30 junio 2013

Juliano el Apóstata

Francisco Javier Bernad Morales

A menudo sentimos fascinación por los derrotados. Naturalmente no por todos, sino por esos personajes que, enfrentados a fuerzas superiores a ellos, han sabido combatir con dignidad en una lucha sin esperanza. Héctor se nos antoja más humano que Aquiles y solo conseguimos reconciliarnos con este último cuando lo vemos ceder ante las súplicas de Príamo. Del mismo modo, Marco Salvio Otón se redime de su depravación cuando enfrentado al ejército de Vitelio, decide morir antes que enviar al combate a sus soldados. Íntimo de Nerón, nada hacía presentir en él esa grandeza de ánimo.  Flavio Claudio Juliano, que ha quedado en la historia con el sobrenombre de el Apóstata,es, al igual que los anteriores, aunque de una manera propia, un héroe romántico. Como ellos tuvo un destino trágico que ha seducido durante siglos a los aficionados a la historia. Recuerdo el gusto con que hace ya muchos años leí la novela que le dedicó Gore Vidal.

Me ocupo ahora de él, porque su reinado constituye en cierto modo el último capítulo del enfrentamiento entre paganismo y cristianismo a que he dedicado mi última serie de artículos. Durante un tiempo la historiografía cristiana lo presentó como el último perseguidor, casi como un ser execrable, por haber retornado al paganismo. Habría mucho que discutir sobre la religión de Juliano, imbuida de neoplatonismo y de misticismo, pero es preferible que, viniendo a un terreno más mundano, nos centremos ahora en su peripecia vital, lo que, sin duda, nos ayudará a entender los motivos que pudieron llevarle a alejarse de la fe en que le habían educado.

Para ello es necesario que retrocedamos hasta tiempos anteriores a su nacimiento. Su abuelo, Constancio Cloro, que ya tenía un hijo, el futuro Constantino el Grande, con la cristiana Helena, repudió a esta (289), para contraer matrimonio con la hijastra de Maximiano, Augusto de Occidente, en tanto que Diocleciano lo era de Oriente. De esa manera fortalecía su posición política y podía alcanzar la posición de César al instaurarse el sistema de la Tetrarquía.

Del nuevo matrimonio de Constancio Cloro nacieron seis hijos, entre ellos, Julio Constancio, quien sería padre de Juliano. A la muerte de Constantino el Grande (337), los jefes militares, no se sabe si instigados por su hijo Constancio II[1], decidieron, a fin de evitar problemas sucesorios, asesinar a todos los descendientes del segundo matrimonio de Constancio Cloro. Únicamente dos hijos de Julio Constancio, Galo y Juliano, se salvaron de la matanza debido a su corta edad[2].

Los dos hermanos fueron educados en Capadocia, lejos de la corte, aunque al cabo de seis años las condiciones de su exilio se suavizaron y Juliano pudo continuar estudios en Constantinopla y Nicomedia. Podemos imaginar la infancia y adolescencia de estos muchachos, cuyos padres habían sido asesinados si no por orden, al menos con el beneplácito, del emperador cristiano. Su misma vida pendía de un hilo, pues en cualquier momento podía aparecer un oficial con el mandato de terminar con los últimos restos de esa rama de la familia. Es posible que Galo presentara síntomas de un cierto desequilibrio mental manifiestos en una conducta desordenada. Juliano, en cambio, se inclinó hacia el estudio y dio en frecuentar círculos filosóficos en los que se mantenía vivo el paganismo. No tuvo más remedio que acostumbrarse a simular en público unas creencias que ya no compartía.

De manera que no pudo por menos que sorprenderles, Constancio nombró a Galo César de Oriente (351), aunque, quizá por sospechas de conspiración más o menos fundadas o por lo inapropiado de su comportamiento, lo hizo ejecutar al año siguiente.  A estas alturas, supongo que cualquier lector podrá comprender que las exhortaciones cristianas al amor no le parecieran muy sinceras a Juliano.

A Constancio ya no le quedaba ningún otro familiar varón, por lo que nombró A Juliano César de Occidente en el 355, cuando contaba veinticuatro años de edad. Era un momento muy delicado, ya que francos y alamanes habían ocupado importantes ciudades de Germania y de las Galias. Curiosamente, pues su formación no hacía presentirlo, se mostró como un militar de éxito, que no solo fue capaz de rechazar a los germanos, sino que se ganó la simpatía y el apoyo de sus soldados, quienes le proclamaron Augusto (361). Cuando la guerra con su primo parecía inevitable, este murió de manera repentina.

Al verse seguro en el poder, Juliano considera que ha llegado el momento de hacer públicas sus creencias y comienza a tomar medidas contra los cristianos[3], a quienes prohíbe enseñar Gramática y Retórica, con el pretexto de que para ello utilizaban libros que hablaban de dioses en los que no creían (362). Desterró también a algunos obispos y confiscó ciertos bienes eclesiásticos.

Su reinado fue muy breve. En marzo de 363, inició una campaña contra los sasánidas, posiblemente espoleado por el deseo de emular a Alejandro y a Trajano. Llegó incluso a ocupar su capital, Ctesifonte, pero aislado en territorio enemigo, no tuvo más remedio que iniciar la retirada. Cayó el 26 de junio alcanzado por una jabalina enemiga. Según la leyenda, antes de morir, exclamó: “Viciste Galilaee” (Has vencido, Galileo).





[1] Sin intención exculpatoria hacia los católicos, me parece necesario señalar que Constancio II en las querellas que desgarraron a la Iglesia en aquellos tiempos se mostró favorable al arrianismo.
[2] No fue esta la única tragedia sobrevenida en la familia. Ya Constantino había ordenado en 326 la ejecución de Crispo, su hijo mayor, nacido de su primera esposa, y poco después la de Fausta, su segunda esposa. Hay que añadir que también había dado muerte a su cuñado Licinio, tras prometerle que respetaría su vida.
[3] Anteriormente Constancio había iniciado la persecución de los paganos.

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