01 septiembre 2014

La consolación de la filosofía (I)

Francisco Javier Bernad Morales

De Consolatione Philosophiae es la obra más leída de Anicio Manlio Severino Boecio. Había nacido este en Roma hacia el año 480, es decir, muy poco después de que Odoacro depusiera a Rómulo Augústulo y, al enviar a Bizancio las insignias imperiales, terminara con Imperio Romano de Occidente. Pertenecía a una familia distinguida, algunos de cuyos miembros habían alcanzado el consulado y, aunque muy joven quedó huérfano de padre, recibió una esmerada educación gracias al senador Aurelio Símaco a cuyo cuidado quedó encomendado y con cuya hija Rusticiana contrajo matrimonio. Para entonces, el ostrogodo Teodorico, en calidad de federado del Imperio de Oriente había ocupado Italia, de la que se había proclamado rey, con el beneplácito del emperador Anastasio, a quien debía una teórica sumisión que jamás fue efectiva.

Bajo el nuevo poder se inició un período de relativa calma en que el Senado pudo mantener una apariencia de dignidad. Teodorico, establecido en Rávena, gobernaba sobre los ostrogodos de religión arriana, que constituían una aristocracia militar, y sobre los romanos católicos, que mantenían sus instituciones, ahora sometidas al nuevo poder. Ambos pueblos, sujetos a diferentes leyes, quedaban por completo separados.  En este ambiente en que un reducido grupo de conquistadores distintos en lengua y religión convive sin mezclarse con una mayoría de población romana, se desarrolla la vida de Boecio. Orientado en un principio hacia el estudio, tradujo al latín obras de Platón, Aristóteles y Porfirio, así como, según Casiodoro, de Euclides, Pitágoras, Tolomeo y Arquímedes. Además escribió de su propia cosecha tratados teológicos, de los que se conservan varios, entre ellos uno sobre la Trinidad, y obras sobre música y matemáticas. Compaginó además estas tareas con una activa intervención en la vida pública, que le llevó a ser cónsul en 510 y magister officiorum, uno de los puestos de mayor responsabilidad muy próximo al rey, hacia 522. Sin embargo, muy poco después fue encarcelado bajo las acusaciones de conspiración y de sacrilegio y, tras un tiempo en prisión en el que escribió De Consolatione Philosophiae, condenado a muerte y ejecutado (525).

Es muy posible que en la caída de Boecio fuera determinante el empeoramiento de las relaciones entre ostrogodos y bizantinos, después de que el emperador Justino comenzará a perseguir a los arrianos. Teodorico comenzó a sospechar que una parte del Senado estaba en tratos con los bizantinos para expulsar a los ostrogodos y, aunque no parece probable que Boecio participara activamente en  ninguna conspiración, sí es cierto que intervino en defensa de uno de los supuestos implicados, el excónsul Albino. Las aprensiones de Teodorico, por más que en este caso le llevaran a actuar de manera injusta, no carecían de fundamento. El anciano Justino gobernaba auxiliado por su sobrino Justiniano, quien le sucedería en el trono (527). Aspiraba este a recuperar los territorios occidentales del Imperio y finalmente alcanzaría a ocupar el reino el reino ostrogodo tras una larga guerra (535-554). En 533-534 había conquistado también el reino vándalo del norte de África y en 552 había intervenido en el reino visigodo de Hispania, en apoyo Atanagildo sublevado contra el rey Agila. Como recompensa por su ayuda, el usurpador victorioso entregó a los bizantinos un amplio territorio en el sureste con centro en Cartagena.


Aunque no parece que los motivos religiosos fueran causa de su condena, Boecio fue desde muy pronto venerado como mártir en Pavía, donde había permanecido encarcelado y se le había dado muerte. Este culto obtuvo en 1883 la aprobación del papa León XIII.

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