El
asesinato de Cómodo (192), víctima de un conspiración en que participó su amante
Marcia[1],
sumió al Imperio en una compleja guerra
civil que en muchos aspectos recuerda la experimentada en el año 69. La
similitud entre ambas situaciones
aumenta, si consideramos que en el año anterior un gran incendio, como
ya ocurriera bajo Nerón, había destruido parte de Roma, incluidos importantes
templos. En pocos meses ocuparon el poder Pertinax, Didio Juliano, Clodio
Albino, Pescenio Niger y, finalmente, Septimio Severo. La sucesión de
rebeliones militares, no solo convirtió a Roma de nuevo en escenario de combates,
sino que el pueblo hubo incluso de asistir atónito a la vergonzosa subasta
del trono por la guardia pretoriana. Tenemos, por otra parte constancia de un
amplio descontento campesino que había estallado ya en el año 172 en
sublevaciones abiertas en Egipto y Mauritania[2].
El restablecimiento del orden, por supuesto, no implicó un retorno al pasado.
Aunque Septimio Severo y sus inmediatos sucesores se presentan en la propaganda
como Dominus benéficos hondamente
preocupados por los humildes e invocan a la Providencia divina, de la que se
consideran un reflejo; movimientos místicos y nuevas religiones procedentes de
Oriente, experimentan un avance imparable. Vario Avito Bassiano antes de
acceder al Imperio (218) había sido en Emesa (actual Homs en Siria) sacerdote
de la divinidad local El-Gabal (de ahí que se le conozca como Heliogábalo). Una
vez en el poder intentó que el culto de este dios, cuyo nombre latinizó como Sol Invictus, reemplazara al de Júpiter.
Él mismo, según la Historia Augusta,
se hizo circuncidar y se casó con una vestal en la creencia de que de tal unión
nacerían hijos semejantes a dioses[3].
Si estas informaciones son fiables, nos encontraríamos ante un caso complejo de
sincretismo religioso. Si bien su comportamiento extravagante lo enemistó con
el Senado y con los pretorianos, quienes, instigados al parecer por su propia
abuela Julia Mesa, terminaron por asesinarlo, el nuevo dios le sobrevivió y, a
menudo identificado con Mitra, terminó por convertirse en uno de los preferidos
por el ejército.
No fue
este el único culto oriental de amplia difusión. Junto a él es preciso recordar
el de Isis, la diosa egipcia que con artes mágicas habría resucitado a su
hermano y esposo Osiris, y también el de la frigia Cibeles, cuyos sacerdotes se
castraban siguiendo el ejemplo de Atis, quien de esta forma había asegurado su
renacer cada primavera[4].
Estas
religiones, si bien en ocasiones se enfrentaban entre sí, tenían en común la
aceptación del resto de los dioses, pues participaban del carácter inmanentista
del paganismo a que me he referido en anteriores ocasiones. Sus dioses no
estaban separados de la naturaleza, sino que formaban parte de ella y, por
tanto, no se excluían los unos a los otros, sino que podían identificarse o
jerarquizarse con arreglo a diferentes sistemas. En suma, todo lo existente
participaba de la divinidad. No era este, en cambio, el caso del judaísmo y del
cristianismo, ambos fuertemente impregnados del sentimiento de la trascendencia
divina, por más que en esta época ya se hubieran separado claramente el uno del
otro y se dirigieran a un abierto enfrentamiento. El judaísmo, tras las
derrotas militares frente a Roma, parece en estos tiempos entregado a la
introspección, centrado en la recopilación de la Misná y de la Guemará[5],
y alejado de todo intento de proselitismo; por el contrario, el cristianismo se
lanza con fuerza a disputar a las nuevas formas del paganismo la conciencia
de los gentiles.
[1] Tradicionalmente, Marcia ha sido
considerada cristiana. Una buena discusión de las fuentes sobre Marcia y en
general sobre los cristianos en el entorno de Cómodo, en ESPINOSA, Urbano, “Cómodo
y los cristianos: lectura política de las fuentes”, Gerión, 13, 1995, p. 127-140. Universidad Complutense de Madrid.
[2] RÉMONDON, Roger, La crisis del Imperio Romano de Marco
Aurelio a Anastasio, Barcelona, Labor, 1979, p. 20. Las provincias romanas
de Mauritania Tingitana y Mauritania Cesariana correspondían al norte Marruecos
y noroeste de Argelia.
[3] Las vestales eran sacerdotisas de
Vesta obligadas a mantener la virginidad.
[4] Orígenes (185-254), uno de los
grandes teólogos de los primeros tiempos del cristianismo, muerto a
consecuencia de los tormentos sufridos durante la persecución de Decio, se
había autoemasculado en un arrebato religioso durante la juventud.
[5] La Misná, recopilación de la ley
oral, y la Guemará, comentarios y discusiones de los sabios, constituyen unidos
el Talmud. En realidad no hay un Talmud, sino dos: el de Jerusalén y el de
Babilonia. Ambos coinciden en la Misná, pero difieren en la Guemará.
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