15 septiembre 2014

Contra los académicos (I)

Francisco Javier Bernad Morales

En el verano del año 386 ya Agustín había tomado la determinación de renunciar a su cátedra de Retórica en Milán, aunque había aplazado su puesta en práctica hasta las vacaciones de la vendimia. A la inquietud religiosa que le encaminaba por otros derroteros se sumaba algún problema respiratorio que le causaba dolores en el pecho, además de fatigarle y dificultarle el hablar durante períodos prolongados. Según cuenta (Confesiones, IX, 2, 4), esta dolencia le brindó la excusa para abandonar el trabajo sin ofender a los padres de sus alumnos.

Llegado el momento, tras notificar su dimisión a las autoridades, en compañía de su madre, Mónica, y de sus discípulos más allegados, se retiró a la finca que su amigo Verecundo poseía en Casiciaco. Allí, durante unos meses, el pequeño grupo se entregó al otium, es decir, al estudio y discusión de los grandes problemas filosóficos, o en otras palabras, a la búsqueda de la sabiduría, sin descuidar por ello la vigilancia de los trabajos agrícolas. Todo parece indicar que fueron días apacibles, en que el espíritu de Agustín pudo reposar tras las turbulencias que lo habían alterado en tiempos anteriores. Fruto de ellos fueron las obras que suelen agruparse bajo el título de Diálogos de Casiciaco. Son estos: Contra Academicos, De Beata Vita, De Ordine y Soliloquia.

Tanto Agustín como sus compañeros de retiro eran ya cristianos de espíritu aunque aún no habían recibido el bautismo. Fue precisamente la necesidad de trasladarse a Milán para inscribirse como catecúmenos lo que hizo que a principios de marzo del 387 abandonaran la finca.

No debemos olvidar que pese a lo que pudiera dar a entender la placidez de Casiciaco, el Imperio vivía ya sus últimos espasmos. En Oriente gobernaba Teodosio, quien había conseguido restablecer la situación tras la desastrosa derrota de Valente frente a los godos en Adrianópolis (378); en tanto que en Occidente lo hacía el joven Valentiniano II, aunque en realidad el poder lo ejercía su madre, Justina. Esta era arriana y había tenido duros enfrentamientos con Ambrosio, el obispo de Milán, en los que la autoridad y sobre todo el prestigio imperiales habían quedado muy menoscabados. Además, en el 381 el ejército de Britania había proclamado emperador a Máximo, quien había ocupado la Galia y desde Tréveris controlaba las provincias citadas e Hispania. Finalmente, en 387, atacó el Ilírico, lo que hizo que Justina solicitara la ayuda de Teodosio, a quien entregó a su hija Gala en matrimonio. Derrotado, el usurpador fue asesinado (388), lo que, unido a la muerte de Justina, dejó a Teodosio como árbitro del imperio. Este mantuvo a su cuñado Valentiniano en Occidente, pero  situó a su lado a Arbogasto, un franco como magister militum, es decir, jefe supremo del ejército. Por extraño que parezca, el mismo emperador que hizo de la ortodoxia nicena la religión oficial, impuso a un pagano como amo del poder en Occidente. Fueran cuales fueren las razones que lo empujaron a tomar esa decisión, el hecho es que Valentiniano pereció en 392 asesinado, posiblemente por Arbogasto, quien aseguró que se trataba de un suicidio y proclamó emperador al pagano Eugenio. Teodosio se vio obligado de nuevo a intervenir y, tras alcanzar la victoria en la batalla del Frígido (394), asumió personalmente el Imperio de Occidente. 

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