No conocemos el año de nacimiento de Eusebio de Vercelli, aunque debe situarse en torno al 283. sí conocemos, en cambio, el de su fallecimiento, 371. Siendo obispo intervino en la querella contra los arrianos, favorecidos por Constancio II, hijo de Constantino el Grande. Está actitud desagradó al emperador que lo desterró a Escitópolis, actual Beit She'an en el norte de Israel. A la muerte de Constancio, pudo regresar a Italia, donde continuó la lucha contra el arrianismo e impulsó la vida monástica. Reproducimos una carta escrita durante el exilio.
San Eusebio de Vercelli |
He tenido noticias de vosotros,
hermanos muy amados, y he sabido que estáis bien, como era mi deseo, y he
tenido de pronto la sensación de que, atravesando la gran distancia que nos
separa, me encontraba entre vosotros, igual como sucedió con Habacuc, que fue
llevado por un ángel a la presencia de Daniel. Al recibir cada una de vuestras
cartas y al leer en ellas vuestras santas disposiciones de ánimo y vuestro
amor, las lágrimas se mezclaban con mi gozo y refrenaban mi avidez de leer; y
era necesaria esta alternancia de sentimientos, ya que, en su mutuo afán de
adelantarse el uno al otro, contribuían a una más plena manifestación de la
intensidad de mi amor. Así, ocupado un día tras otro en esta lectura, me
imaginaba que estaba hablando con vosotros y me olvidaba de los sufrimientos
pasados; así, me sentía inundado de gozo al considerar vuestra fe, vuestro amor
y los frutos que de ellos se derivan, a tal punto que, al sentirme tan
feliz,era como si de repente no me hallara en el destierro, sino entre vosotros.
Por tanto, hermanos muy amados, me alegro de
vuestra fe, me alegro de la salvación, que es consecuencia de esta fe, me
alegro del fruto que producís, el cual redunda en provecho no sólo de los que
están entre vosotros, sino también de los que viven lejos; y, así como el
agricultor se dedica al cultivo del árbol que da fruto y que; por lo tanto, no
está destinado a ser talado y echado al fuego, así también yo quiero y deseo
emplearme, en cuerpo y alma, en vuestro servicio, con miras a vuestra salvación.
Por lo demás, esta carta he tenido que
escribirla a duras penas y como he podido, rogando continuamente a Dios que
sujetase por un tiempo a mis guardianes y me hiciese la merced de un diácono
que, más que llevaros noticias de mis sufrimientos, os transmitiese mi carta de
saludo, tal cual la he escrito. Por todo ello, os ruego encarecidamente que
pongáis todo vuestro empeño en mantener la integridad de la fe, en guardar la
concordia, en dedicaros a la oración, en acordaros constantemente de mí, para
que el Señor se digne dar la libertad a su Iglesia, que en todo el mundo
trabaja esforzadamente; y para que yo, que ahora estoy postergado, pueda, una
vez liberado, alegrarme con vosotros.
También pido y os ruego, por la misericordia
de Dios, que cada uno de vosotros quiera ver en esta carta un saludo personal,
ya que las circunstancias me impiden escribiros a cada uno personalmente como
solía; por ello, en esta carta, me dirijo a todos vosotros, hermanos y santas
hermanas, hijos e hijas, de cualquier sexo y edad, rogándoos que os conforméis
con este saludo y que me hagáis el favor de transmitirlo también a los que, aun
estando ausentes, se dignan favorecerme con su afecto.
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