Francisco Javier Bernad Morales
El
retorno del papado a Roma fue seguido de inmediato por una crisis gravísima a
la que hemos dado el nombre de cisma de Occidente, y durante la cual llegaron a
disputarse hasta tres pontífices la cátedra de San Pedro.
Ya
vimos en al artículo dedicado al papado de Aviñón que la elección de Bartolomé
Prignano (abril de 1378), quien tomó el nombre de Urbano VI se había
desarrollado en un ambiente de violencia, en el que el pueblo llegó a ocupar la
planta inferior del palacio donde se celebraba el cónclave. El nuevo papa,
el último en ser elegido sin pertenecer al colegio cardenalicio, era
napolitano, lo que no desagradaba a los habitantes de Roma, quienes en ningún
modo estaban dispuestos a admitir a un francés, y además gozaba de fama por la
santidad de sus costumbres. Sin embargo, era una persona irritable que pronto
se enemistó con los cardenales, a quienes reprochaba de manera agria y hasta
ofensiva el lujo en que vivían. Trató también de manera desconsiderada al
embajador de Nápoles, ya que a su juicio aquel reino estaba mal gobernado, pues tenía a su frente una mujer.
Pretextando
el calor, los cardenales abandonaron Roma a principios del verano y, tras
reunirse primero en Anagni y luego en Fondi, exigieron a Urbano VI que
renunciara, aduciendo que su elección quedaba invalidada por las circunstancias
en que se había producido. Ante la negativa de este, lo depusieron y eligieron
en su lugar a Roberto de Ginebra, considerado antipapa, que adoptó el nombre de
Clemente VII (20 de septiembre de 1378).
Clemente
VII armó inmediatamente un ejército que marchó sobre Roma, donde sus
partidarios ocupaban el castillo de Sant’Angelo, pero las armas favorecieron a
Urbano, quien alcanzó dos importantes victorias en febrero y abril de 1379, que
obligaron a su rival a abandonar Italia y establecerse en Aviñón. La obediencia
de la cristiandad quedó dividida entre los dos pontífices. Francia, Escocia y
Castilla apoyaron desde el principio a Clemente, en tanto que Inglaterra,
Polonia, Hungría y los países escandinavos se mantenían fieles a Urbano. Aragón
esperó a 1390 para alinearse con Clemente, mientras que Portugal y Nápoles
cambiaron de bando en varias ocasiones, al igual que la mayoría de las ciudades
italianas.
En los
años siguientes ambas partes persiguieron el sometimiento del adversario por
medio de las armas en lo que se ha dado en llamar via facti para recuperar la unidad. Urbano llegó incluso a otorgar
el título de cruzados a quienes luchaban a su lado. Aunque también hubo
combates en Flandes y en Castilla, Italia fue el principal teatro de operaciones.
Allí Urbano apoyó a Carlos de Durazzo contra la reina Juana de Anjou en la lucha por el
trono de Nápoles, aunque pronto se enemistó con él. Cuando en 1389 murió el papa de Roma, los cardenales
que él había creado desaprovecharon la oportunidad de terminar con el cisma y
eligieron a Bonifacio IX. Otro tanto ocurrió con el papado de Aviñón, pues al
fallecimiento de Clemente, sus cardenales nombraron al aragonés Pedro Martínez
de Luna, Benedicto XIII.
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