Damos la palabra a Agustín para que nos diga quién fue
su madre. Su testimonio más que una biografía es un himno filial en el canto de
alabanza al Señor de las Confesiones.
Don de Dios:
“Fuiste tú
quien la creaste, pues ni su padre ni su madre sabían a ciencia cierta la clase
de hija que iban a tener. Fue la vara de tu Cristo, la gestión de tu Unigénito
al frente de una casa creyente, la que, como a miembro bueno de tu Iglesia, la
educó en tu temor”. (C. 9, 8, 17).
Muchacha de
educación austera:
“poner de
relieve el esmero de una sirvienta decrépita que había llevado a su padre, niño
aún, a la espalda… Por estas razones y por su ancianidad y buenas costumbres,
los señores la respetaban mucho. Por eso se le confió también la custodia de
las hijas… Era enérgica en los correctivos cuando el caso lo requería. Los
aplicaba con santo rigor. …con la autoridad que tenía para imponerse, ponía
coto a los instintos de una edad tierna aún.” (C. 9, 8, 17-18).
Esposa.
Buena, paciente y generosa con el marido:
“Tan pronto
como llegó a la plenitud de la edad núbil, se le dio un marido al que sirvió
como a su señor. Se esforzó en ganarle para ti, hablándole de ti con el
lenguaje de las buenas costumbres. Con ellas la ibas embelleciendo haciéndola
respetuosamente amable y admirable a los ojos del marido”. (C. 9, 9,
19)
Cordial con
la suegra:
“Incluso su
suegra, se mostró irritada con ella, en la primera época que siguió a su
casamiento, debido a los cotilleos de unas malas criadas. Pero logró hacerse
acreedora de sus respetos mediante su afabilidad y continua tolerancia y
mansedumbre. Logró granjearse su simpatía de tal modo que ella misma denunció a
su hijo que eran las lenguas intrigantes de las criadas las que perturbaban la
paz doméstica entre la nuera y la suegra, y le pidió que les diera un
escarmiento… Las dos vivieron en franca y suave armonía, digna de ser
reseñada”. (C. 9, 9, 20).
Sembradora
de paz:
“A esta tu
buena sierva, en cuyo seno me creaste, Dios mío y misericordia mía, le habías
regalado también este hermoso don: siempre que le era posible, se las ingeniaba
para poner en juego sus dotes pacificadoras entre cualquier tipo de personas que
estuviesen en discordia o disidencia. Del cúmulo de recriminaciones ácidas que
suele respirar la desavenencia tensa e indigesta, cuando desahoga al exterior
la crudeza de los odios con un lenguaje preñado de amargura frente a la amiga,
mi madre no refería a la otra lo que no sirviera para reconciliarlas a ambas”. (C. 9, 9,
21).
Conduce al
marido a la fe:
“Por último,
también conquistó para ti a su marido, que se hallaba en los últimos días de su
vida temporal. Bautizado ya, no tuvo que llorar en él las ofensas que se vio
obligada a tolerar en su persona antes del bautismo”. (C. 9, 9,
22).
Está al
servicio de todos:
“Además, era
sierva de tus siervos. Todos cuantos la conocían hallaban en ella motivos
sobrados para alabarte,
Mónica vence
el influjo negativo del marido en la formación de Agustín:
“(Siendo
todavía niño…) En aquella época ya era yo creyente, lo era mi madre y lo eran
todos los de casa, menos mi padre. Éste no neutralizó en mi corazón los fueros
del amor maternal hasta el punto de que yo dejase de creer en Cristo, fe que mi
padre no tenía aún. Ella era quien hacía las diligencias para que tú, Dios mío,
fueras mi padre e hicieras sus veces. Y en este punto contribuías a que ella
fuera superior a su marido a cuyo servicio estaba siendo mejor que él”. (C. 1, 11,
17).
Por la
educación materna, Agustín creyó:
“(Los
maniqueos) No consiguieron que yo dejara de creer que la gestión y el gobierno
de los asuntos humanos es competencia tuya”.
Creí en tu
existencia y en tu solicitud sobre nosotros, aunque de hecho ignorara cómo
concebir tu esencia o qué caminos llevaban o reconducían a ti”. (C. 6, 5, 7-8).
La
conversión fue una vuelta a la fe que le había sido inculcada de niño: (Contra
Acad. 2, 2, 5).
Enfermedad
de Agustín, su deseo de recibir el bautismo y preocupación de la madre por
administrárselo:
“Tú viste,
Señor, que un día, siendo todavía niño, me subió de repente la fiebre como
consecuencia de una oclusión intestinal y estuve en trance de morir. Tú, Dios
mío, que eras ya mi custodio, viste con qué empeño de mi corazón y con qué fe
solicité de la piedad de tu Iglesia, madre mía y madre de todos nosotros el
bautismo de tu Cristo, mi Dios y Señor. Asustada mi madre carnal –que andaba
con las ansias de su parto favorito: mi honrarte y amarte. Sentía tu presencia
en su corazón por el testimonio de los frutos de una conducta sana” (C. 9, 9,
22).
Madre.
Atenta a la vida cristiana de los hijos
“Había sido
mujer de un solo hombre, había rendido a sus padres los debidos respetos, había
gobernado su casa piadosamente y contaba con el testimonio de las buenas obras.
Había criado a sus hijos, pariéndoles tantas veces cuantas les veía apartarse
de ti.” (C. 9, 9, 22).
Predilección
por Agustín:
(De cura pro mortuis gerenda, 16).
Infunde la
semilla de la fe en su corazón y lo inscribe entre los catecúmenos:
“Siendo niño,
había oído hablar de la vid eterna que nos está prometida mediante la humildad
del Señor… Me señalaron con la señal de la cruz y saboreé la sal bendita apenas
salí del seno de mi madre, que tuvo una gran esperanza en ti.
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