Francisco Javier Bernad Morales
Amplios
períodos de la vida de Pedro Valdo permanecen en la oscuridad, debido a la
falta de documentación. Sabemos que era un rico mercader de Lyon, entre cuyos
negocios posiblemente figuraba la usura, y que en 1173 experimentó una crisis
espiritual, cuyas circunstancias exactas se desconocen. Una tradición afirma
que mientras hablaba con un amigo, este murió de repente lo que lo produjo una
grave conmoción. Fuera este u otro el desencadenante, lo cierto es que, tomando
al pie de la letra las palabras de Jesús en Mateo 19, 21, vendió todos sus bienes
y, tras entregar una parte a su esposa e hijas, repartió lo restante entre los
pobres. A partir de ese momento se dedicó a predicar el Evangelio y pronto lo
rodeó un numeroso grupo de seguidores.
Nada
insólito hay en ello. Incluso pudiéramos decir que la conversión de Valdo no es
muy distinta de la de Francisco de Asís, ocurrida unos treinta años después. Tampoco es extraño que este tipo de actividad
despertara los recelos del obispo, quien le prohibió la predicación. Ante eso,
Valdo marchó a Roma (1179), donde fue acogido benévolamente por el papa
Alejandro III, quien posiblemente vio en él a un reformador a quien podría
integrarse quizá como fundador de una nueva orden monástica. Es tan solo una
hipótesis, pues los acontecimientos se desarrollaron en una línea diferente,
que condujo a la ruptura de Valdo con la Iglesia Católica.
El
enfrentamiento con el obispo persistió y pronto Valdo comenzó a difundir ideas
que chocaban con la ortodoxia, tales como la inexistencia del Purgatorio y, por
tanto, la inutilidad de las indulgencias, el rechazo del culto a la Virgen y a
los santos o la veneración de las reliquias. También, como harían más tarde
todos los reformadores, defendió la necesidad de traducir la Biblia a lengua
vulgar para ponerla al alcance de los fieles. Sus seguidores, denominados en un
principio Pobres de Lyon y más tarde valdenses, propagaban estas doctrinas, que
encontraban un gran éxito entre los sectores más humildes de la sociedad, a
quienes probablemente seducía la figura del mercader acaudalado que
voluntariamente había abandonado todo, para compartir la suerte de los
menesterosos.
Condenados
finalmente como herejes en 1184 por el papa Lucio III, fueron obligados a
abandonar Lyon, lo que contribuyó a la difusión de sus doctrinas. Valdo marchó
hacia el este y al parecer encontró refugio en Bohemia. Es muy poco lo que se
sabe sobre su vida a partir de este momento, aunque pudiera haber muerto en
Polonia hacia 1217.
Pese la
persecución, se mantuvieron comunidades valdenses en diferentes lugares de
Europa, en especial en zonas montañosas de Francia y de Italia, y también en
Bohemia, donde se unirían más adelante al movimiento husita. Ya en el siglo
XVI, todos los grupos supervivientes se insertaron en el gran árbol de la
Reforma protestante. En la actualidad, sus continuadores ostentan el nombre de
Iglesias Evangélicas Valdenses y están presentes en diferentes países europeos
y latinoamericanos.
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