20 enero 2012

El ángel de Budapest

Francisco Javier Bernad Morales
Director: Luis Oliveros

Guión: Ángel Aranda
Intérpretes: Francis Lorenzo, Anna Allen, Ana Fernández, Manuel de Blas y Asier Etxeandia.

Creo obligado comenzar este artículo con una aseveración solo en apariencia contradictoria: no me ha gustado la película y me alegra que se haya producido en España. Comenzaré por explicar la segunda parte de mi aserto. Para ello, nos situaremos en el marco espacial y temporal de la acción. En 1944, ante la proximidad de las tropas soviéticas, Alemania ocupa Hungría, gobernada por su aliado el regente Miklós Horthy, quien acepta nombrar un nuevo gobierno más próximo al nazismo. Desde ese momento se recrudece la política antisemita y Adolf Eichmann se traslada a Budapest para organizar la deportación a los campos de exterminio. Cuando meses después, Horthy intenta firmar un armisticio con los soviéticos a espaldas de Alemania, es depuesto y reemplazado por el dirigente de los Cruces Flechadas, Ferenz Szálasi, con quien el nazismo adquiere el completo control del país.
Es en estos momentos convulsos cuando el joven diplomático Ángel Sanz-Briz, encargado de Negocios, queda al frente de la legación española, después de que, por presiones alemanas, el embajador Miguel Muguiro sea llamado a Madrid. Desde su nueva responsabilidad no solo continúa, sino que incluso intensifica las labores de protección a los judíos iniciadas por su predecesor. Contará en tan difícil y arriesgada tarea con la colaboración del italiano Giorgio Perlasca, a quien, para ponerlo al abrigo de la persecución nazi, proporciona documentación española, amparándose en que había combatido como voluntario en el bando franquista durante la guerra Civil. Escudándose en un decreto de la dictadura de Primo de Rivera, Sanz-Briz consiguió que las autoridades húngaras aceptaran que doscientos sefardíes quedaran bajo protección española. Luego, simplemente amplió el número de doscientos individuos a doscientas familias, y finalmente emitió pasaportes y salvoconductos duplicando números a fin de no superar nunca los doscientos. De esta manera, unos cinco mil doscientos judíos húngaros, solo en un ínfimo porcentaje sefardíes, quedaron bajo el amparo español. Para acogerlos, con ayuda de Perlasca, alquiló diversos inmuebles en Budapest en los que hizo colocar placas que los señalaban como anexos a la embajada y en los que ondearon banderas españolas. Incluso utilizó su dinero personal para sobornar a funcionarios alemanes. Sin embargo, esta labor estuvo a punto de venirse abajo, cuando en noviembre, ante la inminente caída de Budapest en poder del ejército soviético, recibió la orden de cerrar la embajada y trasladarse a Suiza. Fue entonces cuando Perlasca se autoproclamó cónsul de España y, engañando a húngaros y alemanes gracias a las dificultades de comunicación con el exterior en la ciudad sitiada, mantuvo abierta la legación y las casas de acogida.
La protección de los judíos húngaros fue un trabajo heroico en el que también participaron, entre otros, el nuncio, monseñor Rotta y el embajador sueco, Raoul Wallenberg. Si recordamos que la Misná (Sanhedrín 4, 40) afirma que quien salva a un hombre salva al mundo, entenderemos que todos ellos hayan obtenido en Israel la consideración de Justo entre las naciones.
Es motivo de satisfacción que España recuerde a hombres como Ángel Sanz-Briz que, en medio del horror, antepusieron a la comodidad o a cualquier ventaja personal el deber de ayudar al prójimo y tuvieron el valor de arriesgarlo todo para salvar al hermano perseguido.
Decía, sin embargo, que la película no me ha gustado. Al guión le falta tensión dramática, algo que resulta aún más patente si la comparamos con la italiana El cónsul Perlasca, dirigida por Alberto Negrin en 2002. Tampoco resulta afortunada la interpretación de Francis Lorenzo, que en ningún momento modifica una expresión facial a medio camino entre la sorpresa y el alelamiento.
No puedo terminar sin una breve referencia el destino último de aquellos hombres que osaron desafiar los designios criminales del nazismo. Monseñor Rotta tras la guerra desempeñó algunos puestos en el Vaticano;  peor fue la suerte de Raoul Wallenberg, detenido por el ejército soviético y, aunque no existe certeza absoluta al respecto, posiblemente fusilado en la Lubianka, la sede del NKVD en Moscú; Giorgio Perlasca quedó arruinado tras algunas desafortunadas iniciativas empresariales; en cuanto a Ángel Sanz-Briz, que nunca alardeó de su labor, ocupó numerosos cargos en diferentes legaciones españolas, llegando a ser en 1973 el primer embajador español en China y terminando sus días en 1980 como representante de nuestro país ante El Vaticano.
Pero aún no puedo terminar. Si se me permite añadiré una escueta referencia personal: en un acto organizado por Casa Sefarad he tenido la estremecedora oportunidad de escuchar el testimonio de gratitud de Jaime Vandor, uno de los niños judíos salvados de la muerte por Ángel Sanz-Briz y Giorgio Perlasca.

1 comentario:

  1. Tras escribir el artículo he leído un poema de Jaime Vandor, un retrato del horror que me ha hecho recordar lo que en otro estilo narró Jean Améry. Ambos nos confrontan con la presencia de un mal que se diría absoluto. Debemos recordar, sin embargo, que ante él cabe el grito de rebeldía, que en nuestra mano está confiar en el Señor y combatirlo. Oremos, pues, para que el Altísimo guíe nuestra acción. No debemos permitir que esto se repita.
    Dejo la dirección del poema:
    http://poesia-del-torodebarro.blogspot.com/2012/01/nunca-korczak-llego-jerusalen-de-jaime.html

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