Francisco Javier Bernad Morales
De
Basílides[1]
y de su hijo Isidoro se han conservado algunos textos fragmentarios, lo que nos
permite conocer su doctrina, al menos en parte, de primera mano. De hecho, esto
plantea un interrogante, pues aquella se nos muestra notoriamente distinta de
cómo nos la ha transmitido Ireneo de Lyon.
Es posible que este, al escribir hacia 180 su obra Contra las herejías,
no conociera los libros de Basílides, anteriores en unos cincuenta años, y le
atribuyera concepciones propias de los gnósticos de su propio tiempo.
Lo poco
que ha llegado hasta nosotros, muestra que Basílides, al igual que Saturnino,
diferencia entre el dios supremo y el dios de este mundo, pero no considera a
este realmente malvado, sino tan solo imperfecto. De hecho, él también recibe
el Evangelio y, tras una vacilación inicial, decide colaborar en la obra de
salvación. En cuanto al alma humana, es de naturaleza espiritual, pero presenta
unas adherencias, las pasiones, procedentes de la materia. Cree, además en la
transmigración y mantiene que existe una concordancia entre el destino de los
individuos y su carácter moral. Incluso los cristianos que sufren por su fe, lo
hacen como castigo divino por antiguos pecados.
Muy
distinta resulta la exposición de Ireneo. En ella, Basílides habría sostenido
que el Padre, dios increado, habría dado lugar a cinco aspectos parciales de sí
mismo: entendimiento, palabra, pensamiento, sabiduría y potencia. De la unión
entre sabiduría y potencia habrían nacido otras entidades inferiores,
dominadores y ángeles, en número de trescientas sesenta y cinco, que habrían
creado el mundo y al hombre. Cristo habría sido enviado por el Padre para
liberar a quienes creyeran en él de la violencia de los dominadores. Entiéndase
que la salvación no se produce por el sacrificio de la Cruz sino por el
conocimiento de la verdad, es decir, de la doctrina correcta acerca de la
creación. En lugar de Cristo, habría sido crucificado Simón de Cirene, mientras
que aquel, en un rasgo de humor de dudoso gusto, habría permanecido a su lado
riéndose de quiénes creían darle muerte.
Los
textos de Basílides no permiten calificar su doctrina de gnóstica, pues, pese a
la separación entre el dios supremo y el dios creador, se mantiene alejada del
dualismo. Nos hallaríamos más bien ante una síntesis entre cristianismo y platonismo.
Ireneo sí nos coloca, en cambio, ante unas creencias claramente gnósticas,
también imbuidas de platonismo. La idea de unas emanaciones o aspectos
parciales de Dios, recuerda, por otro lado, la relación establecida en la
Cábala entre Ein Sof, la divinidad en
su aspecto más elevado, absolutamente trascendente, incognoscible e
inexpresable, y las sefirot, a través
de las cuales se muestra Dios al mundo.
[1] La exposición de las doctrinas
de Basílides sigue a MARKSCHIES, Christoph, La
gnosis, Barcelona, Herder, 2002.
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