14 octubre 2014

Los indígenas no beben de la tradición griega. A propósito de los disturbios electorales en el distrito de Parinari (Perú)

Manuel M. Berjón
Miguel Ángel Cadenas
Parroquia Santa Rita de Castilla
Río Marañón


Para Lucho, con todo el respeto. Trabajador de la ONPE en el último proceso electoral en el distrito de Parinari, que pagó injustamente en sus carnes la incomprensión e incompetencia del Estado.



Hace veinticinco años comenzó un proceso de reconocimiento de comunidades nativas en el distrito de Parinari. De entonces para acá ha sido un goteo que ha concluido este 2014 con el reconocimiento de Santa Rita de Castilla, sede distrital, aunque a ésta última y algunas otras les falta oficilializarlo con el Ministerio de Agricultura. Llama la atención que pese a este reconocimiento de las comunidades, el Estado no ha hecho ningún esfuerzo por pensar su actuación en este territorio. En el presente artículo tendremos en cuenta este componente indígena kukama para entender lo sucedido con la quema de ánforas y el disturbio consiguiente. Dejamos los análisis sobre quién paga las campañas electorales, los votos “golondrinos”, la necesidad perentoria de “un trabajito” si gana mi candidato y demás explicaciones plausibles, para navegar por aguas más profundas.


© Parroquia Sta. Rita de Castilla, octubre 2014.

Los griegos inventaron la democracia, el poder del pueblo. En los albores de esta representación política sólo tenían derecho a sufragio los ciudadanos libres. Quedaban exentos, por tanto, esclavos y mujeres. El abolicionismo de la esclavitud y el feminismo de finales del s. XIX y principios del s. XX incluyeron ambos sectores y se pasó al sufragio universal, libre y directo. Y en esas estamos. Pero no todas las tradiciones nacen en Grecia, por floreciente que haya sido. En cambio, para los indígenas amazónicos la norma no es la segregación, sino la “igualdad radical”, con algunos arreglos en torno al género y la edad, que ahora no vamos a desarrollar.

Los pueblos indígenas amazónicos no poseen una jefatura política centralizada, como en los Andes. Su sistema de representación es fuerte en épocas de crisis y débil en tiempos de estabilidad. Solemos pensar la estabilidad como la regla y lo anhelado, pero para los indígenas amazónicos la inestabilidad y la guerra son la norma y lo deseable. El alboroto, la quema de ánforas… no es pensado como algo negativo, sino la expresión de la “voluntad popular”. Acá sirve la distinción entre “multitud” heterogénea y rizomática que no alcanza el estatuto de persona jurídica, ni tiene voluntad inteligible y “pueblo”. El primero trata de arrogarse las competencias del segundo. Y, por mucho que un nutrido grupo de gente haya participado en la revuelta, arrogarse la representación del pueblo es demasiado. Eso de que “la voz del pueblo es la voz de Dios” suena más bien a años setenta, trasnochados ya, muy trasnochados.

La toma de decisiones en la democracia representativa implica una mayoría simple. Basta superar en votos al contrincante(s) para ser el ganador de las elecciones. Es un acuerdo en el menor tiempo posible. Se pueden hacer pequeñas correcciones: si un candidato regional o nacional no logra el 30% de los votos, habrá segunda vuelta. Pero no deja de ser un pequeño correctivo a la misma lógica. Una enmienda que, desde el punto de vista indígena, no sería suficiente. En cambio, la toma de decisiones indígenas implica un juicio diferente. No se busca el ganador por minoría, sino la aprobación “casi” por unanimidad. Razón por la cual se necesita mucha paciencia. A los ojos occidentales pudiera parecer una pérdida de tiempo. Sin embargo, estos consensos, una vez realizados, son firmes y respetados por todos, puesto que ya se ha dedicado el tiempo suficiente para la conversación, la meditación y los acuerdos. Esta es la razón por la que las asambleas indígenas en la toma de decisiones parecen eternizarse. En esta lógica es fácilmente comprensible que, cuando un candidato es el más votado, pero no tiene una amplia mayoría, no es respetado ni aceptado. Por tanto, la fuente de los disturbios no es la falta de respeto a las decisiones, sino que, desde el punto de vista indígena, se han tomado demasiado rápido, antes de alcanzar la unanimidad que obliga. Y eso no puede ser aceptado. Ganar por minoría implica imponer su voluntad a una mayoría, algo inaceptable para los indígenas. Por eso se rebelan ante esta lógica y aceptan la elección cuando el candidato gana por amplia mayoría, aunque no sea mayoría absoluta, aceptando la derrota con tranquilidad. De ahí la importancia del “casi” por unanimidad. Este ganar por minoría conlleva una revancha en las revocatorias, dado que la población no se siente representada. Por tanto, podríamos evitar los gastos de revocatorias en pueblos indígenas, si les diéramos el tiempo y las herramientas oportunas para llegar a amplios consensos.


© Parroquia Sta. Rita de Castilla, octubre 2014.

Los griegos encontraban estimulante un rival con el que polemizar, pero siempre dentro de un contexto de amistad. Era la oportunidad de poder avanzar en el propio pensamiento. Ahí está el método socrático como un posible ejemplo. Sin embargo, para los indígenas amazónicos no se trata de un contexto de amistad, sino al contrario: la norma es el enemigo. No el enemigo al que hay que amar desde la ética cristiana, sino el enemigo como concepto, como ente metafísico, al que hay que “comer”, canibilizar, apropiarse de sus fuerzas vitales, como el matador hace con la víctima. El multi-verso (múltiples universos: en esta tierra, en el cielo, debajo del agua viven diversos seres con los que entramos en contacto en la vida cotidiana, para simplificar) es un “organismo” en constante intercambio de fuerzas. Si me apropio de las fuerzas del enemigo yo me hago fuerte, y él, débil. El enemigo es la posibilidad de redefinir “lo propio”, un enemigo al que hay que pulverizar para ganar sus energías y fuerzas. Con el enemigo no se puede conversar, tan solo matar o domesticar, aunque fuera simbólicamente. Se trata de una guerra. El enemigo merece el respeto necesario para poder devorarlo, aniquilarlo o, en todo caso, domesticarlo (que es una forma de sometimiento).

Bajo el concepto de enemigo desterramos la neutralidad. No es posible una Suiza indígena, es una contradicción in terminis. Nadie es imparcial y pretender serlo es ingenuo. Para los indígenas es una falta de seriedad. Por eso, un organismo como la ONPE o el Jurado Nacional de Elecciones, que tienen como cometido la neutralidad, no son comprendidos por los indígenas. La acusación de “coimeros” y expresiones como “ya les han pagado” es la consecuencia lógica. Sin duda, es más fácil tener a estos dos organismos como “chivos expiatorios” que al resto de partidos contrincantes, porque aglutinan menos personas, están más indefensos y permanecen en el lugar de los hechos, además de no comprender las dinámicas que se desatan, haciéndolos aún más vulnerables. Lo primero que hace un partido político que gana las elecciones es retirarse de las inmediaciones del espacio electoral, no solo para festejar en su propio local, sino para evitar la ira de la población ajena a su partido que se siente defraudada.

Si el enemigo es el concepto más importante, la guerra es su consecuencia. La guerra necesita ser complementada con épocas de calma para reponerse y permitir que el socius se restituya. Una vez conseguido esto se está preparado para la siguiente guerra: sea una batalla electoral, un disturbio en torno al Municipio, como en Nauta, una agria disputa entre comunidades en torno al territorio, o cualquier otro motivo. Una campaña electoral es la oportunidad de sacar a la luz las fisuras al interior del socius. Una familia o una comunidad pueden estar divididas, pero no siempre se pueden mostrar las desavenencias. Las campañas políticas, entre otros, permiten externalizar esas viejas rencillas, de tal manera que nos podemos enemistar incluso dentro de la misma familia. Una vez pasada la contienda electoral volvemos a restañar las heridas. Pero no para dormir apaciblemente, sino para invernar hasta otra oportunidad que permita visibilizar de nuevo las fracturas. En este sentido apelar al diálogo, a la buena voluntad, a la cordura… está muy bien, desde el punto de vista occidental, y hay que hacerlo, pero no sirve de nada desde el punto de vista indígena.

Un Estado, como el peruano, debería hacer algo más que convocar elecciones. Un Estado con un fuerte componente indígena no debe mirar únicamente a Grecia (léase Europa y USA) sino a su propia población para que encontrar un sistema político que represente a sus ciudadanos. A no ser que desee considerar a sus pueblos indígenas como ciudadanos de “segunda categoría” que viven en el pasado y no aceptan la democracia, demostrando, una vez más, su exclusión y discriminación. A continuación pasamos a hacer un sucinto repaso de algunas ideas clave que están detrás de lo sucedido, sustentando las percepciones y dinámicas indígenas, según nuestro humilde parecer.

  1. Personalidad ego-centrada[1]. Todo gira en torno al yo, un yo predominantemente masculino y adulto. En este sentido, la verdad no solo es una construcción social, sino también, y sobre todo, personal. De tal forma que no existe “la” verdad, sino “mi” verdad, que se constituye como “la” única verdad. En kukama verdad y mentira son inherentes al yo. Una persona se convierte en brujo para mí si me ha hecho daño o le tengo miedo; en cambio, para otra persona puede ser un médico reputado que le defiende. La verdad o mentira depende del sujeto que la define. Por tanto, la misma persona es médico para mí y para mi vecino es brujo, y viceversa. Tiene razón lo que dice “mi” personero, y no la ONPE. Los personeros han dicho “mi” verdad como “la única verdad”. La interculturalidad está en suspenso.

  1. El diálogo puede ser una virtud en otras latitudes, pero no en pueblos indígenas. Más importante que el diálogo es la fuerza. La persona que se muestra débil tiene todas las cartas de perdedor. La demostración de fuerza es la posibilidad de existir. El débil o es sometido o es aniquilado. Más importante que el rival es el “enemigo”. Por eso las llamadas al diálogo no prosperan. A no ser que obtenga ventajas. En este sentido, el “enemigo” ha sido domesticado, igual que se domestica una mascota.

  1. Lo habitual es la desconfianza[2]. Cualquier dificultad, atraso, problema, tiene su origen en un “enemigo”. En público hay que mostrarse lo más tranquilo posible, pero no hay que descuidarse nunca. El mal acecha continuamente y me pueden enfermar a mí o a mi familia. Lo habitual es desconfiar de todo y de todos. ¿Cómo agrupar en estas circunstancias? Los chismes son poderosas narraciones que aglutinan las voluntades, también pueden dispersar, y de las cuales no se puede uno desligar. Una vez en circulación un chisme no se puede rebatir, a no ser que se redirija hacia otra persona o lugar[3]. La corrupción imperante avala esta desconfianza básica.

  1. Seguimiento de un líder[4]. El líder al que elijo seguir es intocable, al menos durante el periodo      clímax: la campaña electoral y especialmente el día de las elecciones. La relación del líder con sus seguidores es la misma del padre con sus hijos, de la mascota con su dueño, del patrón con sus peones, del chamán con su protegido, de los objetos (machete, pelota, olla…) con su dueño. El líder tiene que cuidar y ayudar a sus seguidores y mostrarse decidido, valiente y fuerte. Una vez pasada la época electoral se convierte en una persona normal. Igual que el chamán, sólo consigue las adhesiones mientras está en periodo de guerra, una vez pasada la agresión, sus seguidores no le hacen caso e incluso llegan a cuestionar su liderazgo si es que pretende inmiscuirse en su vida personal. Entonces, ¿por qué seguir a un líder político?

    1. Si gana tu candidato puedes obtener algunas ventajas. No es que el alcalde de trabajo a todos sus seguidores, eso es imposible y la gente lo sabe. Pero si tu candidato es alcalde es más fácil que te apoye en una posible enfermedad. Es una forma de invertir en seguridad.

    1. Los líderes permiten que la gente se alinee. En este sentido es la oportunidad de marcar las discrepancias, como hemos indicado anteriormente.

La imposición externa de la democracia liberal implosiona en la selva. Los pueblos indígenas no beben de la tradición griega. La cuenca del Amazonas proporciona suficiente agua para tomar y las metáforas necesarias para su organización política. Este caudal debe ayudar a configurar un Estado peruano más inclusivo.


© Parroquia Sta. Rita de Castilla, octubre 2014.

Las siglas bajo las que participan los diversos candidatos no configuran ningún pensamiento político ni ideología. Simplemente es la conquista del poder por el poder, nada más. No somos tan ingenuos para echar en falta partidos políticos fuertes, pero la mera mecánica de conseguir el poder nos aburre. Comprender lo sucedido en los disturbios electorales en el distrito de Parinari no significa justificar, al menos en nuestro caso. Pero un Estado inoperante tiene responsabilidad en lo sucedido. Su falta de comprensión de las lógicas indígenas provoca este tipo de situaciones. ¿Quién va a restituir el miedo pasado por los trabajadores de la ONPE, el Jurado Nacional de Elecciones, además de sus objetos personales sustraídos? ¿Quién restituye el tiempo perdido, el dinero gastado…? Las agrupaciones políticas ahora están enfrascadas en ganar, a cualquier precio. El Estado no hace de mediador y terminará por declarar Parinari como un distrito electoral conflictivo. Otra vez una lógica perversa que desconoce a los pueblos indígenas. ¿Servirán estos disturbios para repensar el Estado?

Cada uno de los puntos anteriores merece un mayor desarrollo, pero hemos privilegiado la visión de conjunto que nos permita comprender mejor el contexto en el que se desenvuelven los hechos. Para finalizar indicamos que los alcaldes, de igual modo los candidatos, no hacen política. En el mejor de los casos administran los fondos del Municipio, y ya sabemos que lo hacen bastante mal. Sin embargo, temas como la contaminación del Marañón, reconocida por el Estado peruano, o la hidrovía, por poner únicamente dos ejemplos, no entran en agenda municipal nunca jamás.

Santa Rita de Castilla, 9 de octubre 2014.




[1] Evitamos el término egocéntrico puesto que posee un matiz peyorativo y hace referencia a conductas individuales, mientras que el término ego-centrado, que utilizamos acá, describe una sociedad basada en el ego. No lo utilizamos, por tanto, para designar una conducta negativa, sino para indicar una forma de comportamiento social aceptable y altamente valorada.
[2] Muchas madres cuando viajan no dejan solas a sus hijas ni con su mismo padre, menos si es un padrastro.
[3] La acusación en forma de chisme que la ONPE ha recibido dinero no se puede desmentir porque nadie lo cree, y ni siquiera es fácil de redireccionar, como cuando un acusado de brujería paga a otro brujo más fuerte para devolver la acusación.
[4] Cabe matizar que existe una gradación: no es lo mismo quien participa en el gobierno, a quien es simpatizante o simple elector. Su relación con el líder, evidentemente, varía.



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