Francisco Javier Bernad Morales
Ha
aparecido recientemente en nuestro país un volumen de relatos de Vasili
Grossman, bajo el título de Eterno reposo
y otras narraciones[1].
En él, al igual que en sus grandes novelas, se muestra el autor como un atento
observador del alma humana, sin que la brevedad represente un obstáculo que le
impida sondear los más tenebrosos abismos. Tiene Grossman una sorprendente
capacidad para introducirse en la mente de sus personajes y mostrarnos de una
manera creíble y, por tanto, estremecedora sus más íntimos deseos y
pensamientos. Así, sin que nada suene a falso, puede conducirnos, como hizo en Vida y destino, al interior de una
cámara de gas o, como ocurre en Abel,
incluido en el volumen que nos ocupa, hacernos volar junto a los encargados de
lanzar sobre una ciudad enemiga una bomba atómica. Su obra no está poblada de
figurones, sino de seres humanos auténticos, complejos y, a menudo, contradictorios,
forjados en el sufrimiento y en el contacto con la arbitrariedad del destino.
No hay
en Grossman referencias religiosas. Sin embargo, al leerle sentimos que pocos
como él han sido capaces de captar al prójimo como un ser humano provisto de rostro,
por utilizar la plástica expresión de Emmanuel Levinas. No una abstracción, un
epifenómeno de la humanidad o una mera manifestación de las ideas del autor,
sino un hombre o una mujer concretos y, por ello, iguales a nosotros y a la vez
irremediablemente distintos. Por eso, la lectura puede herirnos en lo más
profundo. Se trata, sin duda, de un don, de una innata aptitud para la empatía,
pero esta ha sido modulada por una experiencia vital tan rica como dolorosa, en
que una y otra vez se ha hecho presente el horror.
Nacido
en 1905 en la ciudad ucraniana de Berdichev, de una familia judía, Grossman
será testigo de la terrible hambruna provocada por la campaña de
deskulakización[2] a comienzos de los años treinta, una
experiencia que se refleja en Todo fluye.
Luego, como corresponsal de guerra cubrió algunas de las más duras batallas,
entre ellas Stalingrado, en la que se centra Vida y destino. Fue tras la liberación de Kiev, cuando al visitar
Berdichev, con la esperanza de hallar a su madre, encontró que esta había
sido asesinada junto a otros treinta y cinco mil judíos por los Einsatzgruppen[3]. Más adelante, acompañando al victorioso
ejército soviético, será uno de los primeros en visitar los campos de
exterminio e informar de lo ocurrido en ellos. Fue también testigo de los
últimos combates en Berlín, sobre los que escribió un original relato, en que
cuenta la caída de la ciudad a través de la figura de un anciano guardián del
zoo[4]. Las vivencias de estos años quedan plasmadas no solo en las obras
citadas, sino también en multitud de artículos y en el Libro negro que firma conjuntamente con Ilya Ehrenburg. Termina la guerra cubierto de condecoraciones, pero estas no impiden que pronto comiencen las dificultades. Su firme compromiso con la verdad y
la justicia no encajan en las directrices marcadas desde el poder para la
literatura, en tanto que su condición de judío lo convierte en doblemente sospechoso
ante las autoridades. Son años en que en la URSS revive un antiguo antisemitismo. Morirá en 1964, convencido de que su gran obra Vida y destino jamás será publicada[5].
Grossman
no es solo un gran escritor, sino también un hombre honrado. Ha visto el
horror, incluso su madre ha caído asesinada, pero jamás culpa al pueblo alemán
de manera colectiva por lo ocurrido. Incluso denuncia las atrocidades cometidas
por el ejército soviético sobre la población civil durante la ofensiva y la
ocupación. Y también en este caso su acusación dista de ser general. Se dirige
contra ciertos oficiales, contra ciertos soldados. En definitiva, la culpa es
de quien comete el crimen. Parece algo tan obvio que en principio nos sentimos
inclinados a mostrar nuestro acuerdo. Y sin embargo no lo es. Uno destroza el cráneo de un niño con el fusil y otro viola a una adolescente, pero junto a ellos hay otros que no
participan en la acción y que, sin embargo, por un falso sentido de la
camaradería o por resentimiento, por miedo o timidez no defienden a las
víctimas. Miran hacia otro lado y ahogan su conciencia en vanos razonamientos o
en alcohol. Hay también unos mandos que cuando no alientan, al menos toleran ese
tipo de conductas. Ni unos ni otros escapan a la escrutadora mirada de Grossman,
quien denuncia a todos por igual. Sin embargo, eso no le hace olvidar que en
uno y otro bando hay, sea cual sea su número, inocentes. Quizá ese viejo empleado
del zoo de Berlín. Un pobre hombre si se quiere, pero en él se salva Alemania.
Su existencia testimonia que incluso allí no todos son culpables.
Pero lo
que quizá resulte más inquietante sea que Grossman señala también la frágil frontera
que separa a los criminales de la gente decente. Quizá, viene a decirnos, si no
hemos cometido una infamia, haya sido porque el tentador no nos ha tocado en
nuestro punto débil. Víktor Pávlovich Shtrum, en Vida y destino, aguanta todo tipo de presiones. Físico entregado a
investigaciones de vanguardia, su trabajo no es bien visto por el Partido[6].
Su fortaleza impresiona a sus ayudantes, pero un día suena el teléfono. Stalin al
otro lado de la línea le felicita y le anima a continuar. A partir de ese momento
todo cambia. Ya no es un marginado. Los compañeros que antes le rehuían, ahora
lo buscan y lo alaban. Él, que lo ha resistido todo, cede ante la adulación y
firma una carta colectiva en la que se denuncia a otros científicos a quienes
sabe inocentes.
Sin
embargo, el propio Grossman da testimonio con su vida de que la resistencia es
posible. En 1955, el mariscal Klíment Voroshílov le pide que se afilie al
Partido Comunista, y él se niega. Al contrario que su personaje, elige el
ostracismo interior, la dolorosa posibilidad de convertirse en un escritor sin
lectores.
[1] GROSSMAN, Vasili, Eterno reposo y otras narraciones.
Barcelona, Galaxia Gutenberg, 2013, 245 p.
[2] Campaña desarrollada entre 1929
y 1932 para eliminar a los kulaks (campesinos ricos) e imponer la
colectivización en el campo.
[3] Escuadrones itinerantes de
ejecución integrados en su mayor parte por miembros de las SS.
[5] Vida y destino fue publicada en 1980 en Suiza, gracias a una operación llevada a
cabo por una red de disidentes soviéticos, de la que formaba parte Andrei
Sajarov, quien se había encargado de fotografiar un borrador. En la Unión
Soviética apareció en 1988, ya en tiempos de Gorbachov.
[6] La Fisica moderna había sido
condenada como idealista por Lenin en su obra Materialismo y empiriocriticismo (1908). Solo muy avanzada la II
Guerra Mundial, cuando se hizo perceptible la ventaja de los Estados Unidos en
la investigación armamentística, la Unión Soviética intentó recuperar el tiempo
perdido. En este marco es en el que se inscribe el episodio de la marginación y
rehabilitación de Shtrum.
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