Papa Francisco
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Hoy
me gustaría hablar de una realidad muy bella de nuestra fe, es decir, la
comunión de los santos. El Catecismo de la Iglesia Católica nos recuerda que
este término hace referencia a dos realidades: la comunión en las cosas santas,
y la comunión entre las personas santas (núm. 948). Me centro en el segundo
significado: es una verdad entre las más reconfortantes de nuestra fe, porque
nos recuerda que no estamos solos sino que hay una comunión de vida entre todos
los que pertenecen a Cristo. Una comunión que nace de la fe; de hecho el
término "santos" se refiere a aquellos que creen en el Señor Jesús, y
se incorporan a Él en la Iglesia a través del bautismo. Por eso, los primeros
cristianos fueron llamados también "los santos" (cf. Hch. 9,13.32.41; Rm. 8,27; 1 Cor.
6,1).
1.
El Evangelio de Juan dice que, antes de su pasión, Jesús oró al Padre por la
comunión entre los discípulos con estas palabras: "Para que todos sean
uno, como tú, Padre, en mí y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros,
para que el mundo crea que tú me has enviado" (17,21). La Iglesia, en su
verdad más profunda, es comunión con Dios, familiaridad con Dios, una comunión
de amor con Cristo y con el Padre en el Espíritu Santo, que se prolonga en una
comunión fraterna. Esta relación entre Jesús y el Padre es la
"matriz" de la unión entre nosotros los cristianos: si estamos
íntimamente inseridos en esta "matriz", en este horno ardiente de
amor, entonces podemos llegar a ser realmente un solo corazón y una sola alma
entre nosotros, porque el amor de Dios incinera nuestro egoísmo, nuestros
prejuicios, nuestras divisiones internas y externas. El amor de Dios también
incinera nuestros pecados.
2.
Si esto tiene su origen en la fuente del amor, que es Dios, entonces también se
da el movimiento recíproco: de los hermanos a Dios; la experiencia de la
comunión fraterna con Dios me lleva a la comunión con Dios. Estar unidos entre
nosotros nos lleva a estar unidos a Dios, nos lleva a esta relación con Dios
que es nuestro Padre. Este es el segundo aspecto de la comunión de los santos
que me gustaría subrayar: nuestra fe necesita del apoyo de los demás,
especialmente en tiempos difíciles. Si estamos unidos la fe se vuelve más fuerte.
¡Qué hermoso es apoyarse mutuamente en la aventura maravillosa de la fe! Digo
esto porque la tendencia a refugiarse en lo privado también ha influido en la
esfera religiosa, por lo que muchas veces es difícil buscar la ayuda espiritual
de aquellos que comparten nuestra experiencia cristiana.
Todos
las hemos experimentado; yo también, forma parte del camino de la fe, del
camino de nuestra vida. ¿Quién de nosotros no ha experimentado
inseguridad, desconcierto e incluso dudas en el camino de la fe? Todos hemos
experimentado esto, también yo: es parte del camino de la fe, es parte de
nuestra vida. Todo esto no debe sorprendernos, porque somos seres humanos,
marcados por la fragilidad y las limitaciones; todos somos frágiles, todos
tenemos límites. Sin embargo, en estos tiempos difíciles hay que confiar en la
ayuda de Dios, a través de la oración filial, y al mismo tiempo, es importante
encontrar el coraje y la humildad para estar abierto a los demás, para pedir
ayuda, para pedir que nos den una mano. ¡Cuántas veces hemos hecho esto, y
después hemos sido capaces de salir del problema y encontrar a Dios otra vez!
En esta comunión --comunión quiere decir común-unión--, somos
una gran familia, donde todos los componentes se ayudan y se apoyan mutuamente.
3.
Y ahora llegamos a otro aspecto: la comunión de los santos va más allá de la
vida terrena, va más allá de la muerte y dura para siempre. Esta unión entre
nosotros, va más allá y continúa en la otra vida; es una unión espiritual que
nace del bautismo y no se rompe con la muerte, sino que, gracias a Cristo
resucitado, está destinado a encontrar su plenitud en la vida eterna. Hay un
vínculo profundo e indisoluble entre los que son todavía peregrinos en este
mundo -- incluidos nosotros-- y los que han cruzado el umbral de la muerte para
entrar a la eternidad. Todos los bautizados aquí en la tierra, las almas del
Purgatorio, y todos los santos que ya están en el Paraíso forman una sola gran
familia. Esta comunión entre el cielo y la tierra se realiza sobre todo en la oración
de intercesión.
Queridos
amigos, ¡tenemos esta belleza! Es nuestra realidad, la de todos, lo que nos
hace hermanos, que nos acompaña en el camino de la vida y hace que nos
encontremos de nuevo allá en el cielo. Vayamos por este camino con confianza, con
alegría. Un cristiano debe ser alegre, con la alegría de tener a tantos
hermanos y hermanas bautizados que caminan con él; sostenido por la ayuda de
nuestros hermanos y hermanas que transitan este mismo camino para ir al cielo.
Y también con la ayuda de nuestros hermanos y hermanas que están en el cielo y
oran a Jesús por nosotros. ¡Adelante por este camino de felicidad!
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