31 mayo 2013
30 mayo 2013
El paganismo en el Imperio Romano (IV)
Francisco Javier Bernad Morales
La
radical incompatibilidad entre un paganismo inmanentista y un monoteísmo
trascendente queda con lo anterior suficientemente expuesta. Sin embargo, nada
se ha dicho acerca de las razones que pudieron impulsar a tantas personas a
abandonar los dioses de sus antepasados para adherirse a una nueva religión. Nos
asalta de inmediato una primera consideración señalada en repetidas ocasiones:
el paganismo, al contrario del monoteísmo judío o cristiano, no ofrece ninguna
esperanza escatológica. Sus ritos fortalecen la cohesión de la comunidad y
tienen un carácter propiciatorio, pues con ellos se pretende conseguir que las
fuerzas de la naturaleza actúen de manera favorable, asegurando la fertilidad
tanto de los seres humanos, como de la tierra, y la estabilidad política que
haga posible la prosperidad. El individuo queda totalmente subsumido dentro de la comunidad, ya sea esta la familia, la
polis o el imperio; que es la única que se relaciona realmente con la
divinidad. Por el contrario, el monoteísmo, sin desechar los rasgos
comunitarios, ya que el culto solo tiene sentido dentro de la sinagoga o de la
iglesia, es decir, de la asamblea, llama a una relación personal con un Dios
que asimismo es persona y que, al revelarse de manera gratuita, ofrece una
salvación que no consiste simplemente en la perpetuación del cuerpo político,
sino que se dirige también a cada uno de los fieles. Todo esto es cierto, pero
no parece suficiente, para explicar la desafección a la religión naturalista. Si
tenemos en cuenta que esta persistió con fuerza durante siglos en las zonas
rurales de las que solo muy lentamente fue desarraigada, e incluso que algunos
de sus elementos informan múltiples supersticiones que aún forman parte de la
religiosidad popular; no parece descabellado afirmar que el punto más débil del
paganismo se encontró en la fragilidad de la construcción ideológica edificada
sobre la religión política.
Hemos
de considerar que la pax romana, esto
es, la estabilidad traída por la conquista y sobre la que se alzó el culto
imperial, encubría una situación de dominación de la que se beneficiaba no
solo Roma, sino también las diversas élites locales aliadas con aquella; y que justificaba una profunda injusticia social, de la que la
esclavitud es el aspecto más popularmente conocido, aunque no el único [1].
De hecho, jamás existió esa paz universal que permitía cerrar el templo de
Jano. Las zonas con importante población judía, sobre todo Judea y Galilea,
vivieron en una situación de permanente inestabilidad en que, pese al
colaboracionismo de las autoridades saduceas, se sucedían actos de resistencia
que, si hubiéramos de calificarlos con arreglo a las categorías de nuestra
época, habríamos de considerar lucha de guerrillas, por más que en los textos
antiguos prorromanos sean tachados invariablemente
de bandolerismo [2].
Eso, cuando no se llegaba a situaciones de guerra abierta como las señaladas en
entregas anteriores.
El
hecho de que sean las más conocidas, no significa que las revueltas judías
fueran las únicas. Entre otras, podemos recordar la encabezada por Julio Civil
en Germania en el año 69 d. C. Era este un bátavo que había combatido en
las tropas auxiliares romanas y que aprovechó la inestabilidad subsiguiente a
las sublevaciones contra Nerón para intentar liberar los territorios situados
en la margen izquierda del Rin. Este año marca un punto crítico en el
desarrollo de la ideología imperial. Ya en el 68 se inicia la fracasada
sublevación de Vindex, seguida de manera inmediata por la triunfante de Galba,
quien, tras entrar en Roma a la cabeza de sus legiones, cae poco después
asesinado por los partidarios de Otón, que a su vez es derrotado por los de
Vitelio. Pero el poder de este último será efímero, ya que pronto las tropas de
Vespasiano controlan la situación. No se trata ya de combates periféricos
desarrollados en tierras fronterizas, sino de que los ejércitos romanos se
enfrentan entre sí en Italia e incluso en el interior de la ciudad, reviviendo
una situación a la que Augusto parecía haber puesto fin. ¿Dónde queda el ser
divino garante de la paz y de la estabilidad, bajo cuyo benévolo mandato ha
renacido la Edad de Oro? La inseguridad no amenaza tan solo a los pueblos sometidos
o a la plebe romana. Uno tras otro, los momentáneos vencedores depuran el
Senado en un vano intento de desarticular toda oposición. Nadie, ni siquiera
los más poderosos (ya Calígula y Nerón, entre otros, habían condenado a muerte y confiscado
las propiedades de senadores poco adictos), puede estar tranquilo. Obviamente,
la pax no es más que un deseo, una
imploración a unos dioses que parecen desentenderse del destino de los
mortales.
[1] ÁLVAREZ
CINEIRA, David, Pablo y el Imperio Romano,
Sígueme, Salamanca, 2009, p. 26.
[2] Recordemos que Barrabás (en
arameo Hijo del Padre) ostenta un título mesiánico, por lo que no hemos
considerarlo como un simple delincuente, sino como un zelote, esto es, un
opositor violento a la dominación romana.
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29 mayo 2013
Señor, escúchame
San Agustín
“Señor,
que nos purificas y dispones para la vida eterna, escúchame.
Te amo
solo a Ti, te busco y te sigo, tuyo quiero ser. Manda y ordena lo que quieras,
pero limpia mis oídos para que escuchen tu voz; sana y abre mis ojos para que
descubran tus indicaciones. Aparta de mí toda ignorancia para que reconozca tus
caminos. Dime a dónde debo dirigir la mirada para verte a Ti, y así poder
cumplir tus mandatos. Recibe, Señor, a un fugitivo que huye de las cosas
terrenas; esas cosas que me retuvieron cuando aún no te pertenecía y vivía
lejos de Ti.
Ahora
comprendo la necesidad de volver a tu casa. Ábreme la puerta, porque estoy
llamando. Enséñame el camino, porque quiero llegar hasta Ti. Sólo tengo
voluntad: Sé que lo caduco y transitorio debe despreciarse para ir en pos de lo
seguro y eterno. Hago sólo esto, Padre, porque esto sólo sé y todavía no
conozco la senda que lleva hasta Ti. Enséñamela Tú y dame fuerzas para
reconocerla. Si con la fe llegan a Ti los que te buscan, dame fe; si con la
virtud, dame virtud; si con la ciencia, dame ciencia. Acrecienta en mí la fe,
acrecienta
la esperanza, acrecienta la caridad.
Voy de
regreso a Ti. Y a Ti me vuelvo para
pedirte los medios que me permitan acercarme a Ti. Si Tú me abandonas, la
muerte caerá sobre mí. Pero Tú no abandonas a nadie que no te abandone. Eres el
Sumo Bien, y nadie te busca debidamente sin hallarte. Y te buscó debidamente el
que
Tú
quisiste que así te buscara.
Padre,
que yo te busque sin caer en el error. Que, al buscarte a Ti, nadie me salga al
paso en vez de Ti. Sal a mi encuentro, pues mi único deseo es poseerte. Y, si
hay en mí algún apetito superfluo, elimínalo Tú para que pueda alcanzarte...
Pido a
tu clemencia que me convierta plenamente a Ti y destierre de mí todas las
repugnancias que a ello se opongan y mientras llevo sobre mí la carga de mi
cuerpo, haz que sea pacífico, tranquilo y prudente y amigo, perfecto conocedor
y amante de tu sabiduría, digno de habitación y habitador de tu reino. AMÉN"
Soliloquios,
1, 5_6.
28 mayo 2013
La resurrección de Cristo
Presentamos una obra del compositor ruso Serguéi Rajmáninov (1873-1943).
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27 mayo 2013
26 mayo 2013
Debate sobre la Trinidad entre San Agustín y el obispo arriano Maximino
Hoy, Domingo de la Santísima Trinidad,
recogemos un fragmento de las actas del debate que enfrentó en la ciudad de
Hipona a San Agustín con el obispo arriano Maximino. Consideramos que el texto
es suficientemente esclarecedor sobre las diferencias doctrinales entre ambos.
Quien esté interesado en conocer el documento completo, puede leerlo en
Maximino: Si el Espíritu Santo ilumina, o enseña, o instruye,
todo lo ha recibido de Cristo, porque por Cristo todo fue hecho y sin él nada se
hizo 16.
Cristo afirma que todo esto lo ha recibido de su progenitor, y que vive por el
Padre, y que toda lengua confiese que el Señor Jesucristo está en la gloria de
Dios Padre 17.
Y así, la cabeza de todo varón
es Cristo y la cabeza de la mujer, el varón; pero la cabeza de Cristo,
Dios 18.
Y el Espíritu Santo está sometido al Hijo, y el Hijo está sometido al Padre,
como queridísimo, y obediente, y bueno, engendrado por el bueno, pues el Padre
no engendró un ser opuesto a él, sino que engendró tal ser, que clama: Yo hago siempre lo que agrada al Padre 19.
11. Agustín: Si también Cristo ilumina por el Espíritu Santo y el
Espíritu Santo ilumina por Cristo, se sigue que ambos tienen idéntico poder.
Léeme el texto en el que se diga que el Espíritu Santo está sometido a Cristo,
como acabas de sostener. Respecto a lo que afirmas: que el Señor ha dicho del
Espíritu Santo, recibirá de lo
mío; ten en cuenta que fue dicho, porque lo ha recibido él del Padre, y
todo lo que es del Padre, sin duda es también del Hijo. Pues cuando el Hijo
dijo esto, añadió: Por eso
dije recibirá de lo mío; porque todo lo que tiene el Padre es mío 20.
Por
consiguiente, respóndeme a lo que te pregunté y prueba con testimonios que el
Espíritu Santo está sometido a Cristo. Antes bien, leemos lo contrario, ya que
él mismo dice: El Espíritu del
Señor está sobre mí, porque me ha ungido para evangelizar a los pobres 21.
Si dijo que el Espíritu Santo estaba sobre él, ¿cómo tú afirmas que el Espíritu
Santo está sometido a Cristo? Cristo dijo que el Espíritu Santo estaba sobre
él, no porque estuviera sobre el Verbo, que es Dios, sino porque estaba sobre
el hombre, pues el Verbo se hizo carne. En donde está escrito el Verbo se hizo carne 22 se ha de entender que el Verbo se hizo
hombre. Así, toda carne verá
la salvación de Dios 23 equivale a decir todo hombre; y por la ley no se justificará toda
carne 24 significa todo hombre. Luego, porque el Verbo se hizo carne, y se humilló a sí mismo, tomando la
forma de siervo 25,
precisamente por esa forma de siervo dijo el
Espíritu del Señor está sobre mí. En consecuencia, tienen idéntico poder,
son una sola sustancia, la misma divinidad.
Por
tanto, aunque adoremos a la Trinidad, pues el Padre no es el Hijo, ni el Hijo
es el Padre, ni el Espíritu Santo es el Padre o el Hijo, sin embargo adoramos a
un solo Dios, porque la misma unión inefable y sublime de la Trinidad indica un
solo Dios y un solo Señor. Por eso se dijo: Escucha,
Israel: el Señor, tu Dios, es un solo Señor 26.
Decís que el Padre es Señor y que el Padre es Dios; decís que Cristo es Señor y
que Cristo es Dios. Os pregunto si los dos son a la vez uno, y respondéis que
son dos dioses. Sólo os falta que les construyáis templos e ídolos.
Maximino: Los estudiosos de la religión nunca se dedican a
calumniar. Pediste testimonios para que te mostrara con ellos la fe que
profeso. Y tú confiesas idénticos e iguales a los tres al Padre, al Hijo y al
Espíritu Santo. Además, habiendo profesado que los tres son iguales, vuelves
sobre ello. Es verdad que aduces el testimonio de las Divinas Letras, pero éste
no se refiere a la igualdad, sino a la unicidad del Dios omnipotente, que es el
único autor de todo.
Luego
porque me precedes por la edad y eres superior en autoridad, antes presenta y
demuestra con testimonios que los tres son iguales, los tres omnipotentes, los
tres invisibles, los tres incomprensibles; y sólo después nos veremos obligados
a aceptarlo, basados en esos testimonios. Pero si no pudieras dar razón de ello
con la Sagrada Escritura, lógicamente me atendré a todo lo que antes he dicho:
que sólo el Padre tiene la vida sin recibirla de otro; que el Hijo, lo cual he
profesado, ha recibido la vida del Padre; y lo que dije del Espíritu Santo.
También puedo ofrecerte cuantos testimonios desees.
12. Agustín: Lo que yo pretendía que te dignaras decir no lo has
dicho: con qué testimonios pruebas que el Espíritu Santo está sometido a
Cristo. De todas maneras, responderé a lo que me has propuesto. No decimos tres
omnipotentes, como no decimos tres dioses. Pero si se nos pregunta sobre cada
uno en particular: el Padre ¿es Dios?, respondemos: es Dios; el Hijo ¿es Dios?,
respondemos: es Dios. el Espíritu Santo ¿es Dios?, respondemos: es Dios. Mas
cuando se nos pregunta sobre los tres, si ellos son Dios, recurrimos a la
Divina Escritura, que dice: Escucha,
Israel: el Señor, tu Dios, es un solo Señor. Y basados en este divino
mandato, hemos aprendido que la misma Trinidad es un solo Dios. Así, si se
indaga sobre cada uno: el Padre ¿es omnipotente?, respondemos: es omnipotente;
el Hijo ¿es omnipotente?, tampoco negamos que sea omnipotente. Sin embargo, no
afirmamos que sean tres omnipotentes, como no afirmamos que sean tres dioses;
sino, como los tres son simultáneamente un solo Dios, así los tres son a la vez
un solo omnipotente y un solo Dios invisible: el Padre, el Hijo y el Espíritu
Santo.
Luego
sin razón crees que nos encontramos limitados por el número, cuando el poder de
la divinidad supera también la razón del número. Pues si las almas de muchos
hombres, recibido el Espíritu Santo y en cierto modo fundidas por el fuego de
la caridad, formaron una sola alma, de la que dice el Apóstol: tenían un solo corazón y una sola
alma 27,
de tantos corazones, de tantos miles de corazones la caridad del Espirita Santo
hizo un solo corazón; de tantos miles de almas dijo el Espíritu Santo que eran
una sola alma, pues él las hizo una sola alma; ¿no diremos con mayor razón que
el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, siempre unidos entre sí y de un modo
inseparable por la caridad inefable, son un solo Dios?
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25 mayo 2013
Oración a la Santísima Trinidad
Presentamos hoy esta oración, llena de misticismo, sobre el misterio de Dios, uno y trino. Su autora es Isabel de la Trinidad, carmelita francesa del siglo XIX, beatificada por Juan Pablo II el 25 de noviembre de 1984.
Beata Sor Isabel de la Trinidad
Beata Sor Isabel de la Trinidad
Beata Isabel de la Trinidad |
¡Oh Dios mío, Trinidad adorable, ayúdame a olvidarme
por entero para establecerme en ti!
¡Oh mi Cristo amado, crucificado por amor! Siento mi
impotencia y te pido que me revistas de ti mismo, que
identifiques mi alma con todos lo movimientos de tu
alma; que me sustituyas, para que mi vida no sea más
que una irradiación de tu propia vida. Ven a mí como
adorador, como reparador y como salvador...
¡Oh fuego consumidor, Espíritu de amor! Ven a mí, para
que se haga en mi alma una como encarnación del Verbo;
que yo sea para él una humanidad sobreañadida en la que
él renueve todo su misterio.
Y tú, ¡oh Padre!, inclínate sobre tu criatura; no veas
en ella más que a tu amado en el que has puesto todas
tus complacencias.
¡Oh mis tres, mi todo, mi dicha, soledad infinita,
inmensidad en que me pierdo! Me entrego a vos como
una presa; sepultaos en mi para que yo me sepulte en
vos, en espera de ir a contemplar en vuestra luz el
abismo de vuestras grandezas.
Amén.
24 mayo 2013
Homenaje a Georges Moustaki
Ayer, 23 de mayo, nos dejó Georges Moustaki. Rogamos a los creyentes una oración por su alma y a todos los seres humanos, unos instantes de recogimiento y que mantengan encendida en la memoria la llama de su recuerdo.
23 mayo 2013
El paganismo en el Imperio Romano (3)
Francisco Javier Bernad Morales
Paganismo
y monoteísmo constituyen dos cosmovisiones inconciliables. En nuestros oídos
aún resuenan las severas advertencias de los profetas de Israel contra la
religión naturalista cananea, y el enfrentamiento de Elías con los sacerdotes
de Baal. Más adelante, cuando bajo los seléucidas se hizo notar la presencia
griega, el conflicto se hizo inevitable y culminó con la liberación del país
por los hijos de Matatías. Sin embargo, el triunfo político no detuvo el
proceso de helenización, ante el que intentaron mantener un difícil equilibrio,
en definitiva fracasado, los monarcas asmoneos y herodianos. Las repetidas
rebeliones contra el poder romano no son más que una manifestación de la
profunda hostilidad entre judíos y gentiles, entre monoteístas y paganos. Hubo,
claro está, judíos helenizantes que intentaban asimilar los logros de la
cultura griega sin renunciar por ello a su religión, del mismo modo que tampoco
faltaron gentiles atraídos por la superioridad religiosa y ética del judaísmo[1];
pero en ningún modo fue esa la actitud dominante. Es significativo que los dos
mayores enfrentamientos, los que desembocaron en la destrucción del Templo y en
la transformación de Jerusalén en la ciudad helénica de Aelia Capitolina, se
produjeran durante el mandato de dos de los emperadores más profundamente
helenizados: Nerón y Adriano.
Frente
a lo que una visión simplista induce a pensar, el enfrentamiento no se produjo
tan solo en la tierra de Israel, sino también en ciudades griegas con una
notable población judía. La embajada de
Filón ante Calígula tuvo como objeto solicitar la protección del emperador, tras
un pogromo en Alejandría (38 d. C.).
Hemos de recordar, asimismo, que poco después los judíos fueron
expulsados de Roma por el emperador Claudio[2].
Por otro lado, autores como Apión y
Tácito manifiestan hacia el judaísmo una incomprensión henchida de desprecio.
Tanto
para los judíos como para los cristianos la apoteosis del emperador, esto es,
su equiparación a los seres divinos y el culto que se le prestaba eran
inaceptables. El judaísmo no se oponía a que en el Templo se ofrecieran
sacrificios por el emperador, al modo en que los cristianos oramos a menudo
para que el Señor ilumine a los gobernantes. Eso en nada contradice la
concepción monoteísta de la trascendencia divina; pero otra cosa es que se les
erija un altar o que su estatua presida el Templo. Ahí entramos de lleno en lo
que siempre hemos considerado idolatría. Imaginemos que en nuestras iglesias,
el crucifijo fuera sustituido por la efigie del jefe del Estado, o que
simplemente compartiera con ella su lugar y que en el momento de la
Consagración el sacerdote invocara su nombre. De aceptarlo, incurriríamos en un
execrable sacrilegio y dejaríamos de merecer el apelativo de cristianos. Por la
misma razón, los judíos no podían tolerar sacrificios que no fueran dirigidos
al único Señor.
[1] Entre los primeros es preciso
mencionar a Filón de Alejandría y a Flavio Josefo; entre los segundos, a los
temerosos de Dios o conversos de puerta.
[2] “Hizo
expulsar de Roma a los judíos, que, excitados por un tal Cresto, provocaban
turbulencias.” SUETONIO, Los doce
césares, Tiberio Claudio Druso, XXV. A menudo se ha identificado a Cresto
con Cristo y de ahí se ha deducido que la causa de la expulsión fueron los
enfrentamientos entre judíos y cristianos, pero, salvo la similitud del nombre,
ninguna prueba respalda esa hipótesis.
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22 mayo 2013
21 mayo 2013
20 mayo 2013
19 mayo 2013
Creí y por eso hablé
Comisión Episcopal de Apostolado Seglar
Mensaje de
los obispos de la Comisión Episcopal de Apostolado Seglar con motivo del
"día de la acción católica y del apostolado seglar" en la solemnidad
de Pentecostés, 19 de mayo de 2013.
La solemne
celebración de Pentecostés nos invita a profesar nuestra fe
en la presencia y en la acción del Espíritu Santo, que el Señor Jesús había prometido a sus discípulos, y a invocar su
efusión sobre la Iglesia y sobre el mundo entero. La presencia del
Espíritu Santo es la que nos ayuda a comprender todo lo trasmitido por el
Señor (cf. Jn 14, 26); y su testimonio, que ilumina nuestra fe, nos
convierte en testigos de la Palabra y de la Resurrección de Jesús
(cf. Jn 15, 26-27). La vivencia
de esta fiesta nos hace poner nuestra confianza en la acción de la
tercera persona de la Trinidad e implorar su venida: «Ven
Espíritu Santo», para que aumente nuestra fe y nos sintamos
fortalecidos para trasmitir el Evangelio.
El versículo
de la Escritura que acompaña al lema de este año, «Creí y por eso hablé» (2 Cor 4, 13), propuesto por san Pablo a
la comunidad de Corinto, nos muestra que la acción evangelizadora del
Apóstol de las gentes está presidida por lo que él mismo llama «espíritu
de fe». Es esa fe la que le lleva a hablar. Podríamos
decir que el dinamismo de la fe desemboca en el anuncio de lo
creído. El valor y la fuerza de la predicación está en proporción a la
intensidad de nuestra fe. Desde el principio la
Iglesia sabe que este es el camino para evangelizar, que creamos en
el Hijo
de Dios.
Renovar
nuestra fe en Jesucristo. Esta idea está en el propósito de Benedicto
XVI al convocar el Año de la fe, en el cincuenta aniversario de la inauguración del
concilio Vaticano II: «El Año de la fe es una invitación a una auténtica y renovada conversión al Señor,
único Salvador del mundo». Esta conversión a Cristo
se convierte en la condición inicial e indispensable para poder poner
en marcha el proceso evangelizador que el mundo de hoy necesita. Conversión a la que todos
los fieles estamos llamados. Una
conversión real, que conlleva un cambio de vida y un mayor afán evangelizador. La Iglesia, y los creyentes que a
ella pertenecen, transmiten lo que viven. No se puede transmitir aquello
en lo cual no se cree
y no se vive. No se puede transmitir el Evangelio sin saber lo que significa “estar” con Jesús, vivir en el Espíritu
de Jesús la experiencia del Padre. No hay fruto si no se está unido
a la vid. No hay pesca si faenamos solos
toda la noche, sin la presencia a nuestro lado del Resucitado.
Benedicto
XVI centra muy bien esta cuestión esencial: «Quisiera esbozar un camino que
sea útil para comprender de manera más profunda no solo los contenidos de la fe, sino, juntamente también con eso,
el acto con el que decidimos entregarnos totalmente y con plena
libertad a Dios». En
el fondo se trata de caer en la cuenta de que es importante conocer
mejor lo que creemos, pero que es fundamental el fortalecimiento
del acto de fe en Dios, y en Cristo, por el que realmente creemos lo
que ellos nos han revelado. Porque, antes que el conocimiento de cosas y misterios, la fe es decidirse a estar con el Señor para vivir
en Él y dejarse trasformar por la gracia que actúa hasta lo
más íntimo.
Esa trasformación engendra la misión. «Con el corazón se cree y
con los
labios se profesa» (cf. Rom 10, 10). «Profesar
con la boca indica, a su vez, que la fe implica un testimonio y un
compromiso público (…)»
La fe, precisamente
porque es un acto de la libertad, exige también la responsabilidad social de lo que se cree. La Iglesia en el día de
Pentecostés muestra con toda evidencia esta dimensión pública del creer
y del anunciar a todos sin temor la propia fe. Es el don del Espíritu
Santo el que capacita para la misión y fortalece nuestro
testimonio, haciéndolo franco y valeroso».
En este día
de la Acción Católica y del Apostolado Seglar os animamos a recuperar un
texto de la exhortación apostólica postsinodal, Christifideles laici, de la
que se cumplirán 25 años el próximo mes de diciembre:
«Los fieles
laicos —debido a su participación en el oficio profético de Cristo— están
plenamente implicados en esta tarea (la nueva evangelización) de la Iglesia. En
concreto, les corresponde testificar cómo la fe cristiana —más o menos
conscientemente percibida e invocada por todos— constituye la única
respuesta plenamente válida a los problemas
y expectativas que la vida plantea a cada hombre y a cada sociedad. Esto será posible si los fieles laicos saben superar en
ellos mismos la fractura entre el Evangelio y la vida, recomponiendo en
su vida familiar cotidiana, en el trabajo y en la sociedad, esa unidad de
vida que en el Evangelio
encuentra inspiración y fuerza para realizarse en plenitud».
En estos
momentos de crisis social, económica y de fe por los que está atravesando nuestro país, en los que las posibles
respuestas parecen
insuficientes, desde la esperanza cristiana es bueno recordar que existe
un lazo indisoluble entre la fe y la caridad. Igual que no debe existir
una fractura entre nuestra fe y nuestra vida, tampoco podemos caer en la tentación de pensar que fe y
caridad están separadas o que de algún modo una
se opone a la otra. Es mucho el sufrimiento que nos golpea y que, por desgracia, en
muchas ocasiones se ceba con los más débiles y marginados, con los que nos
sentimos especialmente solidarios y cercanos. Pero el compromiso activo
de los católicos con los más
necesitados, surge siempre de una fe que se trasforma en amor, cuyo fruto es el servicio a los más pobres, en feliz expresión de la beata Teresa de Calcuta. No puede ser de otra manera: la fe nos hace acoger
el mandamiento nuevo de Jesús; la caridad nos da la dicha de ponerlo en
práctica (cf. Jn 13
13-17).
Queremos, en
comunión con todos los obispos, dar gracias a Dios, en este
día de la Acción Católica y del Apostolado Seglar, por tantos queridos fieles
laicos que con gran empeño estáis renovando vuestra alegría de
creer y recuperando el entusiasmo de trasmitir la fe, y que estáis estrechamente comprometidos entregando vuestras personas y recursos a favor de los
más necesitados. Seguro que vuestra solicitud, generosidad y entrega a favor de
la Iglesia y de todos los hombres se verá recompensada con la fecundidad
de vuestro apostolado.
Elevamos
nuestra oración al Espíritu Santo en esta solemnidad de Pentecostés, para que
llene de su gracia a toda la Iglesia, a la Acción Católica, a nuestros
Movimientos del Apostolado Seglar y a todos los bautizados, para que «impulsados
por la celebración del Año de la fe, todos juntos, pastores y fieles, nos esforzaremos por responder fielmente a
la misión de siempre: llevar a Jesucristo al hombre, y conducir al
hombre al encuentro con Jesucristo,
Camino, Verdad y Vida, realmente presente en la Iglesia y contemporáneo en cada hombre».
X Carlos
Osoro Sierra, Arzobispo de Valencia. Presidente
X Juan
Antonio Reig Pla, Obispo de Alcalá de Henares. Vicepresidente
X Carlos
Manuel Escribano Subías, Obispo de Teruel y Albarracín
X Antonio
Algora Hernando, Obispo de Ciudad Real
X Atilano
Rodríguez Martínez. Obispo de Sigüenza-Guadalajara
X José
Ignacio Munilla Aguirre, Obispo de San Sebastián
X Xavier
Novell Gomà, Obispo de Solsona
X Esteban
Escudero Torres, Obispo de Palencia
X José
Mazuelos Pérez, Obispo de Jerez de la Frontera
X Ángel
Rubio Castro, Obispo de Segovia
X Francisco
Gil Hellín, Arzobispo de Burgos
X Mario
Iceta Gavicagogeascoa, Obispo de Bilbao
X Gerardo
Melgar Viciosa, Obispo de Osma-Soria
X Francesc
Pardo Artigas, Obispo de Girona
17 mayo 2013
El paganismo en el Imperio Romano (2)
Francisco Javier Bernad Morales
Por contra, el monoteísmo establece una radical distinción entre el Creador y las criaturas, de tal modo que aquel deviene inasible e indefinible. Toda afirmación sobre él, incluidas las que siguen, no tiene más que carácter metafórico, pues el intelecto y el lenguaje humanos son limitados y no pueden dar cuenta del Señor. Únicamente sugieren de manera torpe su grandeza. Cuando predicamos su existencia, hemos de entender que nos referimos al Ser en plenitud, no a un ser contingente, acotado en el tiempo y el espacio. Su existir no es, al contrario del nuestro, un devenir, sino que se identifica con el ser. No puede propiamente tener nombre, ya que nada hay semejante a él de lo que deba distinguirse. Es el abismo insondable, el Ein Sof de la Cábala.
Pero
este ser absolutamente trascendente, no está, sin embargo, separado del mundo.
No es un espíritu impasible ajeno a nuestro sufrimiento; tampoco el gran
relojero que imaginaron los deístas de la Ilustración, ese demiurgo que pone en
marcha la naturaleza y se desentiende de ella. Por el contrario, se trata de un
ente personal, que por su propio impulso se revela a los seres humanos. Es el
que hace la promesa a Abraham, el que libera a Israel de la esclavitud en
Egipto y establece con él una alianza, el que entrega la Torá. También, para
nosotros, los cristianos, el que asume la naturaleza humana y carga sobre sí el
peso de nuestros pecados. El que por nuestra salvación muere en la cruz y el que
para guiarnos desciende en Pentecostés.
16 mayo 2013
Pentecostés
Benedicto XVI
Homilía pronunciada el domingo 27 de mayo de 2012 en la Basílica Vaticana
Homilía pronunciada el domingo 27 de mayo de 2012 en la Basílica Vaticana
Queridos hermanos y hermanas alegra celebrar con vosotros esta santa misa, animada hoy también por el coro
de la Academia de Santa Cecilia y por la orquesta juvenil —a la que doy las
gracias— en la solemnidad de Pentecostés. Este misterio constituye el bautismo
de la Iglesia; es un acontecimiento que le dio, por decirlo así, la forma
inicial y el impulso para su misión. Y esta «forma» y este «impulso» siempre
son válidos, siempre son actuales, y se renuevan de modo especial mediante las
acciones litúrgicas. Esta mañana quiero reflexionar sobre un aspecto esencial
del misterio de Pentecostés, que en nuestros días conserva toda su importancia.
Pentecostés es la fiesta de la unión, de la comprensión y de la comunión
humana. Todos podemos constatar cómo en nuestro mundo, aunque estemos cada vez
más cercanos los unos a los otros gracias al desarrollo de los medios de
comunicación, y las distancias geográficas parecen desaparecer, la comprensión
y la comunión entre las personas a menudo es superficial y difícil. Persisten
desequilibrios que con frecuencia llevan a conflictos; el diálogo entre las
generaciones es cada vez más complicado y a veces prevalece la contraposición;
asistimos a sucesos diarios en los que nos parece que los hombres se están
volviendo más agresivos y huraños; comprenderse parece demasiado arduo y se
prefiere buscar el propio yo, los propios intereses. En esta situación,
¿podemos verdaderamente encontrar y vivir la unidad que tanto necesitamos?
La
narración de Pentecostés en los Hechos de los Apóstoles, que hemos escuchado en
la primera lectura (cf. Hch 2, 1-11), contiene en el fondo uno de
los grandes cuadros que encontramos al inicio del Antiguo Testamento: la
antigua historia de la construcción de la torre de Babel (cf. Gn 11, 1-9). Pero, ¿qué es Babel? Es
la descripción de un reino en el que los hombres alcanzaron tanto poder que
pensaron que ya no necesitaban hacer referencia a un Dios lejano, y que eran
tan fuertes que podían construir por sí mismos un camino que llevara al cielo
para abrir sus puertas y ocupar el lugar de Dios. Pero precisamente en esta
situación sucede algo extraño y singular. Mientras los hombres estaban
trabajando juntos para construir la torre, improvisamente se dieron cuenta de
que estaban construyendo unos contra otros. Mientras intentaban ser como Dios,
corrían el peligro de ya no ser ni siquiera hombres, porque habían perdido un
elemento fundamental de las personas humanas: la capacidad de ponerse de
acuerdo, de entenderse y de actuar juntos.
Este
relato bíblico contiene una verdad perenne; lo podemos ver a lo largo de la
historia, y también en nuestro mundo. Con el progreso de la ciencia y de la
técnica hemos alcanzado el poder de dominar las fuerzas de la naturaleza, de
manipular los elementos, de fabricar seres vivos, llegando casi al ser humano
mismo. En esta situación, orar a Dios parece algo superado, inútil, porque nosotros
mismos podemos construir y realizar todo lo que queremos. Pero no caemos en la
cuenta de que estamos reviviendo la misma experiencia de Babel. Es verdad que
hemos multiplicado las posibilidades de comunicar, de tener informaciones, de
transmitir noticias, pero ¿podemos decir que ha crecido la capacidad de
entendernos o quizá, paradójicamente, cada vez nos entendemos menos? ¿No parece
insinuarse entre los hombres un sentido de desconfianza, de sospecha, de temor
recíproco, hasta llegar a ser peligrosos los unos para los otros? Volvemos, por
tanto, a la pregunta inicial: ¿puede haber verdaderamente unidad, concordia? Y
¿cómo?
Encontramos
la respuesta en la Sagrada Escritura: sólo puede existir la unidad con el don
del Espíritu de Dios, el cual nos dará un corazón nuevo y una lengua nueva, una
capacidad nueva de comunicar. Esto es lo que sucedió en Pentecostés. Esa
mañana, cincuenta días después de la Pascua, un viento impetuoso sopló sobre
Jerusalén y la llama del Espíritu Santo bajó sobre los discípulos reunidos, se
posó sobre cada uno y encendió en ellos el fuego divino, un fuego de amor,
capaz de transformar. El miedo desapareció, el corazón sintió una fuerza nueva,
las lenguas se soltaron y comenzaron a hablar con franqueza, de modo que todos
pudieran entender el anuncio de Jesucristo muerto y resucitado. En Pentecostés,
donde había división e indiferencia, nacieron unidad y comprensión.
Pero
veamos el Evangelio de hoy, en el que Jesús afirma: «Cuando venga él, el
Espíritu de la verdad, os guiará hasta la verdad plena» (Jn 16, 13). Aquí Jesús, hablando del
Espíritu Santo, nos explica qué es la Iglesia y cómo debe vivir para ser lo que
debe ser, para ser el lugar de la unidad y de la comunión en la Verdad; nos
dice que actuar como cristianos significa no estar encerrados en el propio
«yo», sino orientarse hacia el todo; significa acoger en nosotros mismos a toda
la Iglesia o, mejor dicho, dejar interiormente que ella nos acoja. Entonces,
cuando yo hablo, pienso y actúo como cristiano, no lo hago encerrándome en mi
yo, sino que lo hago siempre en el todo y a partir del todo: así el Espíritu
Santo, Espíritu de unidad y de verdad, puede seguir resonando en el corazón y
en la mente de los hombres, impulsándolos a encontrarse y a aceptarse
mutuamente. El Espíritu, precisamente por el hecho de que actúa así, nos
introduce en toda la verdad, que es Jesús; nos guía a profundizar en ella, a
comprenderla: nosotros no crecemos en el conocimiento encerrándonos en nuestro
yo, sino sólo volviéndonos capaces de escuchar y de compartir, sólo en el
«nosotros» de la Iglesia, con una actitud de profunda humildad interior. Así
resulta más claro por qué Babel es Babel y Pentecostés es Pentecostés. Donde
los hombres quieren ocupar el lugar de Dios, sólo pueden ponerse los unos contra
los otros. En cambio, donde se sitúan en la verdad del Señor, se abren a la
acción de su Espíritu, que los sostiene y los une.
La
contraposición entre Babel y Pentecostés aparece también en la segunda lectura,
donde el Apóstol dice: «Caminad según el Espíritu y no realizaréis los deseos
de la carne» (Ga 5, 16).
San Pablo nos explica que nuestra vida personal está marcada por un conflicto
interior, por una división, entre los impulsos que provienen de la carne y los
que proceden del Espíritu; y nosotros no podemos seguirlos todos.
Efectivamente, no podemos ser al mismo tiempo egoístas y generosos, seguir la
tendencia a dominar sobre los demás y experimentar la alegría del servicio
desinteresado. Siempre debemos elegir cuál impulso seguir y sólo lo podemos
hacer de modo auténtico con la ayuda del Espíritu de Cristo. San Pablo —como
hemos escuchado— enumera las obras de la carne: son los pecados de egoísmo y de
violencia, como enemistad, discordia, celos, disensiones; son pensamientos y
acciones que no permiten vivir de modo verdaderamente humano y cristiano, en el
amor. Es una dirección que lleva a perder la propia vida. En cambio, el
Espíritu Santo nos guía hacia las alturas de Dios, para que podamos vivir ya en
esta tierra el germen de una vida divina que está en nosotros. De hecho, san
Pablo afirma: «El fruto del Espíritu es: amor, alegría, paz» (Ga 5, 22). Notemos cómo el Apóstol usa el
plural para describir las obras de la carne, que provocan la dispersión del ser
humano, mientras que usa el singular para definir la acción del Espíritu; habla
de «fruto», precisamente como a la dispersión de Babel se opone la unidad de
Pentecostés.
Queridos
amigos, debemos vivir según el Espíritu de unidad y de verdad, y por esto
debemos pedir al Espíritu que nos ilumine y nos guíe a vencer la fascinación de
seguir nuestras verdades, y a acoger la verdad de Cristo transmitida en la
Iglesia. El relato de Pentecostés en el Evangelio de san Lucas nos dice que
Jesús, antes de subir al cielo, pidió a los Apóstoles que permanecieran juntos
para prepararse a recibir el don del Espíritu Santo. Y ellos se reunieron en
oración con María en el Cenáculo a la espera del acontecimiento prometido (cf. Hch 1, 14). Reunida con María, como en su
nacimiento, la Iglesia también hoy reza: «Veni Sancte Spiritus!», «¡Ven
Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles y enciende en ellos el fuego
de tu amor!». Amén.
15 mayo 2013
Benedicamus Domino, Deo gracias
El Codex Calixtinus es un manuscrito iluminado del siglo XII, conservado en la catedral de Santiago de Compostela, que contiene sermones, textos litúrgicos y piezas musicales. Su robo en julio de 2011 y posterior recuperación un año después, lo hicieron presente durante un tiempo en los medios de comunicación.
Hoy ofrecemos algunos de sus himnos.
Etiquetas:
Codex Calixtinus,
Santiago de Compostela
14 mayo 2013
Renovación del complejo parroquial
Fray José Souto (agustino)
Un fraternal saludo agustiniano:
Este comunicado ofrece información sobre las obras de reforma que
la Orden Agustina va a realizar en el complejo parroquial. También, sobre las inconvenientes
y las limitaciones que estas nos imponen en la pastoral y en la vida parroquial,
en los próximos meses.
Obras en la parroquia: Después de
seis años de haberlo solicitado, nuestros superiores han aprobado la actuación
sobre la casa, el templo y los sótanos del complejo parroquial
La construcción de la parroquia comenzó hace ya más de treinta y
cinco años. Fue motivada por la petición que el Cardenal Tarancón hizo a los
agustinos. Nos invitó a que nos hiciéramos cargo de una parroquia en la periferia
de Madrid, zona muy deficitaria, en aquel momento, en servicios y locales
parroquiales. Eran los tiempos de la inmigración del campo a la ciudad y del
desarrollo acelerado de las poblaciones del gran Madrid. Muchos sectores no
tenían atención religiosa.
Los agustinos filipinos no contábamos entonces con ninguna
parroquia en Madrid y pocas en España. Nuestro centro de apostolado radicaba en
Filipinas y en Latinoamérica. Asumimos la invitación del Cardenal con la
conciencia clara de que la Iglesia lo necesitaba y algo podríamos hacer. Se aceptó
el compromiso de levantar una parroquia en algún lugar de la periferia. Lugar
que, andando el tiempo, resultó ser la Consolación que hoy conocemos.
Tras los trámites, muchas vicisitudes y dificultades, la Orden
afrontó la construcción del Centro Parroquial. Eran tiempos malos y los
materiales de construcción empleados no fueron de buena calidad. Eso lo notamos
hoy.
Deterioro y
nuevas exigencias: Los años no han
pasado en vano, antes bien, han dejado la huella del tiempo. El Complejo Parroquial
se ha deteriorado, presenta daños estructurales, los materiales han envejecido…
Además, el paso del tiempo ha creado nuevas necesidades y falta adecuación en
algunos aspectos.
La decisión de las obras de reforma la tomaron nuestros superiores
a petición de esta comunidad agustiniana de Móstoles que, tras una evaluación
pormenorizada de la estructura y los servicios actuales pidió la actuación en
todo el Complejo Parroquial.
Tenemos problemas con los pisos que están hundidos. Los tejados
que hay que cambiar por imperativo legal y por su insuficiente aislamiento. Los
sistemas de agua, calefacción y luz están al borde del colapso. La calefacción
resulta costosa y poco eficiente, por sus largos recorridos y el deficiente
aislamiento. Las ventanas son auténticos coladeros de aire. Los tejados y
cubiertas, de una simple uralita y escayola, aumentan los costos del aire
acondicionado y de la calefacción. La distribución de ambientes es mejorable.
Además, los tiempos cambian y requieren nuevas infraestructuras y equipamiento
adecuado.
Responsable
de la reforma: El complejo
parroquial es de la Orden Agustina,
administrado por la Provincia de Filipinas. Los sacerdotes al servicio de la Parroquia
somos todos agustinos y hemos elaborado el listado de necesidades y mejoras que
presentamos a los superiores para su toma de decisión. Un arquitecto ha estado
trabajando en los planos que ya están completados. La autorización para las
obras corresponde a la Orden que nos lo ha comunicado hace unos meses. Los
superiores han seleccionado la empresa constructora. La licencia Municipal se ha demorado más de lo previsto por
imponderables en la tramitación.
Financiamiento
de la obra: Esta Comunidad
Agustina de Móstoles no tiene medios para afrontar la obra. Los seis religiosos
al servicio de la pastoral parroquial nos dedicamos a tiempo completo a esta
labor, compaginada por los más jóvenes con el estudio. Sólo tres tenemos
derecho a recibir una consideración económica a modo de remuneración. Hay
además un ingreso por pensión no contributiva. Nuestros haberes no alcanzan la
categoría de mileuristas. Es notorio que no tenemos capacidad para afrontar los
costos de la obra. Pero, existe en nuestras normas un Fondo Común entre todas
las casas que será el que corra con los gastos de la reforma.
Cronograma
de actuaciones: En
principio, las obras afectarán a la casa (mayo-junio), a la iglesia
(julio-agosto) y al sótano (septiembre). Esperamos que estén concluidas a final
de septiembre.
Consecuencias
e inconvenientes: La parroquia
es un servicio que no se puede suspender. Atención pastoral, liturgia,
convivencia, servicios varios, especialmente el de Cáritas, tienen que seguir
en pie superando las inevitables limitaciones e inconvenientes, respetando el
ritmo de las obras y las necesidades básicas.
Las prioridades, durante este período, serán:
1.- Salvaguardar las necesidades básicas de la parroquia: misas,
despachos, bautismos… Otras actividades no tan esenciales han finalizado o
están a punto de terminar.
2.- Salvaguardar Cáritas, los alimentos; no así el ropero que
quizá tenga que cerrar algunos días.
3.- Acomodarse al ritmo de las obras y a las limitaciones que
suponen en ambientes, ruidos, inconvenientes varios…
4.- Tener en cuenta la limitación de personal (sacerdotes) que permanezcan
en la parroquia. De momento, tres, pero en el futuro, dos y algunos días, uno…
Es obvio que las actividades tendrán que recortarse en algunos
aspectos. De momento no tenemos capilla, las misas y actividades litúrgicas,
incluso las visitas personales para orar, se realizarán, hasta julio, en la iglesia.
Cuando esté en reforma, bajaremos al sótano.
Invitación: Afrontemos con buen ánimo estos
inconvenientes y limitaciones. La meta es mejorar la infraestructura y tener en
el futuro un servicio de la parroquia más dinámico. Es necesario y merece la
pena.
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