Francisco Javier Bernad Morales
Si bien Juan el Bautista es un personaje
familiar para todos los cristianos, a menudo estos lo consideran un mero
precursor, cuya tarea se habría limitado a preparar a las gentes para la
llegada de Jesús de Nazaret. Sin negar este papel, firmemente expresado en el
Evangelio, vale, no obstante, la pena intentar una mayor aproximación a su
figura.
Su existencia está atestiguada no solo por
las fuentes evangélicas sino, una vez más, por Flavio Josefo, quien le dedica
un párrafo en Antigüedades de los judíos:
Algunos judíos creyeron que el ejército de
Herodes había perecido por la ira de Dios, sufriendo el condigno castigo por haber muerto a Juan, llamado el Bautista. Herodes lo hizo matar, a pesar de ser un hombre justo que predicaba
la práctica de la virtud, incitando a vivir con justicia mutua y con piedad hacia Dios, para así poder recibir el bautismo. Era con esta condición que Dios consideraba agradable el bautismo; se servían de él no para hacerse perdonar ciertas faltas, sino para purificar el cuerpo, con tal que previamente el alma hubiera sido purificada por la rectitud. Hombres de todos lados se habían reunido con él, pues se entusiasmaban al oírlo hablar. Sin embargo, Herodes, temeroso de que su gran autoridad indujera a los súbditos a rebelarse, pues el pueblo parecía estar dispuesto a seguir sus consejos, consideró más seguro,
antes de que surgiera alguna novedad, quitarlo de en medio, de lo contrario quizá tendría que arrepentirse más tarde, si se produjera alguna conjuración. Es así como por estas sospechas de Herodes fue encarcelado y enviado a la fortaleza de Maquero, de la que hemos hablado antes, y allí fue muerto. Los judíos creían que en venganza de su muerte, fue derrotado el ejército de Herodes, queriendo Dios castigarlo. (Ant. Jud. XVIII, 5, 2).
El texto se refiere al tetrarca
de Galilea, Herodes Antipas, quien para desposar a Herodías, mujer de su medio
hermano Herodes Filipo había repudiado a su esposa legítima. El padre de esta,
el rey nabateo Aretas, ofendido, atacó el territorio de su exyerno, quien solo
pudo conservar el poder gracias a la intervención del gobernador romano de
Siria. Es esta la derrota de la que habla Josefo. Precisamente, el Evangelio
señala como causa del apresamiento y muerte de Juan su crítica a la relación
entre Antipas y Herodías (Mt. 14, 1-12,
Mc. 6, 14-29, Lc. 3, 19-20); algo que no es corroborado, pero tampoco
desmentido por Josefo.
Ambos testimonios coinciden, de
todas maneras, en revestir a Juan con un atributo propio de los antiguos
profetas: la denuncia de la iniquidad de los poderosos. Es una actitud similar
a la de Natán cuando reprocha a David el asesinato de Urías (II Sam. 12), o a la de Elías y Elíseo
ante el linaje de Omrí (I y II Re).
En contraposición, Jesús de Nazaret adopta siempre un tono genérico en sus
condenas, sin aludir expresamente a hechos o personajes concretos.
El paralelismo con Elías llega
incluso a la forma de vivir. Mateo (3, 4) y Marcos (1,
6) nos presentan a Juan como un asceta cubierto con
una piel de camello y alimentado con langostas y miel del campo.
En cuanto a Elías, así aparece en el relato de la muerte de Ocozías, rey de
Israel, hijo de Ajab y nieto de Omrí. Había
sufrido este rey una grave caída en Samaria, por lo que envió mensajeros a
consultar con Baal-ze-bub[1],
dios de Ekron, pero estos regresaaron, tras encontrarse con Elías:
Los mensajeros se
volvieron junto a Ocozías, quien les preguntó:
-¿Por qué, pues, os habéis vuelto?
Contestáronle:
-Ha salido a nuestro encuentro un hombre y nos ha dicho: ‘Id, volveos al rey que os ha enviado y decidle: Así dice Yahveh: ¿Es porque no hay Elohim en Israel por lo que tú mandas a consultar a Baal-ze-bub, dios de Ekron? En vista de eso, de la cama a que has subido no has de bajar, sino que morirás de cierto’.
Preguntóles él:
-¿Cuál era el aspecto del hombre que ha salido a vuestro encuentro y os ha hablado estas palabras?
Le contestaron:
-Era un hombre provisto de un manto de pelo y un cinto de cuero ceñido a sus lomos (II Re 1, 6-8).
-¿Por qué, pues, os habéis vuelto?
Contestáronle:
-Ha salido a nuestro encuentro un hombre y nos ha dicho: ‘Id, volveos al rey que os ha enviado y decidle: Así dice Yahveh: ¿Es porque no hay Elohim en Israel por lo que tú mandas a consultar a Baal-ze-bub, dios de Ekron? En vista de eso, de la cama a que has subido no has de bajar, sino que morirás de cierto’.
Preguntóles él:
-¿Cuál era el aspecto del hombre que ha salido a vuestro encuentro y os ha hablado estas palabras?
Le contestaron:
-Era un hombre provisto de un manto de pelo y un cinto de cuero ceñido a sus lomos (II Re 1, 6-8).
No extraña que unos sacerdotes y levitas, ante quienes el
Bautista ha negado ser el Mesías, le pregunten si es Elías (Jn, 1, 21).
La conducta de Juan contrasta con la de
Jesús, quien, tras los cuarenta días de ayuno en el desierto, acepta con gusto
las invitaciones de discípulos y de fariseos, e incluso ciertos lujos de manera
que sus mismos seguidores llegan a escandalizarse (Mt. 26, 6-13).
Por otra parte, Juan, al igual que Isaac,
José o Samuel ha nacido de una mujer estéril, lo que una vez más remite a los patriarcas y profetas.
Dejo para otro momento el comentario de la
posible vinculación de Juan con los esenios y con la comunidad de Qumrán.
[1] Se trata de Belcebú, el señor de
las moscas, una divinidad filistea identificada en la literatura cristiana como
el príncipe de los demonios.
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