P. Miguel
Ángel Cadenas
P. Manolo
Berjón
En
mayo 2014 la rotura del Oleoducto Nor-peruano a la altura de la quebrada
Cuninico afectó a la población kukama de los distritos de Urarinas, Parinari y
Nauta, en la provincia y departamento de Loreto, en el área de amortiguamiento
de la Reserva Nacional
Pacaya Samiria. Este acontecimiento nos estimula a la siguiente reflexión.
Hemos pensado que en el fondo hay un problema de
discriminación brutal: no somos ciudadanos. Por tanto, no podemos tomar
decisiones por nosotros mismos, ni contribuir a los debates donde se toman
tales decisiones, no somos tomados en cuenta. Sin embargo, vamos a dar una
vuelta de tuerca más, apurando el argumento hasta su raíz.
No ha faltado quien hablando del
refugiado percibe una ruptura entre el hombre y el ciudadano que trasluce la
crisis del Estado-nación. De esta manera ha surgido una “masa residente estable
de no-ciudadanos” que los Estados ni gestionan ni administran, mientras el
capital se sirve de ellos como mano de obra barata. Esto nos da pie a nosotros
para pensar que la “narrativa de la negación” utilizada por los criollos en la
independencia del Perú fue una coartada perfecta para excluir a los indígenas.
Esta ausencia de los indígenas nos permite comprender que el fallo no es sobre
el ser ciudadano, sino sobre el mismo concepto de persona. No se trata
únicamente de incorporar a los indígenas a la ciudadanía, sino de cuestionar la
misma noción de persona.
Para los occidentales la persona
es un animal con la posición erguida, la mano prensil y un mayor tamaño y
complejidad del cerebro, entre otros. Sin embargo, para los indígenas la
persona puede ser gente como nosotros, espíritu o animal, todo a la vez o
simultáneamente. Las relaciones sociales configuran el tipo de persona que soy:
si me relaciono preferentemente con espíritus, terminaré convirtiéndome en un
espíritu, previa transformación pasando por la muerte. Si me relaciono con los
animales acabaré por convertirme en un animal. Ahí están los relatos de
personas que han sido robados por la huangana. Otro ejemplo de lo mismo son las
narraciones de cazadores que, al momento de disparar a la presa, escuchan: “no
dispares, soy gente”. De igual manera un afecto jaguar puede hacer de mi que me
convierta en un jaguar…
Por su parte los indígenas
consideran que ser persona depende de categorías como la cercanía, las
relaciones sexuales y el compartir la comida, entre otras. Estas tres
experiencias básicas definen qué clase de persona soy: gente, animal o
espíritu. La cercanía no es únicamente compartir el mismo espacio, por reducido
que sea. La cercanía implica contacto, pero también, y sobre todo, afecto. De
ahí que sea tan importante extraer los piojos: es una forma de afectividad que
vehicula, por si fuera poco, el pensamiento. Las relaciones sexuales se
producen en la intimidad y estrechan los lazos de la pareja. Son marcas de una
persona sobre otra. La pareja no está hecha, sobre todo los primeros años, hay
que construirla y las relaciones sexuales ayudan en esta construcción. De igual
manera la comida. Comer con alguien o compartir la comida con alguien implica
familiaridad, cariño. Alimentar a alguien es un antídoto poderoso contra el
olvido.
Los ingenieros de Petroperú
mantienen la proximidad física, no les queda más remedio, no tanto el afecto.
La rotación continua de ingenieros evita este contacto reiterado y estimación.
Incluso algunas compañías aconsejan cierto desapego para evitar problemas.
Desconocemos en este sentido los códigos que maneja Petroperú. Esperemos que eviten
las relaciones sexuales. Y de darse, no dejamos de señalar que se producen
relaciones de poder en ellas: étnicas, de género, status… Comprobaremos
posteriormente si nacen niños cuyos padres no los quieren reconocer. Y la
comida, los ingenieros de Petroperú comerán latas de atún…, pero a los
indígenas se les indigestan y les hacen daño en forma de alergias. Mientras que
su comida preferida, el pescado, tendrá que ser evitado mucho más allá de la
permanencia de Petroperú en la comunidad. Esta forma de comer diferente no
genera simpatía, cercanía, familiaridad, cariño, ni afecto, sino olvido. Y tal
vez se trate de eso, de olvidar. Los ingenieros de Petroperú podrán fácilmente
olvidarse cuando salgan de la zona. A los indígenas les costará más tiempo y esfuerzo
olvidarse de un daño que les han causado e impactado fuertemente en su
economía, parentesco y vida. Aunque fácilmente podrán olvidarse de los
ingenieros que rehuyeron lazos más estrechos para evitar mayores compromisos.
Regresando a la idea del Estado-nación[1]
procedente de una “narrativa de la negación”, que, con procedimientos
jurídicos, en la práctica, excluye a los indígenas, más aún a las mujeres
indígenas. De ahí, que no haya habido una supervisión del trabajo realizado por
Petroperú en Cuninico hasta que el programa Panorama
no destapó graves irregularidades. Cuando no se pudo ocultar el escándalo y
“los ciudadanos” estaban indignados de lo sucedido con los indígenas es que el
Estado-nación comienza a actuar. Esperemos que sea con contundencia. Pero hay
más ejemplos. Un fiscal, en los primeros días de conocido el derrame, tuvo el
atrevimiento de dirigirse a la población de Cuninico, que esperaba su
orientación, con las siguientes palabras: “yo he venido a supervisar, no he
venido a escucharles a ustedes”. ¿No les parece que con este comportamiento
está haciendo méritos para su ascenso? Miembros de la OEFA (Organismo de Evaluación
y Fiscalización Ambiental), en su primer viaje, pasean por la comunidad de
Cuninico sin identificarse, como quien pasea por su casa. Este comportamiento
es especialmente grave en pueblos indígenas donde lo primero que debe hacer una
persona es identificarse y explicar los motivos de su visita. Estos y otros
destellos de soberbia, altanería y vanidad propios del Estado no están fuera de
lugar sino que retratan perfectamente la crisis en la que estamos inmersos: la exclusión
de los pueblos indígenas en este Estado-nación.
Apurando un poco más, y esperemos
que no se les indigeste. ¿No queda en entredicho el Estado de derecho cuando se
envía a los trabajadores a sumergirse dentro del crudo sin ninguna protección
especial, por ocho horas diarias durante varios días, desconociendo las leyes
laborales? Insistimos, ¿no queda en entredicho el Estado de derecho cuando
algunos de esos trabajadores, siendo menores de edad, con conocimiento de
Petroperú, son enviados a ese trabajo peligroso? ¿No generan estos
comportamientos anomia? ¿Y no es la pulsión anómica una de las características
del Estado de excepción? Dejamos constancia, aunque sea como interrogante.
Apostilla: la serie de
normativas, hace poco aprobadas, para fortalecer la inversión no es sino una
forma de “desnacionalización”: poner el orden jurídico nacional al servicio de
los capitales transnacionales. Otra manera de atacar la idea de Estado-nación,
esta vez desde el propio Estado, por implosión.
©
Parroquia Santa Rita de Castilla, julio 2014
P. Miguel Ángel Cadenas
P. Manolo Berjón
Parroquia Santa Rita de Castilla
Río Marañón
[1] En
realidad cada pueblo indígena amazónico es una nación, por lo tanto habría que
matizar y hablar de un Estado y varias naciones. En la práctica el Estado
peruano se presenta como un Estado-nación, desconociendo las singularidades
propias y negando las naciones en su interior. Sin embargo, para nuestro
argumento no es necesario en este momento mayor desarrollo de este tema.
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