Francisco Javier Bernad Morales
Recientemente
me he ocupado de Alfonso de Valdés. Trataré ahora de su hermano, posiblemente
gemelo, Juan. Como quizá el lector recuerde, nacieron en Cuenca en el seno de
una familia judeoconversa. Aunque no está suficientemente documentado, algunos
indicios sugieren que pudieron estudiar en la universidad de Alcalá de Henares.
Sea de esto lo que fuere, ambos dominaban con soltura las lenguas clásicas y,
al menos Juan, el hebreo, pues de este idioma tradujo los Salmos al castellano.
En 1529 publicó en Alcalá de Henares el Diálogo
de doctrina cristiana, una obra breve, en realidad un catecismo, en que
expone de manera ordenada los fundamentos de la fe. Se trata de un libro concebido
a la manera humanista, al que sirve como pretexto la ignorancia mostrada por un
sacerdote al enseñar a los niños la doctrina cristiana. Un religioso, a fin de
corregirle le pide que le acompañe a visitar al arzobispo de Granada, quien en
reposada conversación ilumina todos los aspectos que el sacerdote no había
llegado a comprender. Naturalmente, el arzobispo expresa las opiniones de Juan
de Valdés, fuertemente influidas por Erasmo de Rotterdam. Se defiende aquí una
religiosidad profunda e íntima, poco dada a demostraciones exteriores. Pero se va
más allá, toda vez que frente a interpretaciones morales laxistas extendidas en
la época, que interpretaban muchas palabras del Evangelio como una serie de consejos,
cuyo seguimiento solo quedaba al alcance de los “perfectos”, para Valdés son
realmente mandatos que deben esforzarse en guardar todos los cristianos[1].
Algo similar a lo sostenido por Erasmo en el Enchiridion. Hay un aspecto,
sin embargo, en que Valdés se aparta de su maestro para aproximarse a las
posiciones luteranas. Hay en él un profundo sentimiento del pecado y de la
incapacidad humana para obrar el bien. Un bien al que solo puede ser obra de la
gracia:
…conocemos por experiencia cómo nosotros por
nuestra propia naturaleza no podemos hacer cosa perfectamente buena, y que por
el favor de Jesucristo podamos hacer y cumplir todo lo que conocemos ser bueno[2].
El Diálogo fue pronto denunciado ante la
Inquisición y aunque los amigos erasmistas de Valdés, entonces muy influyentes,
lo arroparon y el asunto no tuvo mayores
consecuencias, aquel decidió prudentemente alejarse de España. En 1531 se
encontraba en Roma y algo después en Nápoles donde residió el resto de su vida.
Allí se rodeó de un grupo de discípulos entre los que figuraban dos damas cultas
y distinguidas, Giulia Gonzaga y Vittoria Colonna, así como el capuchino Bernardino
Ochino, que posteriormente huiría a Ginebra, y Pietro Carnesecchi, quemado como hereje en
Roma en 1567. Para ellos escribió breves tratados teológicos, que circularon
manuscritos, algunos de los cuales, como el Alfabeto
cristiano, traducidos al italiano, se publicaron tras su muerte, ocurrida
en 1541. En estas obras, la aproximación a Lutero es más evidente que en el Diálogo de doctrina cristiana, por lo
que Juan de Valdés fue incluido inequívocamente como protestante en la Historia
de los heterodoxos españoles de Menéndez Pelayo, al contrario que su hermano
Alfonso, que aparece calificado de erasmista.
También
para este círculo de seguidores escribió el Diálogo
de la lengua, lleno de atinadas observaciones acerca de léxico, gramática o
fonética, destinadas a poner al alcance de los italianos un castellano culto y
sencillo.
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