Juan Pablo II
El hombre contemporáneo cree más a los testigos que a los
maestros, cree más en la experiencia que en la doctrina, en la vida y los
hechos que en las teorías. El testimonio de vida cristiana es la primera e
insustituible forma de la misión: Cristo, de cuya misión somos continuadores,
es el “Testigo” por excelencia (Ap 1,
5; 3, 14) y el modelo del testimonio cristiano. El Espíritu Santo acompaña el camino de la
Iglesia y la asocia al testimonio que él da de Cristo (cf,Jn 15, 26-27).
La primera forma de testimonio es la vida misma del
misionero, la de la familia cristiana y de la comunidad eclesial, que hace
visible un nuevo modo de comportarse. El misionero que, aun con todos los
límites y defectos humanos, vive con sencillez según el modelo de Cristo, es un
signo de Dios y de las realidades trascendentales. Pero todos en la Iglesia,
esforzándose por imitar al divino Maestro, pueden y deben dar este testimonio,
que en muchos casos es el único modo posible de ser misioneros.
El testimonio evangélico, al que el mundo es más sensible,
es el de la atención a las personas y el de la caridad para con los pobres y
los pequeños, con los que sufren. La gratuidad de esta actitud y de estas
acciones, que contrastan profundamente con el egoísmo presente en el hombre,
hace surgir unas preguntas precisas que orientan hacia Dios y el Evangelio.
Incluso el trabajar por la paz, la justicia, los derechos del hombre, la
promoción humana, es un testimonio del Evangelio, si es un signo de atención a
las personas y está ordenado al desarrollo integral del hombre.
El cristiano y las comunidades cristianas viven
profundamente insertados en la vida de sus pueblos respectivos y son signo del
Evangelio incluso por la fidelidad a su patria, a su pueblo, a la cultura
nacional, pero siempre con la libertad que Cristo ha traído. El cristianismo
está abierto a la fraternidad universal, porque todos los hombres son hijos del
mismo Padre y hermanos en Cristo.
La Iglesia está llamada a dar su testimonio de Cristo,
asumiendo posiciones valientes y proféticas ante la corrupción del poder
político o económico; no buscando la gloria o bienes materiales; usando sus
bienes para el servicio de los más pobres e imitando la sencillez de vida de
Cristo. La Iglesia y los misioneros deben dar también testimonio de humildad,
ante todo en sí mismos, lo cual se traduce en la capacidad de un examen de
conciencia, a nivel personal y comunitario, para corregir en los propios
comportamientos lo que es antievangélico y desfigura el rostro de Cristo.
Redemptoris Missio Cap. V (41,43)
No hay comentarios:
Publicar un comentario