Nació en Montefalco (Perugia) hacia 1268. Era la segunda hija de Damián y de Giacoma. Fue una gran mística que iluminó con su espiritualidad los inicios de la historia agustiniana.
Muy pronto desde la casa paterna, sintió la llamada divina, mostró fuerte inclinación a la oración, una profunda devoción a la Pasión de Nuestro Señor y, según la piedad de su tiempo, practicó la mortificación voluntaria.
Se consagra por entero a Dios, en 1275, entrando en el “reclusorio” de vida contemplativa, construido por su padre para su hermana Juana. Al reclusorio fueron llegando nuevas aspirantes y debió ser ampliado a partir de 1282. Clara participó en la cuestación para financiar las obras que duraron ocho años.
En 1290, fue constituido jurídicamente en monasterio, con la regla de san Agustín y bajo el nombre de “La Cruz”.
Clara que adoptó el nombre de “Clara de la Cruz” fue elegida abadesa a la muerte de su hermana, en 1291, continuando en este servicio hasta su muerte en 1308.
Después de un largo período de purificación interior llegó a la unión mística con Cristo crucificado. La vida retirada no le impidió desempeñar un provechoso apostolado en ayuda de cuantos se dirigían al monasterio ante cualquier necesidad. Se interesó por el estado de la Iglesia, ayudó espiritualmente a sacerdotes y religiosos y luchó contra la mediocridad.
Personalmente y como Abadesa, vivió la vida de comunidad según la Regla de San Agustín. Inculcaba mucho la necesidad de la abnegación y del esfuerzo personal en la vida espiritual. Gobernó con clara firmeza, manteniendo vivo en la comunidad el afán de la perfección.
Es fama que tuvo singulares gracias místicas: visiones, éxtasis y dones sobrenaturales, que ofrecía sabias soluciones a las más arduas cuestiones, que defendió valientemente la doctrina de la fe, contra la secta herética del “libre espíritu”.
Sus devociones fueron el a la Pasión del Señor y a la santa Cruz. Purificada con pruebas interiores, al final de su vida solía repetir que Cristo había grabado en el corazón los signos de la pasión.
La vida de “Sorella Chiara”, por su experiencia mística resulta fascinante, en su inocente y cándida figura encontramos el amor apasionado por el Señor, el abandono dócil a sus designios.
Tanta fue la fama de sus virtudes que al morir, el 17 de agosto de 1308, a los cuarenta años, en el monasterio de Montefalco, fue venerada como santa.
La leyenda muy en consonancia con aquel tiempo, puso en su corazón, de excepcionales dimensiones, los símbolos de la Pasión y de la Trinidad. Cuentan que sus hermanas, para comprobar la veracidad de sus palabras, advirtieron en la reliquia de su corazón la existencia de tales signos. Berengario, vicario general de la diócesis de Spoleto, su primer biógrafo así lo relata, convirtiéndose en promotor del proceso de canonización, instruido entre 1318 y 1319.
Su culto fue afianzándose y tras largo proceso, interrumpido repetidas veces, fue reconocida como santa por León XIII, el 18 de diciembre de 1881. Su cuerpo se conserva en la iglesia de las Agustinas de Montefalco.
ORACIÓN:
“Oh Dios, que renovaste continuamente la vida de santa Clara de Montefalco con la meditación de la Pasión de tu Hijo: concédenos que, siguiendo su ejemplo, constantemente podamos renovar tu imagen en nosotros. Por N.S.J.”. Amén.
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