Bien cierto es, Agustín,
que tú nos convocas a la vida interior; a esa vida que nuestra educación moderna, totalmente proyectada hacia el mundo exterior, deja languidecer, por producirnos hastío. Nosotros ya no sabemos recogernos; no sabemos meditar; no sabemos orar.
Si conseguimos entrar en nuestro espíritu,
nos enclaustramos dentro
y perdemos el sentido de la realidad exterior.
Y, si salimos afuera,
perdemos el sentido y el gusto de la realidad interior
y de la verdad
que sólo nos descubre la ventana de la vida interior.
Ya no sabemos mantener
la justa relación entre inmanencia y transcendencia;
no sabemos encontrar
el sendero de la verdad y de la realidad,
porque hemos olvidado su punto de partida,
que es la vida interior,
y su punto de llegada, que es Dios.
Agustín:
espoléanos hacia nosotros mismos;
enséñanos el valor y la inmensidad del reino interior;
recuérdanos aquellas palabras tuyas:
"Subiré por medio del alma.";
implanta, en fin, en nuestras almas
tu mismo apasionamiento:
"¡Oh verdad, oh verdad,
qué suspiros tan profundos subían a ti
de lo más íntimo de mi alma!".
Agustín:
sé nuestro maestro de vida interior;
haz que, recuperándola,
nos recuperemos a nosotros mismos;
que, de nuevo en posesión de nuestra alma,
podamos descubrir dentro de ella
el reflejo, la presencia y la acción de Dios,
y que, dóciles a la invitación de nuestra verdadera naturaleza
y más dóciles aún al misterio de su gracia,
podamos alcanzar la sabiduría:
con el pensamiento, la Verdad;
con la Verdad, el Amor;
con el Amor, la plenitud de la Vida que es Dios.
nos enclaustramos dentro
y perdemos el sentido de la realidad exterior.
Y, si salimos afuera,
perdemos el sentido y el gusto de la realidad interior
y de la verdad
que sólo nos descubre la ventana de la vida interior.
Ya no sabemos mantener
la justa relación entre inmanencia y transcendencia;
no sabemos encontrar
el sendero de la verdad y de la realidad,
porque hemos olvidado su punto de partida,
que es la vida interior,
y su punto de llegada, que es Dios.
Agustín:
espoléanos hacia nosotros mismos;
enséñanos el valor y la inmensidad del reino interior;
recuérdanos aquellas palabras tuyas:
"Subiré por medio del alma.";
implanta, en fin, en nuestras almas
tu mismo apasionamiento:
"¡Oh verdad, oh verdad,
qué suspiros tan profundos subían a ti
de lo más íntimo de mi alma!".
Agustín:
sé nuestro maestro de vida interior;
haz que, recuperándola,
nos recuperemos a nosotros mismos;
que, de nuevo en posesión de nuestra alma,
podamos descubrir dentro de ella
el reflejo, la presencia y la acción de Dios,
y que, dóciles a la invitación de nuestra verdadera naturaleza
y más dóciles aún al misterio de su gracia,
podamos alcanzar la sabiduría:
con el pensamiento, la Verdad;
con la Verdad, el Amor;
con el Amor, la plenitud de la Vida que es Dios.
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