencialidad, las personas que
participan en ellas deben esforzarse por ser auténticas, porque en estos
espacios no se comparten tan solo ideas e informaciones, sino que, en última
instancia, son ellas mismas el objeto de la comunicación.
El desarrollo de las redes sociales requiere un compromiso: las
personas se sienten implicadas cuando han de construir relaciones y encontrar
amistades, cuando buscan respuestas a sus preguntas, o se divierten, pero
también cuando se sienten estimuladas intelectualmente y comparten competencias
y conocimientos. Las redes se convierten así, cada vez más, en parte del tejido
de la sociedad, en cuanto que unen a las personas en virtud de estas
necesidades fundamentales. Las redes sociales se alimentan, por tanto, de
aspiraciones radicadas en el corazón del hombre.
La cultura de las redes sociales y los cambios en las formas y
los estilos de la comunicación suponen todo un desafío para quienes desean
hablar de verdad y de valores. A menudo, como sucede también con otros medios
de comunicación social, el significado y la eficacia de las diferentes formas
de expresión parecen determinados más por su popularidad que por su importancia
y validez intrínsecas. La popularidad, a su vez, depende a menudo más de la
fama o de estrategias persuasivas que de la lógica de la argumentación. A
veces, la voz discreta de la razón se ve sofocada por el ruido de tanta
información y no consigue despertar la atención, que se reserva en cambio a
quienes se expresan de manera más persuasiva. Los medios de comunicación social
necesitan, por tanto, del compromiso de todos aquellos que son conscientes del
valor del diálogo, del debate razonado, de la argumentación lógica; de personas
que tratan de cultivar formas de discurso y de expresión que apelan a las más
nobles aspiraciones de quien está implicado en el proceso comunicativo. El
diálogo y el debate pueden florecer y crecer asimismo cuando se conversa y se
toma en serio a quienes sostienen ideas distintas de las nuestras. «Teniendo en
cuenta la diversidad cultural, es preciso lograr que las personas no sólo
acepten la existencia de la cultura del otro, sino que aspiren también a
enriquecerse con ella y a ofrecerle lo que se tiene de bueno, de verdadero y de
bello» (Discurso para el Encuentro con el mundo de la
cultura, Belém, Lisboa, 12 mayo 2010).
Las redes sociales deben afrontar el desafío de ser
verdaderamente inclusivas: de este modo, se beneficiarán de la plena
participación de los creyentes que desean compartir el Mensaje de Jesús y los
valores de la dignidad humana que promueven sus enseñanzas. En efecto, los
creyentes advierten de modo cada vez más claro que si la Buena Noticia no se da
a conocer también en el ambiente digital podría quedar fuera del ámbito de la
experiencia de muchas personas para las que este espacio existencial es importante.
El ambiente digital no es un mundo paralelo o puramente virtual, sino que forma
parte de la realidad cotidiana de muchos, especialmente de los más jóvenes. Las
redes sociales son el fruto de la interacción humana pero, a su vez, dan nueva
forma a las dinámicas de la comunicación que crea relaciones; por tanto, una
comprensión atenta de este ambiente es el prerrequisito para una presencia
significativa dentro del mismo.
La capacidad de utilizar los nuevos lenguajes es necesaria no
tanto para estar al paso con los tiempos, sino precisamente para permitir que
la infinita riqueza del Evangelio encuentre formas de expresión que puedan
alcanzar las mentes y los corazones de todos. En el ambiente digital, la
palabra escrita se encuentra con frecuencia acompañada de imágenes y sonidos.
Una comunicación eficaz, como las parábolas de Jesús, ha de estimular la
imaginación y la sensibilidad afectiva de aquéllos a quienes queremos invitar a
un encuentro con el misterio del amor de Dios. Por lo demás, sabemos que la tradición
cristiana ha sido siempre rica en signos y símbolos: pienso, por ejemplo, en la
cruz, los iconos, el belén, las imágenes de la Virgen María, los vitrales y las
pinturas de las iglesias. Una parte sustancial del patrimonio artístico de la
humanidad ha sido realizada por artistas y músicos que han intentado expresar
las verdades de la fe.
En las redes sociales se pone de manifiesto la autenticidad de
los creyentes cuando comparten la fuente profunda de su esperanza y de su
alegría: la fe en el Dios rico de misericordia y de amor, revelado en
Jesucristo. Este compartir consiste no solo en la expresión explícita de la fe,
sino también en el testimonio, es decir, «en el modo de comunicar preferencias,
opciones y juicios que sean profundamente concordes con el Evangelio, incluso
cuando no se hable explícitamente de él». (Mensaje
para la Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales 2011). Una forma especialmente
significativa de dar testimonio es la voluntad de donarse a los demás mediante
la disponibilidad para responder pacientemente y con respeto a sus preguntas y
sus dudas en el camino de búsqueda de la verdad y del sentido de la existencia
humana. La presencia en las redes sociales del diálogo sobre la fe y el creer
confirma la relevancia de la religión en el debate público y social.
Para quienes han acogido con corazón abierto el don de la fe, la
respuesta radical a las preguntas del hombre sobre el amor, la verdad y el
significado de la vida -que están presentes en las redes sociales- se encuentra
en la persona de Jesucristo. Es natural que quien tiene fe desee compartirla,
con respeto y sensibilidad, con las personas que encuentra en el ambiente
digital. Pero en definitiva los buenos frutos que el compartir el Evangelio
puede dar, se deben más a la capacidad de la Palabra de Dios de tocar los
corazones, que a cualquier esfuerzo nuestro. La confianza en el poder de la
acción de Dios debe ser superior a la seguridad que depositemos en el uso de
los medios humanos. También en el ambiente digital, en el que con facilidad se
alzan voces con tonos demasiado fuertes y conflictivos, y donde a veces se
corre el riesgo de que prevalezca el sensacionalismo, estamos llamados a un
atento discernimiento. Y recordemos, a este respecto, que Elías reconoció la
voz de Dios no en el viento fuerte e impetuoso, ni en el terremoto o en el
fuego, sino en el «susurro de una brisa suave» (1R 19,11-12). Confiemos en que los
deseos fundamentales del hombre de amar y ser amado, de encontrar significado y
verdad –que Dios mismo ha colocado en el corazón del ser humano- hagan que los
hombres y mujeres de nuestro tiempo estén siempre abiertos a lo que el beato
cardenal Newman llamaba la «luz amable» de la fe.
Las redes sociales, además de instrumento de evangelización,
pueden ser un factor de desarrollo humano. Por ejemplo, en algunos contextos
geográficos y culturales en los que los cristianos se sienten aislados, las
redes sociales permiten fortalecer el sentido de su efectiva unidad con la
comunidad universal de los creyentes. Las redes ofrecen la posibilidad de
compartir fácilmente los recursos espirituales y litúrgicos, y hacen que las
personas puedan rezar con un renovado sentido de cercanía con quienes profesan
su misma fe. La implicación auténtica e interactiva con las cuestiones y las
dudas de quienes están lejos de la fe nos debe hacer sentir la necesidad de
alimentar con la oración y la reflexión nuestra fe en la presencia de Dios, y
también nuestra caridad activa: «Aunque hablara las lenguas de los hombres y de
los ángeles, si no tengo caridad, soy como bronce que suena o címbalo que
retiñe» (1 Co 13,1).
Existen redes sociales que, en el ambiente digital, ofrecen al
hombre de hoy ocasiones para orar, meditar y compartir la Palabra de Dios. Pero
estas redes pueden asimismo abrir las puertas a otras dimensiones de la fe. De
hecho, muchas personas están descubriendo, precisamente gracias a un contacto
que comenzó en la red, la importancia del encuentro directo, de la experiencia
de comunidad o también de peregrinación, elementos que son importantes en
el camino de fe. Tratando de hacer presente el Evangelio en el ambiente
digital, podemos invitar a las personas a vivir encuentros de oración o
celebraciones litúrgicas en lugares concretos como iglesias o capillas. Debe de
haber coherencia y unidad en la expresión de nuestra fe y en nuestro testimonio
del Evangelio dentro de la realidad en la que estamos llamados a vivir, tanto
si se trata de la realidad física como de la digital. Ante los demás, estamos
llamados a dar a conocer el amor de Dios, hasta los más remotos confines de la
tierra.
Rezo para que el Espíritu de Dios os acompañe y os ilumine
siempre, y al mismo tiempo os bendigo de corazón para que podáis ser
verdaderamente mensajeros y testigos del Evangelio. «Id por todo el mundo y
proclamad la Buena Nueva a toda la creación» (Mc 16,15).
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