12 julio 2013

Dame lo que amo, porque ya amo, y esto es don tuyo

San Agustín

Confesiones XI, 2, 3

Dios y Señor mío: está atento a mi corazón y escuche tu misericordia mi deseo, porque no solo  me abrasa en orden a mí, sino también en orden a servir a la caridad fraterna; y que así es, lo ves tú en mi corazón.
Que yo te sacrifique la servidumbre de mi inteligencia y de mi lengua; mas dame qué te ofrezca, porque soy pobre y necesitado y tú rico para todos los que te invocan, y que seguro tienes cuidado de nosotros. Circuncida mis labios interiores y exteriores de toda temeridad y de toda mentira. Tus Escrituras sean mis castas delicias: ni yo me engañe en ellas ni con ellas engañe a otros. Atiende, Señor, y ten compasión; Señor, Dios mío, luz de los ciegos y fortaleza de los débiles y luego luz de los que ven y fortaleza de los fuertes, atiende a mi alma, que clama de lo profundo, y óyela. Porque si no estuvieren aun en lo profundo tus oídos, ¿adónde iríamos, adónde clamaríamos?

Tuyo es el día, tuya es la noche: a tu voluntad vuelan los momentos. Dame espacio para meditar en los entresijos de tu ley y no quieras cerrarla contra los que pulsan, pues no en vano quisiste que se escribiesen los oscuros secretos de tantas páginas. ¿O es que estos bosques no tienen sus ciervos, que en ellos se alberguen, y recojan, y paseen, y pasten, y descansen, y rumien? ¡Oh Señor!, perfeccióname y revélamelos. Ved que tu voz es mi gozo; tu voz sobre toda afluencia de deleites. Dame lo que amo, porque ya amo, y esto es don tuyo. No abandones tus dones ni desprecies a tu hierba sedienta. Te confesaré cuanto descubriere en tus libros y oiré la voz de la alabanza, y beberé de ti, y consideraré las maravillas de tu ley desde el principio, en el que hiciste el cielo y la tierra, hasta el reino de la tu santa ciudad, contigo perdurable.

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