BENEDICTO XVI Luz del mundo. El Papa, la Iglesia y los Signos de los Tiempos. Una conversación con Peter Seewald. Ed. Herder. Barcelona, 2010. pp. 55-57.
“…La pregunta es: ¿será que, simplemente, la Tierra es incapaz de resistir el enorme potencial de desarrollo de nuestra especie? ¿Es acaso que no está hecha en absoluto para que vivamos aquí de forma duradera? ¿O es que hay algo que estamos haciendo mal?
El hecho de que no permaneceremos aquí eternamente nos lo dice la Sagrada Escritura, y nos lo dice también la experiencia. Pero seguramente hay algo que estamos haciendo mal. Pienso que aquí se proyecta la problemática del concepto de progreso. La Edad Moderna se buscó su camino al amparo de los conceptos fundamentales de progreso y libertad. Pero ¿qué es progreso? Hoy vemos que el progreso también puede ser destructivo. En tal sentido hemos de reflexionar sobre cuáles son los criterios que debemos encontrar para que el progreso sea realmente progreso.
El concepto de progreso tenía originalmente dos aspectos: por una parte estaba el progreso del conocimiento. Por ese progreso se entendía la captación de la realidad. Tal progreso se dio en una medida increíble por la combinación de la visión matemática del mundo y los experimentos. A través del ADN podemos hoy reconstruir la estructura de la vida, así como también, en general, la estructura funcional de toda la realidad. Entretanto podemos hasta imitar parcialmente esa estructura, y comenzamos ya a construir nosotros mismos la vida. En ese sentido, del progreso han surgido también nuevas posibilidades para los hombres.
Y conocimiento es poder. Es decir, si conozco, puedo también disponer de lo que conozco. El conocimiento ha traído consigo poder, pero de una forma en la que, ahora, con nuestro propio poder somos capaces al mismo tiempo de destruir el mundo que creemos haber descubierto por completo.
De ese modo se ve que, en la combinación que hemos tenido hasta ahora del concepto de progreso a partir de conocimiento y poder, falta una perspectiva esencial: el aspecto del bien. Se trata de la pregunta: ¿qué es bueno? ¿Hacia dónde el conocimiento debe guiar el poder?
¿Se trata solamente de disponer sin más, o hay que plantear también la pregunta por los parámetros internos, por aquello que es bueno para el hombre, para el mundo? Y esta cuestión, pienso yo, no se ha planteado de manera suficiente, Ésa es, en el fondo, la razón por la cual ha quedado ampliamente fuera de consideración el aspecto ético, dentro del cual está comprendida la responsabilidad ante el Creador. Si lo único que se hace es impulsar hacia delante el propio poder sirviéndose del propio conocimiento, este tipo de progreso se hace realmente destructivo.”
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