Tras la conquista musulmana en el siglo VIII, muchos hispanovisigodos, a los que se conoció como muladíes, adoptaron la religión de los vencedores, pero otros, a los que se llamó mozárabes, continuaron fieles al cristianismo y vivieron como dimmíes, bajo dominio islámico. Se trataba de una minoría protegida a la que, a cambio del pago de un tributo, se permitía, al igual que a los judíos, la observancia de su religión con ciertas restricciones. Sin embargo, al endurecerse el trato que recibían, pronto fueron muchos los mozárabes que emigraron a los territorios cristianos del norte, en los que dejaron una profunda impronta cultural.
Hasta el siglo XI, en los reinos cristianos se practicó la liturgia mozárabe, heredera de la visigótica, pero desde ese momento, los monarcas favorecieron la instalación de monjes de la regla de San Benito, que llevaban consigo la nueva liturgia romana, finalmente impuesta en 1080 por Alfonso VI en León y Castilla. Tras la conquista de Toledo (1085), ante la fuerte presencia mozárabe en la ciudad el soberano autorizó a seis parroquias a mantener la antigua liturgia.
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