Francisco Javier Bernad Morales
Se ha dado este nombre a la primera mención
de Jesús de Nazaret en una fuente no cristiana, las Antigüedades judías de Flavio Josefo. La versión más difundida
dice:
En aquel tiempo
apareció Jesús, un hombre sabio, si verdaderamente se le puede llamar hombre.
Porque fue autor de hechos asombrosos, maestro de gente que recibe con gusto la
verdad. Y atrajo a muchos de origen judío y a muchos de origen griego. Él era
el Mesías. Y cuando Pilato, a causa de una acusación hecha por los principales
de entre nosotros lo condenó a la cruz, los que antes le habían amado, no
dejaron de hacerlo. Porque él se les apareció al tercer día vivo otra vez, tal
como los divinos profetas habían hablado de estas y otras innumerables cosas
acerca de él. Y hasta este mismo día la tribu de los cristianos, llamados así a
causa de él, no ha desaparecido (Ant. Jud. 18, 3, 3).
Parece indudable que un texto como este solo
puede haberlo escrito un autor cristiano, razón por la cual muchos estudiosos
lo han considerado una interpolación realizada por un copista posterior a
Josefo. Sin embargo, en los últimos tiempos ha cobrado fuerza una posición que
no rechaza la autenticidad de toda la
referencia, sino solo la de determinados incisos. Pero antes de entrar en el texto, a fin de que
el lector pueda formarse una idea cabal del estado de la cuestión en torno al
testimonio de Josefo, estimo necesario introducir unas breves consideraciones
acerca del autor y de la manera en que se han transmitido hasta nosotros las
obras de los autores antiguos.
Flavio Josefo, cuyo nombre judío era Yosef
ben Matatiyahu, nació hacia el 37 d.C.
en Judea, según él mismo afirma, de una familia sacerdotal emparentada
con los asmoneos[1] (Autobiografía I, 1-6). A los diecinueve
años, tras haber mantenido contacto con saduceos y esenios, se habría adherido
al grupo fariseo (II, 10-12). Durante la guerra Judía fue comandante de las
fuerzas rebeldes en Galilea y, tras ser cercado por los romanos en Jotapata,
salvó la vida de una manera bastante oscura. Ocultos en una cisterna, él y
cuarenta de sus hombres acordaron darse muerte unos a otros a fin de no ser
capturados. Echadas suertes, a Josefo le correspondió morir en último lugar,
pero cuando solo quedaban con vida él y otro compañero, decidieron entregarse a
los romanos. Fue conducido ante Vespasiano a quien predijo que en breve sería
emperador, por lo que este, complacido, le perdonó (La guerra de los judíos, Libro
III, cap. XIV-XV). A partir de ese momento, adoptó el nombre de Flavio
Josefo, signo de que quedaba integrado como cliente en la gens Flavia, a la que
pertenecía el general romano. Adscrito al séquito de Tito, quien había sucedido
a su padre en el mando de las tropas al ser este proclamado emperador, asistió
a la toma de Jerusalén y a la destrucción del Templo, y luego marchó a Roma,
donde escribió en griego toda su obra: Antigüedades
judías, Contra Apíón, La guerra de los judíos y Autobiografía. Esta producción literaria
obedece a un triple objetivo: dar a conocer la historia de Israel al público
gentil, defender al judaísmo de falsas acusaciones y justificar su propia
actuación durante la guerra Judía, pues el episodio de Jotapata y su
consiguiente proximidad a los flavios le habían convertido en sospechoso de
traición. Nada en su vida ni en su obra autoriza a pensar que se hiciera
cristiano. Parece que murió ya bajo Trajano hacia el año 101.
En cuanto a la transmisión de los textos
antiguos, hemos de considerar dos hechos. Son obviedades, pero no me parece ocioso
recordarlas: no existían ni la imprenta ni el concepto de propiedad
intelectual. Los distintos ejemplares de una misma obra se copiaban, por tanto,
a mano, lo que daba lugar a que los amanuenses
cometieran errores o hicieran correcciones con el propósito de hacer
inteligibles pasajes que les parecían oscuros, e incluso que introdujeran
añadidos con la finalidad de completar aquello que se les antojaba
insuficiente. Estas copias, servían a su vez como modelo para otras
posteriores, en las que se reproducía el mismo fenómeno. Actualmente, el
manuscrito más antiguo que poseemos de Antigüedades
judías se remonta al siglo IX (unos setecientos años posterior a la muerte
del autor) y es una copia de una traducción al latín[2];
en griego, disponemos de una copia del siglo XI. Restituir el texto original
es, pues, una tarea compleja reservada a especialistas. Meier propone una
reconstrucción despojada de adherencias cristianas:
En aquel tiempo
apareció Jesús un hombre sabio. Porque fue autor de hechos asombrosos, maestro
de gente que recibe con gusto la verdad. Y atrajo a muchos judíos y a muchos de
origen griego. Y cuando Pilato, a causa de una acusación hecha por los hombres
principales de entre nosotros, lo condenó a la cruz, los que antes lo habían
amado no dejaron de hacerlo. Y hasta este mismo día la tribu de los cristianos,
llamados así a causa de él, no ha desaparecido[3].
Se observa que, pese a las supresiones, el
texto mantiene una redacción coherente y fluida, respetuosa además con el
estilo del autor, lo que refuerza la idea de que aquellas corresponden a
intercalaciones tardías.
Por otro lado, Shlomo Pines publicó en 1971
la versión del testimonio comprendida en la Historia
Universal de Agapio, un cristiano del siglo X que escribía en árabe.
Contiene menos elementos cristianos que las conocidas anteriormente y se
aproxima mucho a la restitución de Meier[4].
Podemos concluir que, frente al escepticismo
imperante en el siglo XIX y a la admisión acrítica de su autenticidad mantenida
por algunos autores, se impone una aceptación matizada, que reconoce
interpolaciones, pero preserva la autenticidad del testimonio.
[1] Los asmoneos eran los
descendientes de Juan Hircano, hijo de Simón Macabeo y nieto de Matatías.
Gobernaron Judea y Galilea, así como Samaria, Idumea y otros territorios
próximos hasta que Roma impuso al idumeo Herodes el Grande (47 a.C.), quien
para legitimar su posición casó con la princesa asmonea Mariamne, a la que
posteriormente hizo ejecutar, así como a tres de sus propios hijos, a su suegra y a
su cuñado. A nadie puede extrañar que se le adjudique la matanza de los
inocentes, aunque se trate de un hecho no documentado en fuentes
extracristianas.
[2] Sobre los manuscritos de Antigüedades judías, MEIER, John P. Un judío marginal, Estella, Verbo
Divino, 2009 (primera edición en inglés 1991), p. 99.
[3] MEIER (2009) p. 84.
[4] Puede leerse una traducción
española en MARTÍN-MORENO GONZÁLEZ, Juan Manuel, El Jesús judío, http://www.upcomillas.es/personal/jmmoreno/cursos/Jesus/Jesusjud%C3%ADo.htm (página de la universidad de
Comillas disponible a 2 de junio de 2012).
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