17 mayo 2013

El paganismo en el Imperio Romano (2)

Francisco Javier Bernad Morales

Por contra, el monoteísmo establece una radical distinción entre el Creador y las criaturas, de tal modo que aquel deviene inasible e indefinible. Toda afirmación sobre él, incluidas las que siguen, no tiene más que carácter metafórico, pues el intelecto y el lenguaje humanos son limitados y no pueden dar cuenta del Señor. Únicamente sugieren de manera torpe su grandeza. Cuando predicamos su existencia, hemos de entender que nos referimos al Ser en plenitud, no a un ser contingente, acotado en el tiempo y el espacio. Su existir no es, al contrario del nuestro, un devenir, sino que se identifica con el ser. No puede propiamente tener nombre, ya que nada hay semejante a él de lo que deba distinguirse.  Es el abismo insondable, el Ein Sof de la Cábala.

Pero este ser absolutamente trascendente, no está, sin embargo, separado del mundo. No es un espíritu impasible ajeno a nuestro sufrimiento; tampoco el gran relojero que imaginaron los deístas de la Ilustración, ese demiurgo que pone en marcha la naturaleza y se desentiende de ella. Por el contrario, se trata de un ente personal, que por su propio impulso se revela a los seres humanos. Es el que hace la promesa a Abraham, el que libera a Israel de la esclavitud en Egipto y establece con él una alianza, el que entrega la Torá. También, para nosotros, los cristianos, el que asume la naturaleza humana y carga sobre sí el peso de nuestros pecados. El que por nuestra salvación muere en la cruz y el que para guiarnos desciende en Pentecostés. 

Es difícil precisar hasta qué punto las nociones apuntadas estaban presentes en los primeros conversos. Algunas son, qué duda cabe, interpretaciones teológicas o místicas relativamente tardías. Eso no significa, sin embargo, que no estuvieran implícitas desde el principio, ni desmiente la idea de que el paso del paganismo al monoteísmo supusiera para las relaciones entre los seres humanos y la divinidad, lo que mucho después y aplicado a otros ámbitos, hemos dado en llamar una revolución copernicana

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