25 junio 2012

San Juan Bautista


Francisco Javier Bernad Morales

Si bien Juan el Bautista es un personaje familiar para todos los cristianos, a menudo estos lo consideran un mero precursor, cuya tarea se habría limitado a preparar a las gentes para la llegada de Jesús de Nazaret. Sin negar este papel, firmemente expresado en el Evangelio, vale, no obstante, la pena intentar una mayor aproximación a su figura.
Su existencia está atestiguada no solo por las fuentes evangélicas sino, una vez más, por Flavio Josefo, quien le dedica un párrafo en Antigüedades de los judíos:
Algunos judíos creyeron que el ejército de Herodes había perecido por la ira de Dios, sufriendo el condigno castigo por haber muerto a Juan, llamado el Bautista. Herodes lo hizo matar, a pesar de ser un hombre justo que predicaba la práctica de la virtud, incitando a vivir con justicia mutua y con piedad hacia Dios, para así poder recibir el bautismo. Era con esta condición que Dios consideraba agradable el bautismo; se servían de él no para hacerse perdonar ciertas faltas, sino para purificar el cuerpo, con tal que previamente el alma hubiera sido purificada por la rectitud. Hombres de todos lados se habían reunido con él, pues se entusiasmaban al oírlo hablar. Sin embargo, Herodes, temeroso de que su gran autoridad indujera a los súbditos a rebelarse, pues el pueblo parecía estar dispuesto a seguir sus consejos, consideró más seguro, antes de que surgiera alguna novedad, quitarlo de en medio, de lo contrario quizá tendría que arrepentirse más tarde, si se produjera alguna conjuración. Es así como por estas sospechas de Herodes fue encarcelado y enviado a la fortaleza de Maquero, de la que hemos hablado antes, y allí fue muerto. Los judíos creían que en venganza de su muerte, fue derrotado el ejército de Herodes, queriendo Dios castigarlo. (Ant. Jud. XVIII, 5, 2).
El texto se refiere al tetrarca de Galilea, Herodes Antipas, quien para desposar a Herodías, mujer de su medio hermano Herodes Filipo había repudiado a su esposa legítima. El padre de esta, el rey nabateo Aretas, ofendido, atacó el territorio de su exyerno, quien solo pudo conservar el poder gracias a la intervención del gobernador romano de Siria. Es esta la derrota de la que habla Josefo. Precisamente, el Evangelio señala como causa del apresamiento y muerte de Juan su crítica a la relación entre Antipas y Herodías (Mt. 14, 1-12, Mc. 6, 14-29, Lc. 3, 19-20); algo que no es corroborado, pero tampoco desmentido por Josefo.
Ambos testimonios coinciden, de todas maneras, en revestir a Juan con un atributo propio de los antiguos profetas: la denuncia de la iniquidad de los poderosos. Es una actitud similar a la de Natán cuando reprocha a David el asesinato de Urías (II Sam. 12), o a la de Elías y Elíseo ante el linaje de Omrí (I y II Re). En contraposición, Jesús de Nazaret adopta siempre un tono genérico en sus condenas, sin aludir expresamente a hechos o personajes concretos.
El paralelismo con Elías llega incluso a la forma de vivir. Mateo (3, 4) y Marcos (1, 6) nos presentan a Juan como un asceta cubierto con una piel de camello y alimentado con langostas y miel del campo. En cuanto a Elías, así aparece en el relato de la muerte de Ocozías, rey de Israel, hijo de Ajab y nieto de Omrí. Había sufrido este rey una grave caída en Samaria, por lo que envió mensajeros a consultar con Baal-ze-bub[1], dios de Ekron, pero estos regresaaron, tras encontrarse con Elías:
Los mensajeros se volvieron junto a Ocozías, quien les preguntó:
-¿Por qué, pues, os habéis vuelto?
Contestáronle:
-Ha salido a nuestro encuentro un hombre y nos ha dicho: ‘Id, volveos al rey que os ha enviado y decidle: Así dice Yahveh: ¿Es porque no hay Elohim en Israel por lo que tú mandas a consultar a Baal-ze-bub, dios de Ekron? En vista de eso, de la cama a que has subido no has de bajar, sino que morirás de cierto’.
Preguntóles él:
-¿Cuál era el aspecto del hombre que ha salido a vuestro encuentro y os ha hablado estas palabras?
Le contestaron:
-Era un hombre provisto de un manto de pelo y un cinto de cuero ceñido a sus lomos (II Re 1, 6-8).
No extraña que  unos sacerdotes y levitas, ante quienes el Bautista ha negado ser el Mesías, le pregunten si es Elías (Jn, 1, 21).
La conducta de Juan contrasta con la de Jesús, quien, tras los cuarenta días de ayuno en el desierto, acepta con gusto las invitaciones de discípulos y de fariseos, e incluso ciertos lujos de manera que sus mismos seguidores llegan a escandalizarse (Mt. 26, 6-13).
Por otra parte, Juan, al igual que Isaac, José o Samuel ha nacido de una mujer estéril, lo que una vez más  remite a los patriarcas y profetas.
Dejo para otro momento el comentario de la posible vinculación de Juan con los esenios y con la comunidad de Qumrán.


[1] Se trata de Belcebú, el señor de las moscas, una divinidad filistea identificada en la literatura cristiana como el príncipe de los demonios.

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