Papa Francisco
La fe cristiana, en cuanto anuncia la verdad
del amor total de Dios y abre a la fuerza de este amor, llega al centro más
profundo de la experiencia del hombre, que viene a la luz gracias al amor, y
está llamado a amar para permanecer en la luz. Con el deseo de iluminar toda la
realidad a partir del amor de Dios manifestado en Jesús, e intentando amar con
ese mismo amor, los primeros cristianos encontraron en el mundo griego, en su
afán de verdad, un referente adecuado para el diálogo. El encuentro del mensaje
evangélico con el pensamiento filosófico de la antigüedad fue un momento decisivo
para que el Evangelio llegase a todos los pueblos, y favoreció una fecunda
interacción entre la fe y la razón, que se ha ido desarrollando a lo largo de
los siglos hasta nuestros días. El beato Juan Pablo II, en su Carta encíclica Fides et ratio, ha mostrado cómo la fe y
la razón se refuerzan mutuamente[27].
Cuando encontramos la luz plena del amor de Jesús, nos damos cuenta de que en
cualquier amor nuestro hay ya un tenue reflejo de aquella luz y percibimos cuál
es su meta última. Y, al mismo tiempo, el hecho de que en nuestros amores haya
una luz nos ayuda a ver el camino del amor hasta la donación plena y total del
Hijo de Dios por nosotros. En este movimiento circular, la luz de la fe ilumina
todas nuestras relaciones humanas, que pueden ser vividas en unión con el amor
y la ternura de Cristo.
En la vida de san Agustín
encontramos un ejemplo significativo de este camino en el que la búsqueda de la
razón, con su deseo de verdad y claridad, se ha integrado en el horizonte de la
fe, del que ha recibido una nueva inteligencia. Por una parte, san Agustín
acepta la filosofía griega de la luz con su insistencia en la visión. Su
encuentro con el neoplatonismo le había permitido conocer el paradigma de la
luz, que desciende de lo alto para iluminar las cosas, y constituye así un
símbolo de Dios. De este modo, san Agustín comprendió la trascendencia divina,
y descubrió que todas las cosas tienen en sí una transparencia que pueden
reflejar la bondad de Dios, el Bien. Así se desprendió del maniqueísmo en que
estaba instalado y que le llevaba a pensar que el mal y el bien luchan
continuamente entre sí, confundiéndose y mezclándose sin contornos claros.
Comprender que Dios es luz dio a su existencia una nueva orientación, le permitió
reconocer el mal que había cometido y volverse al bien.
Por otra parte, en la
experiencia concreta de san Agustín, tal como él mismo cuenta en sus Confesiones, el momento decisivo de su camino de fe
no fue una visión de Dios más allá de este mundo, sino más bien una escucha,
cuando en el jardín oyó una voz que le decía: « Toma y lee »; tomó el volumen
de las Cartas de san Pablo y se detuvo en el capítulo decimotercero de la Carta
a los Romanos[28].
Hacía acto de presencia así el Dios personal de la Biblia, capaz de comunicarse
con el hombre, de bajar a vivir con él y de acompañarlo en el camino de la
historia, manifestándose en el tiempo de la escucha y la respuesta.
De todas
formas, este encuentro con el Dios de la Palabra no hizo que san Agustín
prescindiese de la luz y la visión. Integró ambas perspectivas, guiado siempre
por la revelación del amor de Dios en Jesús. Y así, elaboró una filosofía de la
luz que integra la reciprocidad propia de la palabra y da espacio a la libertad
de la mirada frente a la luz. Igual que la palabra requiere una respuesta
libre, así la luz tiene como respuesta una imagen que la refleja. San Agustín,
asociando escucha y visión, puede hablar entonces de la « palabra que
resplandece dentro del hombre »[29].
De este modo, la luz se convierte, por así decirlo, en la luz de una palabra,
porque es la luz de un Rostro personal, una luz que, alumbrándonos, nos llama y
quiere reflejarse en nuestro rostro para resplandecer desde dentro de nosotros
mismos. Por otra parte, el deseo de la visión global, y no sólo de los
fragmentos de la historia, sigue presente y se cumplirá al final, cuando el hombre,
como dice el Santo de Hipona, verá y amará[30].
Y esto, no porque sea capaz de tener toda la luz, que será siempre inabarcable,
sino porque entrará por completo en la luz.
Lumen Fidei 32-33
No hay comentarios:
Publicar un comentario