13 agosto 2013

El rey David (2)

Francisco Javier Bernad Morales

La victoria sobre Goliat, le granjea a David la amistad de Jonatán, el hijo de Saúl, aunque también despierta los celos de este (1 Samuel, 18-19)). Durante algún tiempo los sentimientos del rey parecen ambivalentes: si por un lado intenta asesinar a David, por otro le ofrece en matrimonio a una de sus hijas. Primero a Merab y luego, tras entregar esta a otro hombre, faltando a la palabra dada, a Mikal, aunque pone como condición que aquel le entregue antes a modo de dote, los prepucios de cien filisteos. El texto indica que es una argucia con la que pretende conducir a David a la muerte. Sin embargo, el joven cumple sobradamente la exigencia y la boda finalmente se celebra.

Esto no impide que Saúl piense de nuevo en terminar con David, quien se salva gracias a que Jonatán interviene a su favor, recodando al rey los grandes servicios prestados por aquel y su lealtad sin mancha. El arrepentimiento de Saúl no impide que más adelante, ante nuevas victorias de David, conciba de nuevo el deseo de matarle, aunque de nuevo este se salva, ahora gracias a la advertencia de Mikal.

Refugiado en Ramah, junto al profeta Samuel, David escapa de nuevo de las asechanzas de Saúl con la ayuda de Jonatán (1 Samuel, 20), quien se compromete a mantenerle informado de los planes de su padre. Se establece en este momento un pacto formal entre ambos en el que asimismo David se obliga a mantener una actitud benevolente hacia Jonatán y su casa, en el momento en que Yahveh exija cuentas a sus enemigos.

Cuando mucho después mueran Saúl y Jonatán en combate contra los filisteos en la batalla de Gilboé, David mostrará su dolor en una hermosa elegía:

Hijas de Israel, 

llorad a Saúl,

el que os revestía de grana con adornos delicados,

el que ornaba vuestros vestidos con paramentos de oro.

¡Cómo han caído los héroes 
en medio del combate!
¡Jonatán entre tus collados herido de muerte!
Angustia siento por ti,
Jonatán hermano mío,
para mí tan grato.
Era tu amor para mí más preciado
que amor de mujeres.
¡Cómo han caído los héroes y han perecido las armas de guerra! (2 Samuel, 1, 24-27).

La prueba de que no se trata de un sentimiento fingido, fruto de un cálculo político, la hallamos más adelante cuando ya seguro en el trono de Israel, David se interesa por los descendientes de su amigo y al descubrir que aún vive uno de ellos, de nombre Mefiboset, en lugar de darle muerte para evitar que le dispute el poder, lo agasaja y le entrega los bienes que habían pertenecido a Saúl (2 Samuel, 9).

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