Francisco Javier Bernad Morales
Jan Hus
nació hacia 1370 en el seno de una humilde familia bohema, cuya situación
económica se agravó debido a la prematura muerte del padre. No obstante, pese a
las dificultades, pudo seguir estudios ayudándose con trabajos humildes en la
parroquia, y alcanzó a entrar, por caridad, en la universidad de Praga.
Ordenado sacerdote en 1400, dos años más tarde era nombrado rector de la
universidad y predicador de la iglesia de Belén.
Por
entonces, hacía tiempo que había arraigado en Bohemia la idea de que la Iglesia
estaba necesitada de una profunda reforma. Milic de Kromerice, fallecido en
1374, había criticado al emperador Carlos IV como encarnación del mal y su
discípulo, Matías de Janow, alarmado por el cisma[1],
en el que veía una manifestación del poder del Anticristo, había contrapuesto
la Iglesia visible en que los pecadores viven mezclados con los verdaderos
cristianos, con la invisible, formada por los santos. En este ambiente muy
pronto se difundieron las concepciones del inglés Wyclif, que fueron acogidas
con entusiasmo por los estudiantes bohemos, enfrentados por entonces con los
alemanes.
Hus
bebió de las ideas de Wyclif, aunque nunca llegó a aceptarlas en su totalidad.
En particular permaneció ajeno a las especulaciones de aquel sobre la
Eucaristía. Su interés se centraba en la reforma de las estructuras eclesiásticas
y sobre ella predicó en la iglesia de Belén, utilizando el idioma checo, ante
un público extremadamente numeroso. En estas circunstancias, el rey Wenceslao
IV, por problemas que tenían que ver con su pretensión de ser coronado
emperador, decidió reformar la organización de la universidad de Praga, dando a
los checos tres votos de un total de cuatro, lo que provocó la emigración de
numerosos estudiantes alemanes (1408). El apoyo de Hus a esta medida motivó su
primer choque con el arzobispo, quien hasta entonces lo había respaldado.
La situación
se agravó cuando en 1412, Juan XXIII[2]
hizo predicar en Praga una indulgencia con cuyo producto se pagarían los
ejércitos papales que luchaban contra el rey de Nápoles. A Hus le pareció inadmisible que se traficara con los bienes espirituales para sufragar una guerra, por lo que se opuso
vigorosamente y algunos de sus oyentes en Belén llegaron a abuchear a los
predicadores de la bula. Por este hecho, Wenceslao hizo decapitar a tres
estudiantes. En el funeral, Hus pronunció un panegírico y a continuación
abandonó Praga para refugiarse en el sur de Bohemia. Enfrentado tanto al poder
espiritual como al civil, su popularidad entre los artesanos y comerciantes de
las ciudades, los campesinos y algunos sectores de la baja nobleza, era más
grande que nunca. Frente a una Iglesia corrompida por las riquezas, esgrimió el ideal de la Iglesia de Cristo, que los fieles podrían alcanzar mediante reformas emanadas de la misma comunidad. Ya antes había predicado sobre lo perjudicial de que los nobles entregaran bienes a la Iglesia; ahora, en un paso más allá, solicitaba al poder temporal que secularizara las posesiones eclesiásticas. Llegó incluso a afirmar que el pecado privaba no solo a los sacerdotes, sino también a los gobernantes laicos del ejercicio de la autoridad y, en consecuencia, que era legítimo para el súbdito oponerse a órdenes injustas.
En el
exilio se entregó a la traducción de la Biblia al checo, sin descuidar las
tareas de predicador, por las que siempre había mostrado una gran predilección
y para las cuales tenía, sin duda, grandes aptitudes. Estas actividades
llegaron a alarmar a algunos teólogos, que lo acusaron de herejía ante el
concilio de Constanza. Seguro de su inocencia y amparado en un salvoconducto
emitido por el rey de Hungría, Segismundo, hermano de Wenceslao, Hus se dirigió
a la ciudad suiza con el propósito de convencer a los padres conciliares de la
ortodoxia de sus posiciones. No pudo, sin embargo, argumentar como era su
intención, ya que no se le dio más opción que retractarse. Consciente de lo que le aguardaba, respondió que de
las cuarenta y cinco proposiciones heréticas que se le atribuían solo cuatro
eran realmente suyas, y que las demás eran falsedades propaladas por sus
enemigos. En cuanto a esas cuatro, estaba dispuesto a abandonarlas si se le
convencía de su error. Eso bastó para que el concilio le declarara hereje y lo
entregara al brazo secular, encarnado en ese momento en Segismundo de Hungría. Hus afrontó valerosamente su destino y murió en la hoguera el 6 de julio de 1415, pero sus ideas no perecieron con él.
Al contrario, sus seguidores se radicalizaron y Bohemia hubo de hacer frente a
una cruenta guerra que solo terminó en 1434.
El 17
de noviembre de 1999, el papa Juan Pablo II, en un simposio sobre Jan Hus celebrado
en la Universidad Papal de Letrán, pronunció estas palabras:
Hoy,
en vísperas del Gran Jubileo, siento el deber de expresar mi profunda pena por
la cruel muerte infligida a Jan Hus, y por la consiguiente herida, fuente de
conflictos y divisiones, que se abrió de ese modo en la mente y en el corazón
del pueblo bohemo. Ya durante mi primera visita a Praga expresé la esperanza de
que se dieran pasos decisivos en el camino de la reconciliación y de la
verdadera unidad en Cristo. Las heridas de los siglos pasados deben curarse con
una nueva mirada en perspectiva y con el establecimiento de relaciones
completamente renovadas.
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