Amado Nervo
Jesús no
vino del mundo de «los cielos».
Vino del
propio fondo de las almas;
de donde
anida el yo: de las regiones
internas del
Espíritu.
¿Por qué
buscarle encima de las nubes?
Las nubes no
son el trono de los dioses.
¿Por qué
buscarle en los candentes astros?
Llamas son
como el sol que nos alumbra,
orbes, de
gases inflamados... Llamas
nomás. ¿Por
qué buscarle en los planetas?
Globos son
como el nuestro, iluminados
por una
estrella en cuyo torno giran.
Jesús vino
de donde
vienen los
pensamientos más profundos
y el más
remoto instinto.
No descendió:
emergió del océano
sin fin del
subconsciente;
volvió a él,
y ahí está, sereno y puro.
Era y es un
eón. El que se adentra
osado en el
abismo
sin playas
de sí mismo,
con la luz
del amor, ese le encuentra.
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