21 agosto 2014

De officiis (y IV)

Francisco Javier Bernad Morales

Cicerón dedica un amplio espacio a mostrar, en polémica con los académicos, que lo honesto se identifica necesariamente con lo útil, por más que a menudo las apariencias indiquen lo contrario. Si al realizar una acción llegamos a pensar que el actuar honestamente nos perjudica, eso se debe a que no hemos comprendido que solo en la virtud estriba la verdadera utilidad y, erróneamente, ponemos por delante de ella los beneficios materiales, sin percibir que carecen de auténtico valor.

La virtud no es otra cosa que el cumplimiento de la ley natural que nos prohíbe perjudicar a otro. Se trata de un principio con carácter absoluto, un imperativo categórico que debe regir todos nuestros actos. Cicerón censura a quienes al respecto establecen distinciones entre los allegados y los desconocidos o incluso entre los connacionales y los extranjeros, ya que de seguirse sus principios la sociedad humana universal quedaría destruida y no habría lugar para la liberalidad, la beneficencia, la bondad y la justicia (III, 6).

Al hilo de la reflexión ética, Cicerón expone unas ideas políticas claramente opuestas a las defendidas por los populares. Así, señala como primer objetivo de los gobernantes la defensa de la propiedad privada. De ahí que sea contrario a todo plan de reforma agraria o de condonación de deudas:

Aquellos que, para obtener la popularidad, proyectan emprender una reforma agraria que expulse a los propietarios de sus tierras o cancele las deudas, destruyen los fundamentos mismos de la república. (II, 22).

Por la misma razón, considera preciso reducir los impuestos y lo que podríamos denominar, de manera algo anacrónica, gastos sociales:

Pongan mucho cuidado los que gobiernan un Estado en no ser generosos a expensas de los demás (II, 22).

La generosidad a que se refiere consistía fundamentalmente en la venta de alimentos por debajo de su precio o incluso su distribución gratuita entre la plebe[1] romana, e incluso a repartos de dinero, prácticas que se generalizarán poco después bajo el régimen imperial.

El rechazo a estas actuaciones, defendidas por los populares, le llevará incluso a justificar el tiranicidio, en una obvia referencia al asesinato de Julio César  (III, 4). Este no solo había alcanzado el poder ilegalmente, sino que además lo ejercía de manera despótica con desprecio de los derechos legítimos de propiedad.





[1] La plebe a que me refiero estaba constituida por una parte de la población de Roma carente de medios regulares de subsistencia. En su mayor parte procedían de campesinos arruinados que habían emigrado a la ciudad. Nada tiene que ver con los antiguos plebeyos, que desde tiempo atrás habían conseguido el pleno acceso a las magistraturas y la total igualdad con los patricios.

No hay comentarios:

Publicar un comentario