09 junio 2013

El paganismo en el Imperio Romano (VI)

Francisco Javier Bernad Morales

El asesinato de Cómodo (192), víctima de un conspiración en que participó su amante Marcia[1], sumió al Imperio en una compleja  guerra civil que en muchos aspectos recuerda la experimentada en el año 69. La similitud entre ambas situaciones  aumenta, si consideramos que en el año anterior un gran incendio, como ya ocurriera bajo Nerón, había destruido parte de Roma, incluidos importantes templos. En pocos meses ocuparon el poder Pertinax, Didio Juliano, Clodio Albino, Pescenio Niger y, finalmente, Septimio Severo. La sucesión de rebeliones militares, no solo convirtió a Roma de nuevo en escenario de combates, sino que el pueblo hubo incluso de asistir atónito a la vergonzosa subasta del trono por la guardia pretoriana.  Tenemos, por otra parte constancia de un amplio descontento campesino que había estallado ya en el año 172 en sublevaciones abiertas en Egipto y Mauritania[2]. El restablecimiento del orden, por supuesto, no implicó un retorno al pasado. Aunque Septimio Severo y sus inmediatos sucesores se presentan en la propaganda como Dominus benéficos hondamente preocupados por los humildes e invocan a la Providencia divina, de la que se consideran un reflejo; movimientos místicos y nuevas religiones procedentes de Oriente, experimentan un avance imparable. Vario Avito Bassiano antes de acceder al Imperio (218) había sido en Emesa (actual Homs en Siria) sacerdote de la divinidad local El-Gabal (de ahí que se le conozca como Heliogábalo). Una vez en el poder intentó que el culto de este dios, cuyo nombre latinizó como Sol Invictus, reemplazara al de Júpiter. Él mismo, según la Historia Augusta, se hizo circuncidar y se casó con una vestal en la creencia de que de tal unión nacerían hijos semejantes a dioses[3]. Si estas informaciones son fiables, nos encontraríamos ante un caso complejo de sincretismo religioso. Si bien su comportamiento extravagante lo enemistó con el Senado y con los pretorianos, quienes, instigados al parecer por su propia abuela Julia Mesa, terminaron por asesinarlo, el nuevo dios le sobrevivió y, a menudo identificado con Mitra, terminó por convertirse en uno de los preferidos por el ejército.

No fue este el único culto oriental de amplia difusión. Junto a él es preciso recordar el de Isis, la diosa egipcia que con artes mágicas habría resucitado a su hermano y esposo Osiris, y también el de la frigia Cibeles, cuyos sacerdotes se castraban siguiendo el ejemplo de Atis, quien de esta forma había asegurado su renacer cada primavera[4].

Estas religiones, si bien en ocasiones se enfrentaban entre sí, tenían en común la aceptación del resto de los dioses, pues participaban del carácter inmanentista del paganismo a que me he referido en anteriores ocasiones. Sus dioses no estaban separados de la naturaleza, sino que formaban parte de ella y, por tanto, no se excluían los unos a los otros, sino que podían identificarse o jerarquizarse con arreglo a diferentes sistemas. En suma, todo lo existente participaba de la divinidad. No era este, en cambio, el caso del judaísmo y del cristianismo, ambos fuertemente impregnados del sentimiento de la trascendencia divina, por más que en esta época ya se hubieran separado claramente el uno del otro y se dirigieran a un abierto enfrentamiento. El judaísmo, tras las derrotas militares frente a Roma, parece en estos tiempos entregado a la introspección, centrado en la recopilación de la Misná y de la Guemará[5], y alejado de todo intento de proselitismo; por el contrario, el cristianismo se lanza con fuerza a disputar a las nuevas formas del paganismo la conciencia de los gentiles.




[1] Tradicionalmente, Marcia ha sido considerada cristiana. Una buena discusión de las fuentes sobre Marcia y en general sobre los cristianos en el entorno de Cómodo, en ESPINOSA, Urbano, “Cómodo y los cristianos: lectura política de las fuentes”, Gerión, 13, 1995, p. 127-140. Universidad Complutense de Madrid.
[2] RÉMONDON, Roger, La crisis del Imperio Romano de Marco Aurelio a Anastasio, Barcelona, Labor, 1979, p. 20. Las provincias romanas de Mauritania Tingitana y Mauritania Cesariana correspondían al norte Marruecos y noroeste de Argelia.
[3] Las vestales eran sacerdotisas de Vesta obligadas a mantener la virginidad.
[4] Orígenes (185-254), uno de los grandes teólogos de los primeros tiempos del cristianismo, muerto a consecuencia de los tormentos sufridos durante la persecución de Decio, se había autoemasculado en un arrebato religioso durante la juventud.
[5] La Misná, recopilación de la ley oral, y la Guemará, comentarios y discusiones de los sabios, constituyen unidos el Talmud. En realidad no hay un Talmud, sino dos: el de Jerusalén y el de Babilonia. Ambos coinciden en la Misná, pero difieren en la Guemará.

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